Mercado mayorista de la capital.
Domingo, a siete días de las
elecciones. Unas pocas banderas
verdes desfilaban con su mensaje de
revolución ciudadana por los puestos
de venta. El apoyo era mayoritario.
Sin embargo, algunos pequeños
comerciantes, de aquellos que
sobreviven con dificultad, al no
recibir una camiseta o algún otro
regalo de los que
lanzaba por miles el
hombre más rico de este pequeño país
andino, empeñado en "comprarse" la
presidencia de la República,
expresaron su disconformidad. Su
grito fue lacerante: ¡abajo los
chiros! ¡vivan los ricos!
Desentrañar las dimensiones
políticas de estos gritos permitiría
comprender mejor los alcances de la
conquista del voto articulada con
prácticas que configuran estructuras
sustentadas en cacicazgos
clientelares, orgánicos a la
extracción de renta a los pobres: en
última instancia, los ricos
movilizando "la fuerza de los
pobres" para su beneficio. La
modernidad neoliberal, aquella que
pretende mercantilizar todas o casi
todas las relaciones humanas, apenas
ha modificado las formas de estas
viejas prácticas políticas, más no
su esencia. Sin adentrarnos en la
discusión de este tema, al que se
han dedicado muchos estudiosos
dentro y fuera del país, lo que
interesa en la actual coyuntura es
entender sus consecuencias para el
diseño y aplicación de acciones
concretas de gobierno, que
viabilicen instituciones estatales
sólidas, como paso necesario para
establecer relaciones sustentadas en
condiciones de igualdad para todos;
es decir, para ir construyendo
ciudadanía.
La cristalización de este cometido
no pasa a través de seguir a un
líder mesiánico, menos aún con el
cambio de unos caciques por otros.
Se requiere ampliar las libertades a
partir de cada vez más igualdad en
todos los órdenes de la vida. Esta
no puede ser sólo una tarea del
gobierno. Es materia de discusión y
decisión de la sociedad en su
conjunto. La gente, que no puede
esperar ser beneficiaria pasiva de
las políticas gubernamentales,
tendría que transformarse en
portadora activa
de su propia emancipación.
Esto implicaría llevar adelante sus
propios procesos de organización y
de diseño de sus programas de vida.
El reto es construir
democráticamente un sistema político
sustentado en la toma colectiva de
decisiones, a partir del
reconocimiento de los derechos para
todos. Hacer realidad un mundo de
igualdad y libertad, implica
desplegar políticas y prácticas que
posibiliten el establecimiento de un
sistema que fomente la movilización
y participación de la ciudadanía en
la definición de su futuro. En otras
palabras, una acción de cambio con
rumbo sólo será posible con la
intervención comprometida de amplios
segmentos de la población
organizada.
La sociedad debe sustentar las
acciones de gobierno, incluyendo la
crítica constructiva, en tanto lo
que está en juego es su propio
futuro. Sólo así se superará el
clientelismo caciquista y
reproductor de las estructuras de
dominación, como paso previo para
que los pobres no sean manipulados
por los ricos