Argentina

Víctor Heredia

El arte no lidera, acompaña

 

En su país es lo que se llama “un clásico”, seguido por un público masivo y heterogéneo. El pueblo ha transformado en “himnos” varias de sus canciones: himnos de resistencia, himnos de amor y de lucha, himnos a la vida real y concreta de una sociedad que aún mira con asombro algunas de sus cicatrices. Víctor es un artista consagrado, y no por eso ajeno a su tiempo, a su gente, a los que incluye en todas sus creaciones.

 

 

-Naciste en una época (1948) en la que acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial y en nuestro país comenzaba el fenómeno social del peronismo. ¿Qué huellas te dejaron tus primeros diez años?

-La huella que le puede dejar a cualquiera que haya pertenecido a una generación que se crió bajo una presión militar muy fuerte. Entonces se mezclaban en nuestro país y en el mundo distintas corrientes de pensamiento, Lonardi, la persecución de determinadas ideologías, el socialismo, estaba en auge el trotskismo, y también -obviamente- quienes adherían al partido justicialista. Como delegado sindical bancario mi padre peleaba muy duramente por algunas conquistas que se habían ganado en un momento determinado, y que después, con el tiempo, fueron inexorablemente cercenadas. Así que siempre tuve la sensación de que cada vez que en el ámbito político aparecía la figura de una propuesta militar o una dictadura como las que tuvimos después, con Onganía, con Levingston, con Lanusse, algo perdíamos, y quizás eso fue lentamente generando en mí una predisposición muy pero muy especial a caminar junto a la gente; sabía que habíamos tenido un país extraordinario, lo vi decaer a lo largo del tiempo y siempre intenté colaborar para que algunas cosas, por lo menos desde el plano de la cultura, se sostuvieran.

 

-¿Qué cambios notás desde tu arranque con la primera guitarra hasta ahora?

-Cuando abracé por primera vez una guitarra creí que se trataba de hacer canciones sencillas, modestas, alrededor del tema del amor. Intenté muchas durante largo tiempo, pero quizás las que tuvieron mayor emotividad y que fueron mejor concebidas por mí desde aquella época hasta ahora son las que tienen que ver con mi entorno, no las mal llamadas canciones de protesta o canciones políticas, sino aquellas en las que reflejo todo lo que me pasa, incluido el amor. Desde aquella época hasta ahora se han modificado muchas cosas de mí. Lo mejor que me ha pasado es haberme enriquecido a lo largo del tiempo desde la literatura, desde el buen cine, desde la pintura. Tengo innumerables amigos -maestros casi todos ellos en cada uno de los oficios que han desempeñado- cineastas, actores de teatro, dramaturgos, literatos, pintores como Carlos Alonso, y lo que ha pasado es que desde aquella primera vez hasta ahora creció un hombre. Soy distinto.

Si uno tiene una filosofía de vida no puede tergiversarla frente al enemigo porque entonces uno pasa a ser parte de lo mismo que rechaza. Nosotros hemos pedido siempre justicia, verdad y memoria, y creo que de eso se trata; las lágrimas, los dolores que uno puede sentir como ser humano son absolutamente lógicos. Esto no debe trasladarse al plano de la ideología, sino que hay que preservar justamente los valores por los que uno pelea, y uno pelea por una Constitución justa, por juicios justos, por una Justicia que contemple a su vez a los derechos del supuesto criminal.

 

-¿Y a partir de cuándo sentiste la necesidad de cantar canciones que condenan las injusticias y las desigualdades sociales?

-Lo hice desde siempre, porque cuando me enrolé en el movimiento del “nuevo cancionero”, junto con Armando Tejada Gómez, Mercedes Sosa, Los Andariegos, Los Trovadores, Tito Francia, yo tenía apenas 19 años, pero ya traía una predilección muy especial por la poesía. Los que me habían impactado con mucha fuerza eran los españoles que comentaban los sucesos de la Guerra Civil en contra del franquismo: Machado, Hernández, García Lorca, todos ellos habían llegado de alguna manera o de otra a impactarme. Neruda fue quizás lo más conmocionante que me pasó desde el punto de vista de la lectura de un poema, así que cuando me arrimé a Armando Tejada Gómez, a Hamlet Lima Quintana, imaginate, esto ya hablaba muy claramente de hacia donde me dirigía, y como no podía ser de otra manera, mis canciones tenían contenido y compromiso social.

 

-¿Con cuál de tus canciones te identificás más?

-Con todas, además, jamás me atreví a escribir una letra con la que no me identificara, mucho menos a cantarla. De cualquier manera, hay algunas por las que siento un especial cariño porque se asentaron en el corazón de la gente de una manera muy especial, siento que algunas han recibido de la gente un mayor grado de pertenencia. Es el caso de “Coraje”, de “Informe de la situación”, “Dulce Daniela”, “Sobreviviendo”, “Todavía cantamos”, o “El viejo Matías” que fue una de las que inició mi carrera. Esas canciones son las que me identifican plenamente con el gusto popular.

 

-Ese gusto popular transformó “Sobreviviendo” en un himno, ¿cómo te sentís frente a eso?

-Muy halagado, muy halagado, porque no es fácil, no es sencillo. Yupanqui decía que su sueño era que alguien que caminase por la calle una noche cualquiera silbara una canción de él sin saber que era de Yupanqui; esto me ha pasado con varias de mis canciones, con “Sobreviviendo”, con “Todavía cantamos”, y a Yupanqui también. Concuerdo con él en que lo más importante para un compositor no es el éxito, sino transformarse en anónimo, eso quiere decir que uno traspasó una barrera muy peculiar. Cuando veo un partido de fútbol y escucho a la tribuna alentando a sus equipos o a la selección nacional cantando “Sobreviviendo”, o “Todavía cantamos”, bueno, eso ya es extraordinario.

 

-A pesar de la experiencia traumática y dolorosa de la desaparición de tu hermana en la época de la dictadura, parecés vivír sin odio y sin rencor. Frente a ese hecho tan inhumano, ¿es natural tu reacción o hay que realizar algún tipo de “gimnasia mental”?

-Debiera ser natural. La mejor gimnasia que uno puede hacer frente a semejante tragedia es entender que si uno tiene una ideología, si uno tiene una filosofía de vida no puede tergiversarla frente al enemigo porque entonces uno pasa a ser parte de lo mismo que rechaza. Nosotros hemos pedido siempre justicia, verdad y memoria, y creo que de eso se trata; las lágrimas, los dolores que uno puede sentir como ser humano son absolutamente lógicos. Esto no debe trasladarse al plano de la ideología, sino que hay que preservar justamente los valores por los que uno pelea, y uno pelea por una Constitución justa, por juicios justos, por una Justicia que contemple a su vez a los derechos del supuesto criminal. Junto con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y desde la PDH de la que soy integrante, siempre dije que no hay ningún otro camino posible; el paredón y el fusilamiento que algunos pedían no sirven para nada, eso significaría una pérdida extraordinaria para aquello por lo que luchamos: verdad, justicia y memoria.

 

-Nombraste dos organizaciones, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, ¿por qué esas?

-Son dos organismos extraordinarios, nacidos de una tragedia inconmensurable que todavía muchísimos argentinos no alcanzan a comprender y que son el ejemplo exacto de esto que estoy refiriendo, que es la defensa irrestricta del derecho, incluido el del enemigo.

 

-¿Cómo se llega a esa conclusión?

-Es difícil, pero insisto en que no hay ninguna otra posibilidad de construir un país si no es sobre esas bases, sobre las bases del derecho, de la memoria y de la verdad.

 

-Esa postura te debe hacer más fuerte como ser humano.

-No tengo demasiado separadas las cosas, sé que todos disentimos en el mundo y seguramente esa situación que se genera a veces entre distintas posturas ideológicas y políticas bien pueden consensuarse a través del diálogo, en el intercambio, en el enriquecimiento. El mesianismo de las Juntas Militares fue tan grave que llegaron a sentirse como dioses, cuando ni siquiera los dioses pueden torcer el designio de los hombres y los derechos de los hombres. Creo que este fue el error más grave que cometió la dictadura; podrían haber disentido con las propuestas de determinados grupos ideológicos o partidos políticos, pero el oscurantismo en el que quisieron cometer sus crímenes antes que la discusión, el encarcelamiento y el juzgamiento, los convirtió lamentablemente en criminales, en asesinos. No soy ni pretendo parecerme a Dios desde ningún lugar, lo único que quiero es continuar como ser humano y reclamar mis derechos y hacerlos valer; creo que eso sí me corresponde.

 

-Si bien las canciones o el arte en general no provocan cambios profundos en la sociedad, ¿a qué tiende Víctor Heredia?

-A acompañar. El arte en todas sus expresiones no lidera, acompaña, el arte es un reflejo de la sociedad. A lo largo de la humanidad hubo culturas que empezaron con una propuesta estética maravillosa, y con el paso del tiempo fueron decayendo por distintas situaciones sociales y políticas. Si echáramos una mirada a lo que fue nuestra cultura en estos últimos 100 años nos daríamos cuenta de que quizás el punto más alto de la Argentina fue, justamente, en los cincuenta y los sesenta. La decadencia política y social de quienes supuestamente tenían que dirigir los destinos de este país y eran representantes del pueblo, hicieron que la cultura nacional estuviera en manos de los grandes medios de comunicación. Yo acuso, y digo con toda honestidad: ninguno de estos medios de comunicación tiene interés alguno en la cultura, en la educación o en la información verdadera; están en manos de capitales cuyo único espíritu es el lucro, el interés económico. Se ha derramado sobre los chicos una falsedad, una tergiversación de lo verdadero, de lo que debiera ser, de tal manera que hoy es casi imposible para los adultos tener un acercamiento, la posibilidad de una conversación con ellos. Los códigos han sido devastados por estos medios de comunicación que deberían ser manejados por otro tipo de organismos, quizás estatales, o acordar con ellos las orientaciones imprescindibles para que los chicos reciban la información y la educación necesarias.

 

-¿El éxito te cobró algún peaje?

-El que uno paga cotidianamente cuando no quiere torcer ni bajar ninguna bandera. He perdido muchas cosas en la vida desde el punto de vista material, desde el punto de vista de lo que la gente considera que es “el éxito” justamente por eso, y sin embargo lo tengo en el mejor sentido que uno podría aspirar: el de acostarse tranquilo todas las noches sabiendo que uno sigue fiel a su propio pensamiento. En ese sentido no concedí absolutamente nada.

 

 

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