La resistencia de los
pueblos latinoamericanos al ALCA
hace tambalear el más ambicioso proyecto del imperio
Señales de rebeldía en el patio trasero |
En un contexto signado por el fracaso del neoliberalismo,
una nueva situación política en la región y una fuerte
resistencia de los pueblos latinoamericanos, Estados Unidos
encuentra dificultades para imponer el Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA). El acuerdo que propone
Washington excede holgadamente la cuestión de la integración
comercial y procura consolidar un proyecto de dominación
económica, política y militar.
"El primer acto de libertad es decir NO
frente a lo inaceptable"
Albert Camus
Muchos ingleses, adeptos a la teoría de las etapas de
barbarie-civilización-decadencia de los imperios que
formulara el filósofo alemán Oswald Spengler, suelen
burlarse de sus primos hermanos norteamericanos afirmando
que Estados Unidos pasó de la barbarie a la decadencia, sin
conocer la civilización. Más allá de las broma, los
habitantes de la América del Norte suelen exhibir, a veces,
una franqueza brutal que ayuda, de algún modo, a clarificar
las cuestiones en debate.
Es lo que ocurre, por ejemplo, alrededor de
la discusión sobre el Área de Libre Comercio de las
Américas (ALCA). Robert Zoellick, el secretario de Comercio
de Estados Unidos y principal negociador del ALCA, trató de
halagar los oídos de los pueblos latinoamericanos
presentando el proyecto como "una oportunidad histórica
de ampliar el comercio, extender la prosperidad, difundir la
democracia y profundizar la asociación hemisférica en medio
de la competencia mundial". Quizás alguno lo creyó hasta
que el Secretario de Estado, Colin Powell, puso las cosas en
blanco y negro. "Nuestro objetivo -dijo- es
garantizar para las empresas norteamericanas el control de
un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la
Antártida y el libre acceso -sin
ninguna clase de obstáculos- de
nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales por
todo el hemisferio".
Un "cazabobos"
En diciembre de 1994, durante la Primera Cumbre de las
Américas realizada en Miami, el gobierno de los Estados
Unidos propuso a los 34 países del continente, con excepción
de Cuba, establecer el ALCA a partir del 1º de enero del
2004, una fecha que luego se postergó un año por la
resistencia de Brasil y Venezuela.
Según la idea norteamericana, el acuerdo tendería a
garantizar el acceso a los mercados para los productos
industriales y agrícolas a través de la eliminación de
barreras arancelarias, inversiones, servicios, compras
gubernamentales, defensa comercial (derechos antidumping y
compensatorios), propiedad intelectual, políticas de
competencia y establecimiento de un mecanismo regional para
la solución de las controversias.
Más claramente esto quiere decir, por ejemplo, que regiría
en la región el derecho a la libre inversión, que le
permitiría a una empresa multinacional demandar a los
gobiernos que adopten políticas que reduzcan sus beneficios.
O también la creación de tribunales comerciales
reemplazando a los jueces y cortes nacionales, la
desregulación y privatización de servicios y bienes públicos
(educación, salud, energía), la prohibición de políticas
estatales orientadas a favorecer el uso de bienes locales,
la apertura de las compras y contrataciones estatales a
todas las empresas del continente y la expansión del derecho
de propiedad intelectual.
No es poca cosa, por cierto. Pero el ALCA no es,
evidentemente, sólo un acuerdo de integración comercial,
sino el punto de partida de una concepción global sobre el
modelo socioeconómico, la soberanía y el rol de los estados
nacionales. Se trata de un proyecto que procura consolidar
una zona de dominación en toda América, controlando áreas de
inversión de capital, capturando las materias primas y
explotando mano de obra a bajísimos costos.
El brasileño Luis Felipe Lampreia, que fue ministro de
Relaciones Exteriores durante la presidencia de Fernando
Henrique Cardozo, asegura que los resultados del ALCA serán
los mismos que dejó la integración de México con los Estados
Unidos a través del NAFTA, "que no provocó un efecto
notable en la reducción de la pobreza y benefició a las
grandes empresas en desmedro de las menores" y subraya
que el país del norte "no está dispuesto a dar ayuda
estructural como los países europeos ricos les dieron a los
menos ricos". Es una pena que los ex-cancilleres, y los
ex-funcionarios en general, digan en el llano lo que no
dijeron ni hicieron cuando ejercían una posición de poder.
Más tajante, Torcuato Di Tella, el secretario de Cultura de
la Nación, que lamentablemente tampoco se sienta en la mesa
de negociaciones, define al ALCA como "un cazabobos" y cree
que "está destinado al fracaso, porque esas asociaciones
comerciales funcionan sólo entre pares, o entre países ricos
que están dispuestos a ayudar a los pobres, y no es éste el
caso". A partir de eso pronostica que "no va a haber ALCA",
lo que resulta bastante más discutible, ya que los Estados
Unidos no parecen dispuestos a tolerar que su propuesta
naufrague.
No hay que olvidar, en este plano, que Estados Unidos
necesita acentuar el control de su "patio trasero" para
incrementar las exportaciones hacia un mercado de 800
millones de personas y un producto bruto interno de 11.000
millones de dólares (reduciendo, simultáneamente, el déficit
comercial y los niveles de desempleo), dominar la energía y
otros recursos estratégicos y hegemonizar la región para
competir con la Unión Europea y las naciones asiáticas
lideradas por Japón.
Los subsidios agrícolas
Pese a su empeño en imponer el ALCA, es obvio que los
Estados Unidos parecen dispuestos a otorgar muy pocas
concesiones. Es lo que ocurre con la cuestión de los
subsidios agrícolas en territorio norteamericano. El agro
estadounidense es, como se sabe, muy dependiente de la ayuda
de su propio Estado y pretende, conservando ese respaldo,
invadir con sus productos los países latinoamericanos
aniquilando virtualmente a vastos contingentes campesinos
que no cuentan con subsidios de sus tesorerías.
Actualmente, Estados Unidos utiliza 20.000 millones de
dólares anuales en subsidios a la producción y otros 5.000
millones para créditos subsidiados para financiar las
exportaciones a la región. Y el gobierno de George Bush no
está dispuesto, ni seguramente ningún otro que pudiera
sucederlo, a descuidar los votos de los conservadores
productores agropecuarios de unos quince estados decisivos
en cada elección.
La negativa de Estados Unidos a variar sustancialmente su
política de subsidios al sector agropecuario es hoy una de
las trabas fundamentales de las negociaciones. "Sería
difícil imaginar un acuerdo de libre comercio con tarifas
cero y todavía subsidios distorsivos para las exportaciones
del hemisferio", acaba de puntualizar el jefe de la
división ALCA del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Brasil, Tobal Da Silva Nunes.
El juego del "tomo todo"
Como ya se señaló, para los Estados Unidos obtener fabulosas
ganancias comerciales con el ALCA es muy importante, pero no
más que formalizar su dominación económica, política y
militar del continente. Ciento ochenta y un años después que
James Monroe formulara las bases de un proyecto de hegemonía
total, sintetizado en la consigna de "América para los
Americanos" y traducido en una seguidilla de
intervenciones militares , especialmente en Centroamérica y
el Caribe, los Estados Unidos parecen venir por todo.
En palabras de Adolfo Pérez Esquivel, el premio Nobel de la
Paz, "el peligro que representa el ALCA -definido por
algunos estadistas latinoamericanos como "la anexión a EE.UU."
más que un tratado comercial-, no puede tampoco ser visto
como un hecho aislado. Forma parte de un proyecto de
dominación que abarca además la "integración" de las fuerzas
armadas de la región -objetivo preciso de los recientemente
suspendidos ejercicios militares "Aguila III"-, el
condicionamiento permanente del FMI, el Banco Mundial y
demás "acreedores" de la deuda eterna y las fuertes
presiones del gobierno de EE.UU en contra de las posiciones
avanzadas por Argentina y el resto del Grupo de los 22 en la
OMC".
"Es decir que vienen por mucho más: desde el oro de
Esquel hasta las aguas del Iberá, pasando por la
privatización de la educación y la salud y la
mercantilización de todos nuestros derechos humanos. Por eso
se exige a la ciudadanía y al gobierno una alerta máxima y
un cambio todavía más a fondo en las estrategias adoptadas",
añade.
El endeudamiento de los países latinoamericanos es, como
señala Pérez Esquivel, una poderosa palanca de control en
manos de Washington. Porque a través de la deuda externa,
ilegítima, inmoral e ilegal en buena parte, los Estados
Unidos han conseguido imponer políticas de ajustes
estructurales que han arruinado a los pueblos del
continente.
El brazo armado del libre comercio
La creciente militarización de la región no es, tampoco, un
tema menor. La nueva avanzada militar se hizo patente con el
Plan Colombia, destinado supuestamente, en un principio, a
la lucha contra el narcotráfico, pero que se fue
transformando, especialmente a partir de los atentados a las
Torres Gemelas, en una fuerte presencia norteamericana en el
combate "contra las fuerzas terroristas y/o insurgentes" (leasé
FARC, ELN).
Algo de todo esto había anticipado en 1996, durante la II
Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas,
realizada en Bariloche, William Perry, el ex-jefe del
Pentágono: "La región es la fuente de recursos vitales
para nuestra seguridad y bienestar, (en la medida en que
América Latina) es el tercer mercado en importancia para
nuestras exportaciones".
En los últimos años, Estados Unidos desplegó no menos de 20
bases militares en América Latina y el Caribe. En lo que
respecta a Argentina, además de la base que instaló la OTAN
en 1982 en las Islas Malvinas, se denunció no hace mucho las
andanzas de "marines" en Mazaruca, en el delta entrerriano,
la oficina permanente de la DEA en Salta y la presencia
militar norteamericana en Misiones, cerca de la zona de la
"Triple Frontera". Esa área, donde convergen Argentina,
Brasil y Paraguay, alberga, según Washington, "células
dormidas" del terrorismo islámico, pero no cabe duda que el
objetivo central de Estados Unidos es el control del Sistema
Acuífero Guaraní, una enorme reserva de recursos hídricos.
Por otra parte, las tropas norteamericanas quieren carta
blanca para sus crímenes de guerra y delitos de lesa
inmunidad: después que la Casa Blanca se negara a firmar el
Tratado de Roma, que en 1998 creó la Corte Penal
Internacional, los Estados Unidos empezaron a presionar a
los países de la región (y de todo el mundo) para conseguir
inmunidad para sus soldados y diplomáticos. Un nuevo golpe a
la legalidad internacional que, no obstante, ya fue
"aceptado" por 40 naciones que suscribieron, en su momento,
el Tratado de Roma.
La nueva situación política en América Latina
Una década atrás los Estados Unidos hubiesen podido, quizás,
imponer el ALCA con bastante facilidad, pero en los últimos
años el fracaso del neoliberalismo, con sus secuelas de
empobrecimiento generalizado, enorme exclusión y
multiplicación de las desigualdades sociales, fue tan
notorio que hasta algunos regímenes políticos alineados con
Washington vacilan en firmar el acuerdo.
Esos regímenes ya no pueden ignorar la resistencia que
generan las políticas de ajuste en sus propios pueblos. Una
resistencia que, en pocos años, arrasó con presidentes como
Fernando de la Rúa en Argentina y Sánchez de Lozada en
Bolivia, impidió el derrocamiento de Hugo Chávez en
Venezuela, catapultó a Lula a la presidencia de Brasil,
trastocó institucionalmente a Ecuador y Perú y erosionó
sistemas políticos tan sólidos como el mexicano.
Los gobiernos que no satisfacen, aunque sea mínimamente, las
demandas populares pierden rápidamente legitimidad y la
necesidad de transformaciones sociales, económicas y
políticas profundas ocupa hoy el primer lugar en la agenda
de los pueblos latinoamericanos. En ese marco, la ocasión no
es demasiado propicia para que los gobiernos obedezcan
ciegamente los dictados del Departamento de Estado.
Sería ingenuo pensar, de todos modos, que el conjunto de las
sociedad latinoamericanas rechaza el ALCA. Porque los
grandes grupos empresarios locales vinculados al sector
exportador, asociados al capital globalizado, se alinean, en
función de sus intereses económicos, con la política
norteamericana. Y operan como modernos "caballos de Troya"
en la batalla planteada.
La Campaña Continental contra el ALCA
Ese nuevo escenario político se fortaleció y fortalece,
simultáneamente, los movimientos de resistencia al acuerdo,
agrupados fundamentalmente alrededor de la Campaña
Continental de Lucha contra el ALCA. Ese movimiento es hoy
uno de los ejes aglutinantes de la lucha contra el
neoliberalismo en la región y con la iniciativa de las
denominadas consultas populares consiguió difundir
masivamente, de una manera tal vez impensada en un primer
momento, el sentido y las consecuencias del ALCA para las
naciones latinoamericanas.
En Brasil, poco antes de los comicios que consagraron a
Lula, 10 millones de personas se pronunciaron contra el
ALCA. En la Argentina la campaña logró el respaldo de casi
dos millones y medio de personas y también se realizaron
consultas en México, Chile, Haití, Ecuador, Canadá y Perú.
La Iglesia Católica de nuestro país advirtió, por su parte,
que el ALCA podría traer "consecuencias muy graves,
especialmente en relación con la identidad cultural, los
puestos de trabajo y la misma subsistencia de las economías
más frágiles" y el ex presidente Eduardo Duhalde
escribió que "pareciera que hoy el asociacionismo es,
para EE.UU., una avenida de una sola mano: una cuestión
meramente comercial y de apropiación de nuevos mercados sin
ofrecer contrapartidas suficientes que hagan provechosa para
nuestras economías dicha integración".
En los propios Estados Unidos, el movimiento sindical, que
ya perdió tres millones de empleos desde la creación del
NAFTA, en 1994, ha comenzado a movilizarse contra el ALCA,
conciente de que cegará miles de fuentes de trabajo en su
territorio y le quitará poder de negociación ante sus
patronales.
Un año de definiciones
El 2004 es, sin duda, el año clave para la suerte del ALCA.
Y en este punto aparecen, en trazos gruesos, tres
alternativas posibles: la creación, el año próximo, de un
ALCA similar al ideado originariamente por los Estados
Unidos; un ALCA con un formato distinto, al estilo del "ALCA
ligth" o "ALCA suave" a partir de la oposición de Brasil y
Argentina; o el fracaso total de las negociaciones y el
hundimiento de la propuesta del acuerdo.
La primera alternativa es difícil de imaginar, más allá de
que los sectores fundamentalistas de los Estados Unidos no
se resignan a desecharla. "No vamos a aceptar un ALCA sin
reglas comunes y a varias velocidades", proclama John
Murphy, el vicepresidente de la Cámara de Comercio
Norteamericana, un organismo que agrupa a poderosas empresas
transnacionales de ese país. Desde la otra vereda, un
pensador progresista, el sociólogo Atilio Borón, cree que el
margen de maniobra de los opositores al acuerdo resulta
escaso, ya que el accionar norteamericano en política
exterior a lo largo del siglo XX enseña que Washington puede
realizar concesiones en otros partes del mundo "pero
resulta particularmente inflexible a la hora de otorgar
prebendas en lo que considera su área de influencia directa
y hasta ´doméstica´: América Latina".
Sin embargo, Estados Unidos no es omnipotente y tras su
indudable fortaleza militar descubre una enorme fragilidad
económica, con su enorme deuda y su abultado déficit
comercial.
En los últimos tiempos las negociaciones tuvieron más que
ver con el "ALCA ligth" y se desarrollaron en dos niveles:
un primer nivel donde acordarían todos los países, con
compromisos y obligaciones básicas comunes. Y un segundo
nivel donde cada país "decidiría" hasta que punto avanzar en
la propuesta del ALCA original.
Las cancillerías de Brasil y Argentina definieron el viraje
de las negociaciones hacia terrenos de un ALCA ligth como un
triunfo importante. Luiz Moniz Bandeira, un experto
brasileño en relaciones internacionales, juzga incluso que
"el ALCA light es lo mismo que nada. Se disuelve".
Sin embargo, la visión de los integrantes de la Campaña
Continental de Lucha contra el ALCA es diametralmente
opuesta: están convencidos de que el ALCA ligth es aún más
peligroso, ya que cada país, en forma individual será más
débil al momento de negociar con Washington.
Lo cierto es que, actualmente, la negociación global del
ALCA está empantanada y luego del fracaso del encuentro en
Buenos Aires, a fines de marzo, se decidió postergar sin
fecha la reunión hemisférica que debía en Puebla, México, el
23 de abril. "El ALCA se parece cada vez más a uno de
esos matrimonios que, de tan anunciados, muchas veces quedan
al borde del naufragio antes de concretarse", graficó la
situación un periodista argentino.
Pero frente a ese empantanamiento, Estados Unidos redobló la
presión para lograr Tratados de Libre Comercio (TLC), o sea
pequeños ALCAS, con cada uno de los países de la región. A
los que concedieron todo desde un principio, como México,
Canadá, Chile, Perú y Colombia, se empezaron a sumar
naciones de América Central y la zona andina. La estrategia
apunta, obviamente, a aislar a Brasil, Argentina y Venezuela
y forzarlos a negociar sin hacer, de su parte, ninguna
concesión. O sea, extender en la práctica el ALCA aunque
algunos países se nieguen a firmar, llevando a la práctica
la concepción del Secretario de Comercio de Estados Unidos
cuando dijo, no hace mucho, que las naciones que se muestren
renuentes "terminarán haciendo acuerdos de libre comercio
con la Antártida".
Un compromiso con el futuro
¿Deben los gobiernos latinoamericanos que conservan alguna
cuota de dignidad soportar las extorsiones y chantajes de
Estados Unidos?. Con lenguaje de diplomático, el canciller
argentino Rafael Bielsa afirma que "si queremos
beneficios concretos para nuestro país tenemos que
involucrarnos y defender nuestras condiciones. La no
participación sólo puede acentuar las desventajas
existentes, acrecentadas por los compromisos que asuman
entre si quienes formen parte de un futuro acuerdo".
Más directo, el experto brasileño Moniz Bandeira, después de
recordar que "en el poder no se hace lo que se quiere,
sino lo que se puede", señala que romper con el ALCA
"crearía una ruptura con Estados Unidos".
Ciertamente, hay países como Noruega, Islandia o Suiza que,
sin enrolarse en las grandes macroáreas mundiales, no viven
aislados y prosperan con su esfuerzo y comerciando con todo
el mundo. Sería una torpeza extrapolar esas realidades a la
situación de Argentina o Brasil, pero está claro, también,
que sería inaceptable renunciar a la soberanía nacional.
Para confrontar el ALCA, Latinoamérica debe diseñar un
verdadero proyecto de integración regional que, a la par que
potencie la capacidad negociadora de la región frente a los
países más poderosos del mundo, garantice la soberanía
nacional, el desarrollo económico, la igualdad social, la
equidad de género, los derechos humanos, las identidades
culturales y la protección del medio ambiente.
El ALCA imaginado por los Estados Unidos en 1994 está
herido, pero no ha muerto. Los pueblos latinoamericanos
tendrán que seguir presionando y movilizándose, sin bajar la
exigencia de que, en cada país, se realicen plebiscitos
vinculantes para que las sociedades se expresen en un tema
esencial para el futuro de nuestros naciones. Y esta lucha
debe desarrollarse con energía, creatividad y la profunda
convicción de que las nuevas generaciones de
latinoamericanos no perdonarían jamás una rendición que nos
condenaría al triste papel de colonias de los Estados
Unidos.
Roberto Reyna
Revista "Desafíos Urbanos"
CECOPAL
11 de mayo de 2004
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