-Naciste
en una época (1948) en la que acababa de terminar la Segunda
Guerra Mundial y en nuestro país comenzaba el fenómeno
social del peronismo. ¿Qué huellas te dejaron tus primeros
diez años?
-La huella que le puede dejar a cualquiera que haya
pertenecido a una generación que se crió bajo una presión
militar muy fuerte. Entonces se mezclaban en nuestro país y
en el mundo distintas corrientes de pensamiento, Lonardi, la
persecución de determinadas ideologías, el socialismo,
estaba en auge el trotskismo, y también -obviamente- quienes
adherían al partido justicialista. Como delegado sindical
bancario mi padre peleaba muy duramente por algunas
conquistas que se habían ganado en un momento determinado, y
que después, con el tiempo, fueron inexorablemente
cercenadas. Así que siempre tuve la sensación de que cada
vez que en el ámbito político aparecía la figura de una
propuesta militar o una dictadura como las que tuvimos
después, con Onganía, con Levingston, con Lanusse, algo
perdíamos, y quizás eso fue lentamente generando en mí una
predisposición muy pero muy especial a caminar junto a la
gente; sabía que habíamos tenido un país extraordinario, lo
vi decaer a lo largo del tiempo y siempre intenté colaborar
para que algunas cosas, por lo menos desde el plano de la
cultura, se sostuvieran.
-¿Qué
cambios notás desde tu arranque con la primera guitarra
hasta ahora?
-Cuando abracé por primera vez una guitarra creí que se
trataba de hacer canciones sencillas, modestas, alrededor
del tema del amor. Intenté muchas durante largo tiempo, pero
quizás las que tuvieron mayor emotividad y que fueron mejor
concebidas por mí desde aquella época hasta ahora son las
que tienen que ver con mi entorno, no las mal llamadas
canciones de protesta o canciones políticas, sino aquellas
en las que reflejo todo lo que me pasa, incluido el amor.
Desde aquella época hasta ahora se han modificado muchas
cosas de mí. Lo mejor que me ha pasado es haberme
enriquecido a lo largo del tiempo desde la literatura, desde
el buen cine, desde la pintura. Tengo innumerables amigos
-maestros casi todos ellos en cada uno de los oficios que
han desempeñado- cineastas, actores de teatro, dramaturgos,
literatos, pintores como Carlos Alonso, y lo que ha pasado
es que desde aquella primera vez hasta ahora creció un
hombre. Soy distinto.
Si uno tiene una filosofía de vida no puede
tergiversarla frente al enemigo porque entonces
uno pasa a ser parte de lo mismo que rechaza.
Nosotros hemos pedido siempre justicia, verdad y
memoria, y creo que de eso se trata; las
lágrimas, los dolores que uno puede sentir como
ser humano son absolutamente lógicos. Esto no
debe trasladarse al plano de la ideología, sino
que hay que preservar justamente los valores por
los que uno pelea, y uno pelea por una
Constitución justa, por juicios justos, por una
Justicia que contemple a su vez a los derechos
del supuesto criminal. |
-¿Y a
partir de cuándo sentiste la necesidad de cantar canciones
que condenan las injusticias y las desigualdades sociales?
-Lo hice desde siempre, porque cuando me enrolé en el
movimiento del “nuevo cancionero”, junto con Armando Tejada
Gómez, Mercedes Sosa, Los Andariegos, Los Trovadores, Tito
Francia, yo tenía apenas 19 años, pero ya traía una
predilección muy especial por la poesía. Los que me habían
impactado con mucha fuerza eran los españoles que comentaban
los sucesos de la Guerra Civil en contra del franquismo:
Machado, Hernández, García Lorca, todos ellos habían llegado
de alguna manera o de otra a impactarme. Neruda fue quizás
lo más conmocionante que me pasó desde el punto de vista de
la lectura de un poema, así que cuando me arrimé a Armando
Tejada Gómez, a Hamlet Lima Quintana, imaginate, esto ya
hablaba muy claramente de hacia donde me dirigía, y como no
podía ser de otra manera, mis canciones tenían contenido y
compromiso social.
-¿Con
cuál de tus canciones te identificás más?
-Con todas, además, jamás me atreví a escribir una letra con
la que no me identificara, mucho menos a cantarla. De
cualquier manera, hay algunas por las que siento un especial
cariño porque se asentaron en el corazón de la gente de una
manera muy especial, siento que algunas han recibido de la
gente un mayor grado de pertenencia. Es el caso de “Coraje”,
de “Informe de la situación”, “Dulce Daniela”,
“Sobreviviendo”, “Todavía cantamos”, o “El viejo Matías” que
fue una de las que inició mi carrera. Esas canciones son las
que me identifican plenamente con el gusto popular.
-Ese
gusto popular transformó “Sobreviviendo” en un himno, ¿cómo
te sentís frente a eso?
-Muy halagado, muy halagado, porque no es fácil, no es
sencillo. Yupanqui decía que su sueño era que alguien que
caminase por la calle una noche cualquiera silbara una
canción de él sin saber que era de Yupanqui; esto me ha
pasado con varias de mis canciones, con “Sobreviviendo”, con
“Todavía cantamos”, y a Yupanqui también. Concuerdo con él
en que lo más importante para un compositor no es el éxito,
sino transformarse en anónimo, eso quiere decir que uno
traspasó una barrera muy peculiar. Cuando veo un partido de
fútbol y escucho a la tribuna alentando a sus equipos o a la
selección nacional cantando “Sobreviviendo”, o “Todavía
cantamos”, bueno, eso ya es extraordinario.
-A pesar
de la experiencia traumática y dolorosa de la desaparición
de tu hermana en la época de la dictadura, parecés vivír sin
odio y sin rencor. Frente a ese hecho tan inhumano, ¿es
natural tu reacción o hay que realizar algún tipo de
“gimnasia mental”?
-Debiera ser natural. La mejor gimnasia que uno puede hacer
frente a semejante tragedia es entender que si uno tiene una
ideología, si uno tiene una filosofía de vida no puede
tergiversarla frente al enemigo porque entonces uno pasa a
ser parte de lo mismo que rechaza. Nosotros hemos pedido
siempre justicia, verdad y memoria, y creo que de eso se
trata; las lágrimas, los dolores que uno puede sentir como
ser humano son absolutamente lógicos. Esto no debe
trasladarse al plano de la ideología, sino que hay que
preservar justamente los valores por los que uno pelea, y
uno pelea por una Constitución justa, por juicios justos,
por una Justicia que contemple a su vez a los derechos del
supuesto criminal. Junto con las Madres y las Abuelas de
Plaza de Mayo, y desde la PDH de la que soy integrante,
siempre dije que no hay ningún otro camino posible; el
paredón y el fusilamiento que algunos pedían no sirven para
nada, eso significaría una pérdida extraordinaria para
aquello por lo que luchamos: verdad, justicia y memoria.
-Nombraste dos organizaciones, las Madres y las Abuelas de
Plaza de Mayo, ¿por qué esas?
-Son dos organismos extraordinarios, nacidos de una tragedia
inconmensurable que todavía muchísimos argentinos no
alcanzan a comprender y que son el ejemplo exacto de esto
que estoy refiriendo, que es la defensa irrestricta del
derecho, incluido el del enemigo.
-¿Cómo
se llega a esa conclusión?
-Es difícil, pero insisto en que no hay ninguna otra
posibilidad de construir un país si no es sobre esas bases,
sobre las bases del derecho, de la memoria y de la verdad.
-Esa
postura te debe hacer más fuerte como ser humano.
-No tengo demasiado separadas las cosas, sé que todos
disentimos en el mundo y seguramente esa situación que se
genera a veces entre distintas posturas ideológicas y
políticas bien pueden consensuarse a través del diálogo, en
el intercambio, en el enriquecimiento. El mesianismo de las
Juntas Militares fue tan grave que llegaron a sentirse como
dioses, cuando ni siquiera los dioses pueden torcer el
designio de los hombres y los derechos de los hombres. Creo
que este fue el error más grave que cometió la dictadura;
podrían haber disentido con las propuestas de determinados
grupos ideológicos o partidos políticos, pero el
oscurantismo en el que quisieron cometer sus crímenes antes
que la discusión, el encarcelamiento y el juzgamiento, los
convirtió lamentablemente en criminales, en asesinos. No soy
ni pretendo parecerme a Dios desde ningún lugar, lo único
que quiero es continuar como ser humano y reclamar mis
derechos y hacerlos valer; creo que eso sí me corresponde.
-Si bien
las canciones o el arte en general no provocan cambios
profundos en la sociedad, ¿a qué tiende Víctor Heredia?
-A acompañar. El arte en todas sus expresiones no lidera,
acompaña, el arte es un reflejo de la sociedad. A lo largo
de la humanidad hubo culturas que empezaron con una
propuesta estética maravillosa, y con el paso del tiempo
fueron decayendo por distintas situaciones sociales y
políticas. Si echáramos una mirada a lo que fue nuestra
cultura en estos últimos 100 años nos daríamos cuenta de que
quizás el punto más alto de la Argentina fue, justamente, en
los cincuenta y los sesenta. La decadencia política y social
de quienes supuestamente tenían que dirigir los destinos de
este país y eran representantes del pueblo, hicieron que la
cultura nacional estuviera en manos de los grandes medios de
comunicación. Yo acuso, y digo con toda honestidad: ninguno
de estos medios de comunicación tiene interés alguno en la
cultura, en la educación o en la información verdadera;
están en manos de capitales cuyo único espíritu es el lucro,
el interés económico. Se ha derramado sobre los chicos una
falsedad, una tergiversación de lo verdadero, de lo que
debiera ser, de tal manera que hoy es casi imposible para
los adultos tener un acercamiento, la posibilidad de una
conversación con ellos. Los códigos han sido devastados por
estos medios de comunicación que deberían ser manejados por
otro tipo de organismos, quizás estatales, o acordar con
ellos las orientaciones imprescindibles para que los chicos
reciban la información y la educación necesarias.
-¿El
éxito te cobró algún peaje?
-El que uno paga cotidianamente cuando no quiere torcer ni
bajar ninguna bandera. He perdido muchas cosas en la vida
desde el punto de vista material, desde el punto de vista de
lo que la gente considera que es “el éxito” justamente por
eso, y sin embargo lo tengo en el mejor sentido que uno
podría aspirar: el de acostarse tranquilo todas las noches
sabiendo que uno sigue fiel a su propio pensamiento. En ese
sentido no concedí absolutamente nada.
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