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El TLC:
Un tratado entre desiguales |
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Los
tratados de libre comercio comienzan a multiplicarse.
Estados Unidos los ha suscrito con Chile, además del que se
estableció con México y Canadá en 1994, y los está
impulsando en Centroamérica y en otras regiones del mundo,
particularmente Asia.
La
primera conclusión que sacamos de este hecho es que un TLC
con el Ecuador es un acuerdo que no nace a partir de cero.
No. El TLC responde a una estrategia de Washington de
consolidar su dominación; y será apenas con unas pocas
variaciones, en su mayoría sin mayor trascendencia, el mismo
texto "sufrido" ya por otros países. A propósito, el
tratadista argentino Alejandro Teitelbaum afirma que "en
realidad se trata de que firmen un contrato de adhesión al
tratado tipo que ya tiene preparado y les presenta los
Estados Unidos, y la negociación consiste en tratar de
introducir algunos retoques formales al tratado tipo
estadounidense". Por tanto, todos los esfuerzos de los
negociadores de los tres países andinos no irán más allá de
obtener concesiones en ese espacio de la propuesta que
Estados Unidos la puso allí a propósito: para ceder un tanto
pero asegurar, al mismo tiempo, lo que más le interesa y que
ha sido suscrito con el resto de países: el tratamiento
privilegiado a las inversiones, el reconocimiento del
concepto estadounidense de propiedad intelectual.
¿Qué es un TLC?
Un TLC no
es, en estricto sentido, un acuerdo de intercambio
comercial. Va más allá. Es un acuerdo, que, además de ser un
modelo aplicado en los distintos casos, es un tratado entre
desiguales, aborda materias que profundizan la desigualdad.
Por
ejemplo, la libertad de entrar y salir capitales sin
restricción alguna y recibiendo un tratamiento como si
fuesen capitales nacionales. Por tanto, con una doble
ventaja: ser considerados nacionales pero ser juzgados
internacionalmente. Es un acuerdo entre desiguales, no sólo
por el tamaño de las economías que negocian y las
condiciones de tratamiento a la inversión norteamericana,
sino por las intenciones de una de las partes, los Estados
Unidos, de mantener las desigualdades creadas por los
subsidios norteamericanos a su agricultura, lo que impide
competir en condiciones similares.
Y como
corolario de la desigualdad, junto a la apertura de
mercados, está aplicándose un agresivo cierre de las
fronteras para la libre circulación de las personas. En el
TLC circulan los bienes y los capitales, pero se encarcela
en las fronteras nacionales a las personas.
EEUU quiere el control de América Latina
Sobra decir
que estos TLC están dentro de la estrategia norteamericana
en su confrontación con la Unión Europea. Estados Unidos
quiere asegurar el control del continente, lo que incluye
control militar en tiempos de la guerra contra el llamado
terrorismo. Su primer intento fue la propuesta de una Área
de Libre Comercio de las Américas ALCA, en la cual no ha
insistido, porque es evidente la resistencia,
particularmente de los países del Cono Sur, a aceptar las
condiciones estadounidenses.
Una vez
archivado el ALCA, ha optado por impulsar los tratados
bilaterales.
Los
tratados de libre comercio no tienen, como contrabalance, un
proceso de integración en otras esferas, como la política,
la cultura, etc. Paradójicamente, no son acuerdos
estrictamente comerciales, invaden otros aspectos, pero no
consideran un análisis, por ejemplo, del desarrollo político
y cultural de nuestros países. Insistimos constantemente en
estas cartillas, en la propia confesión de Robert Zoellick,
secretario de Comercio de los EE.UU., que significa una
definición más pragmática y desnuda de lo que es el TLC:
"los tratados comerciales pueden ser más útiles que el FMI
para conseguir que los países en desarrollo hagan reformas".
Y las
reformas no pueden ser otras que las privatizaciones o los
ajustes, para asegurarse la apertura comercial de las
economías nacionales mayor aún de la que ya existe, la
aceptación de la pérdida de soberanía en los litigios entre
las multinacionales y los Estados, la prohibición de
controles sobre los movimientos de capitales, la aceptación
de los principios norteamericanos sobre propiedad
intelectual en detrimento de la propiedad ancestral de los
pueblos sobre los principios científicos naturales; y
naturalmente, el compromiso -no podía ser de otra manera,
tratándose de "socios"- de participar en la cruzada
antiterrorista bajo los parámetros establecidos por los
Estados Unidos.
Un TLC, en
síntesis, es un renunciamiento a la posibilidad de un
desarrollo nacional y sostenible, un desarrollo que se
sustente en lo que queremos ser como comunidad, integrados
al mundo, pero no sacrificados en nombre de la
globalización.
Con el TLC,
ya no hay políticas públicas en función de las necesidades
de la población, sino silencio público en nombre de la
rentabilidad del capital multinacional; y sin posibilidad
alguna de defender la producción local, a riesgo de ser
acusados de "proteccionistas".
Ese es el
espejismo del TLC: bajo la fórmula del libre comercio se
comprometen asuntos ajenos al comercio, y se consagran
profundas desigualdades que no harán sino agravarse en el
futuro, en caso de suscribirse el Tratado de Libre Comercio.
Por tanto, la insistencia con los TLC obliga a poner
nuevamente en discusión nuestras ideas sobre el desarrollo,
sobre el papel del Estado y sobre las formas en que se hace
política. Por lo tanto, es imprescindible buscar una
alternativa a propuestas como el ALCA o los TLC actuales. En
ese sentido, se está hablando de crear un "regionalismo
autónomo", lo que significa la autonomía de los países, pero
en el marco de una coordinación regional de América Latina,
y para efectos de promover el desarrollo y la seguridad
alimentaría a nivel regional, ya sea como países andinos
agrupados en la Comunidad Andina de Naciones CAN, o en el
estrechamiento de lazos entre la CAN y MERCOSUR. Una
autonomía regional que implica una institucionalidad
regional, democrática, afirmada en la ciudadanía.
Sueño y pesadilla del mercado estadounidense
Buscamos, a
través de estas cartillas, rescatar el debate sobre el
Tratado de Libre Comercio de los límites que le han impuesto
los negociadores, la opinión pública, el gobierno y algunos
analistas económicos. ¿Bajo qué límites se ha encerrado el
debate?
En primer
lugar, para quienes defienden el TLC, el ámbito exclusivo
del mismo es el sueño del mercado estadounidense. El sueño
de llegar a cerca de 300 millones de "consumidores" que,
según nuestros voceros neoliberales, están "ansiosos" por
consumir lo que podemos venderles. Pero también, junto a los
millones de consumidores, hay miles de millones de dólares
que harán del sueño de la apertura una pesadilla. Porque el
TLC es un modelo de control global que los Estados Unidos ya
lo está poniendo en práctica en varios países.
En segundo
lugar, el argumento de que no podemos quedarnos fuera del
TLC si lo firman Colombia y Perú, más que un límite al
debate, es ponerle un bozal al debate.
En tercer
lugar, la desigualdad entre nuestros países y los Estados
Unidos, quiere ser visto, por los partidarios del TLC, como
una simple diferencia de competitividad que podemos
corregirla. Pero ese no es el tema. La desigualdad es el
alma del modelo que se quiere imponer. En el mantenimiento y
la profundización de las desigualdades, radica todo el
beneficio que buscan las transnacionales norteamericanas. No
es un modelo de intercambio comercial sin barreras lo que
está en juego. Es un modelo de colonialismo sin ejércitos.
Javier
Ponce *
Convenio La Insignia / rel-UITA
30 de mayo
de 2005
*
Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales
(ILDIS)
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