Ante la
ofensiva liberalizadora de Estados Unidos
¿Integración
o apertura? |
Las movilizaciones
populares que recientemente se han desarrollado en Colombia
son una prolongación de las grandes acciones de masas que
en el resto del mundo
se han hecho sentir contra los avances y raíces
del neoliberalismo
económico.
El 18 de mayo, en Cartagena,
Colombia, Ecuador y Perú iniciaron una ronda de
conversaciones con Estados Unidos en la perspectiva de
firmar un tratado de libre comercio con Washington. De esa
manera, se está adecuando la antesala del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA), que por estos días empieza
a tomar nuevos aires en la dinámica económica y política
norteamericana, según se observa en los periódicos y
revistas especializadas en economía.
Causa hilaridad escuchar y leer
a los responsables de la imposición de la apertura económica
colombiana, como Rudolf Homes, Armando Montenegro, Luis
Alberto Moreno y a los actuales voceros neoliberales
liderados por el presidente Álvaro Uribe, indicando que el
pueblo es cavernícola, violento y manipulado por agitadores
profesionales.
En la aldea global que pasó a
ser el mundo son claros y contundentes los ejemplos de
desastre social a los que han llevado acuerdos de libre
comercio similares a los que hoy encaran Colombia, Perú y
Ecuador. Acuerdos probadamente diseñados por la Organización
Mundial del Comercio (OMC) y las grandes transnacionales
estadounidenses y europeas que procuran controlar la
política alimentaria del mundo, los servicios públicos
esenciales y energéticos, para crear una subordinación
hemisférica entorno a sus propios intereses.
En naciones como Guatemala, El
Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica y República
Dominicana ya se ha visto cómo, tras los tratados de libre
comercio suscritos con Estados Unidos, se ha incrementado la
pobreza y se han desarticulado las legislaciones laborales y
sociales.
Lo mismo ocurrió en México,
socio de Estados Unidos y Canadá en el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte. En 2002, según informó en
noviembre del año pasado el Economic Policy Institute, se
perdieron en ese país cerca de 880.000 empleos, en su
mayoría calificados, sobre todo en las industrias
manufactureras. Esos puestos de trabajo fueron reemplazados
por “empleo basura”, escasamente calificado y muy mal
remunerado, por ejemplo en las maquilas.
Informes de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), así como de organizaciones
de defensa de los derechos humanos, han venido alertando
sobre las pésimas condiciones laborales imperantes en los
países centroamericanos y mexicanos. Los convenios
fundamentales de la OIT han pasado así a ser letra muerta en
las legislaciones nacionales, bajo el mando de las políticas
de flexibilización laboral adoptadas para facilitar la
“inversión”.
En el sector agropecuario de
esas naciones los pequeños productores están desapareciendo
y llevados a emigrar hacia los cinturones de pobreza de las
áreas urbanas, pues los tratados de libre comercio sólo
priorizan los intereses de las grandes corporaciones
transnacionales agrícolas, que imponen sus precios y
aniquilan a las producciones agrícolas ancestrales de los
campesinos locales. A ello se suma la competencia desleal de
los productos estadounidenses, largamente subsidiados en
origen.
Paralelamente, las reglas
contempladas en el TLC para las inversiones agrícolas o de
alimentos pasan por encima de las regulaciones
medioambientales. Los conflictos referidos al medio ambiente
y la biodiversidad (según el Centro Internacional de
Agricultura Tropical, Estados Unidos debe enfrentar pleitos
ambientales por más de mil millones de dólares) en los
países centroamericanos y en México son dirimidos en
tribunales privados, sin control ninguno de los sistemas
judiciales de los países afectados.
Está claro por otra parte que
los servicios públicos esenciales entran también en el juego
y el negocio, generando una peligrosísima subordinación a
las reglas de libre comercio. ¿Qué pueden esperar los pobres
del mundo cuando la salud, la educación, el trabajo, la
energía, la distribución de tierras, los servicios
medioambientales sean considerados “barreras al comercio”, y
con las multinacionales y transnacionales pendientes de
entrar en el negocio de la administración de los servicios,
bajo el pretexto de la debilidad de los Estados para el
control de la corrupción y la politiquería?
En América Latina, son numerosos
los gobiernos que han cedido a las presiones de las
transnacionales para otorgar todo tipo de facilidades
fiscales, cambiarias y de crédito a los inversionistas
extranjeros, llegando incluso a ofrecerles la eliminación de
los controles ambientales y las regulaciones sociales, para
que puedan operar con entera libertad. Se ha llegado al
extremo de ofrecer como ventaja atractiva a los
inversionistas la prohibición de sindicatos en las zonas de
maquila.
Entonces, ¿integración o
apertura? En la región se han debatido diversas estrategias
de inserción en la globalización: unos proponen que se
consoliden los diversos grupos regionales (Mercosur, CAN,
CARICOM, SICA) y de su fusión se constituya el ALCA, en lo
que se ha conocido como estrategia de construcción por
bloques. Esta estrategia, impulsada por Brasil, busca
consolidar bases de competencia regional antes de ingresar a
una competencia abierta con Estados Unidos. Sin embargo, las
dificultades que vive el Mercosur por la recesión argentina
y la crisis de la Comunidad Andina han generado graves
dificultades al proceso de negociación por bloques. Por esta
razón, países como Chile, Colombia y Costa Rica han caído en
la política privilegiada por Estados Unidos en el sentido de
ir ingresando al mercado del norte en forma individual.
Fortalecer y mejorar la acción
de los estados para garantizar la efectiva regulación de las
corrientes financieras que están creando inestabilidad y
volatibilidad en la región aparece hoy como esencial. En esa
lógica, hay que destacar la importancia de las políticas
nacionales, basadas en las especificidades culturales, para
enfrentar la globalización.
Luis Alejandro Pedraza
© Rel-UITA
27 de mayo de 2004
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