El hecho luctuoso y la revuelta
popular que sacudía la normal
tranquilidad de Duitama -un pueblo
de provincia en Boyacá- obedecía a
la realización del paro cívico
nacional convocado por las centrales
sindicales y asociaciones campesinas
contra el gobierno del doctor
Alfonso López Michelsen,
autodenominado “El mandato claro”.
La finalidad del paro era
contrarrestar las medidas
antipopulares en lo laboral,
económico y social.
El abuso de la fuerza pública en la
confrontación popular al régimen
dejó en el país varios sindicalistas
muertos y muchos trabajadores
heridos, y la sentencia por
televisión y radio del presidente
López: “El paro es ilegal y
político”, a la vez que sostenía en
sus manos la prueba suprema: un
puñado de clavos retorcidos. Tenía
un tono de voz como ahogado por las
humaredas de las barricadas y el
llanto de los familiares de los
caídos.
El ex presidente López nació
en Bogotá el 30 de junio de 1913 y
falleció el 11 de julio de 2007. Con
una fenomenal cobertura sobre su
muerte, los medios de comunicación
eclipsaron el duelo de Colombia
entera por la masacre de los
diputados secuestrados por las
FARC. Durante tres días los
medios empalagaron a la opinión
pública con elogios al “gran
estadista, gran polemista, pensador
americano, contradictor lúcido,
hombre del buen vivir con corte
inglés, vallenatólogo* y
parrandero”. Tales fueron las
expresiones de sus aduladores, que
también destacaron su “inigualable
inteligencia” cuando sus críticos lo
denominaron “delfín aristócrata”
-por ser hijo de otro ex presidente-
y él contestó: “Claro que le es más
difícil pasar por bonita a la hija
de una reina que a una mesera chusca**”.
Mientras a la opinión publica le
vendían la idea de la muerte de un
“prócer”, el otro duelo de elite lo
vivían los neoliberales, alumnos de
las tesis del doctor López
sobre la Revolución Verde, el
desarrollo de la agricultura
industrial y agroquímica y el
monocultivo intensivo que siempre
impulsó y defendió como gobernante.
En su prolífica actuación como
periodista publicó sesudos análisis
sobre las bondades del desarrollo de
la ciencia aplicada al campo,
sirviendo “curiosamente” de antesala
a la presencia de nuevos programas
de cultivos de multinacionales como
Monsanto, que ahora
contaminan biológicamente con su
“semilla del diablo” -maíz
transgénico- en detrimento y
exterminio de las variedades nativas
y de la soberanía alimentaria.
Mas allá de evocar al ilustre ex
presidente por sus supuestas
genialidades vendidas por un club de
aduladores, el pueblo debe
recordarlo como el intelectual que
apoyó la industrialización de la
agricultura provocando la expulsión
de miles de familias del campo; que
apoyó la biotecnología de
transnacionales como Monsanto,
lo que equivale a poner la
investigación científica y pública
en manos privadas no con fines no
sociales, sino monetarios y con el
agregando que los productos
transgénicos no mejoran la dieta de
los pobres, sino que la empeoran. Se
trata de un modelo agrícola de
interminables monocultivos
–desiertos verdes– propiedad de unos
pocos latifundistas. Como dijera
Paulo Freire en su Pedagogía
del oprimido refiriéndose a los
latifundistas: “Pasan de opresores a
oprimidos”, pues, con el nuevo
modelo de agricultura, tendrán que
comprarle cada año a la
transnacional respectiva las
semillas transgénicas patentadas,
los fertilizantes, los biocidas,
pero además venderles sus productos
para su transformación posterior en
la cadena de la neoesclavitud
alimentaria.
El ex presidente López,
entonces, fue gestor en Colombia
de la bioservidumbre, fue un
“Terminator” de la soberanía
alimentaria, de la biodiversidad y
de algunos sindicalistas cuya muerte
se llevó en la conciencia.
En Bogotá, el pasado 13 de julio a
las 12:30 p.m. el sol se ocultó, y
una brisa fría acompañada por una
bruma gris envolvía como en un manto
de despedida el cortejo fúnebre que,
presidido por una limusina,
trasladaba los despojos mortales del
ex presidente al Cementerio Central.
Iba seguido por un enjambre de
militares en moto, y luego una cinta
negra de dolientes que se perdía en
el fondo oscuro de la Carrera
Séptima. Mientras observaba la
marcha, un parroquiano con cara de
curioso y un paraguas que en su
tiempo debió ser negro, comentó con
sorna popular: “Dedicó la vida a ser
un gran estadista, tanto que no le
quedó tiempo para hacer un buen
gobierno”.
En Bogotá, Luís
Alejandro Pedraza
©
Rel-UITA
17
de julio de 2007 |
|
|
|