Alienación de las guerras

 

Uno de cada cuatro soldados estadounidenses sufre enfermedades mentales cuando regresa de Iraq y Afganistán. Los heridos regresan y descubren que los hospitales militares no cumplen las normas higiénicas y sanitarias mínimas. Allí esperan hasta un año y medio para recibir un tratamiento que la mayoría de las veces es inadecuado.

 

Las guerras de Iraq y Afganistán ya han provocado secuelas mentales a más de 30.000 soldados estadounidenses, según el último estudio de la Asociación Americana de Médicos. La mayoría padece un estrés postraumático conocido como “síndrome de Vietnam”; tienen pesadillas constantes y sufren escenas restrospectivas en su memoria. También se han detectado ansiedad, depresión y consumo habitual de drogas. La mitad de ellos sufren más de una enfermedad.

 

Son otras consecuencias de las guerras. Los soldados se enfrentan a un ambiente de lucha contra la actividad guerrillera, bajo la continua amenaza de las bombas. De ahí a la locura hay un paso. Expertos militares afirman que el ejército podría llegar a un deterioro similar al que había después de la guerra de Vietnam. Así lo han reflejado la matanza de Haditha, donde los marines asesinaron a 24 civiles, y otras masacres posteriores. Se ha demostrado que la presencia de este síndrome se incrementa de forma lineal con el número de combates. Sin embargo, el ejército de EEUU envía a muchos de sus soldados a varias misiones sin que transcurra el tiempo necesario entre una y otra.

 

Los jóvenes son los más afectados. Hay un mayor riesgo de que enfermen porque combaten durante más tiempo y tienen más probabilidades de hacerlo en primera fila. El segundo grupo más perjudicado es el de las minorías hispana y afroamericana, una tercera parte de los enfermos.

 

El miedo no sólo hiere en la guerra, sino que permanece en los soldados cuando vuelven a casa. Se hace más grande cuando tienen que afrontar la realidad de su enfermedad y no se sienten capaces. Menos de un tercio de los militares enfermos utilizan las instalaciones sanitarias del gobierno de EEUU. De ese tercio, el 40% no busca más atención de salud mental cuando conoce su problema. “Esto podría deberse a que el estigma de tener un problema de salud mental es especialmente fuerte dentro de las Fuerzas Armadas”,  explica la Doctora Karen H. Seal.

 

Los heridos regresan y descubren que los hospitales militares no cumplen ninguna de las normas higiénicas y sanitarias mínimas. Allí esperan hasta un año y medio para recibir un tratamiento que la mayoría de las veces es inadecuado. El gobierno de Estados Unidos envía y recibe a sus soldados como si fueran héroes, pero les olvida cuando más ayuda necesitan.

 

El trato sanitario que los soldados reciben por parte del Ejército tampoco les sirve de apoyo. Así lo ha descubierto el The Washington Post al informar sobre lo que ocurre en el hospital militar Walter Reed. Plagado de ratas y cucarachas, hay unas pésimas condiciones higiénicas, además de la escasez de personal. Pero el mayor problema son los laberintos burocráticos. Hay quien ha estado allí durante dos años, a pesar de que la media de estancia debería de ser de 10 meses. Las denuncias de los soldados muestran que es común que el Ejército pierda sus informes. Uno de ellos estaba en silla de ruedas con una pierna amputada, pero recibió una llamada de Defensa; le pedían que volviera a Iraq. Otro tuvo que mostrar sus fotografías y cartas para probar que había estado ya tres veces en el conflicto.

 

Los médicos advierten que el verdadero impacto de estas guerras se conocerá mejor dentro de los próximos dos o tres años, cuando miles de veteranos regresen posiblemente con problemas mentales de mayor gravedad. Sin embargo, existe una oportunidad de intervenir pronto con la detección de las enfermedades y los tratamientos adecuados. Es crucial aprovecharla para impedir que estas enfermedades lleguen a ser crónicas.

 

Más del 65% de la población norteamericana se muestra contraria a la guerra de Iraq, según las últimas encuestas. En la Gran Marcha contra la Guerra han pedido en todo el país el fin de esta barbarie. Muchos lo hacen también cada viernes frente a las puertas del Walter Reed. En sus pancartas hay un reclamo: “Amamos nuestras tropas; odiamos la guerra”. En cambio, el Gobierno se limita a nombrar una comisión para investigar el escándalo del hospital, mientras pide el envío de más soldados. No es sólo la alineación de los soldados. Son también los muertos, los otros heridos, el continuo despilfarro. La guerra es, en sí misma, una locura. 

 

José A. Fernández Carrasco

CCS - España

2 de abril de 2007 

 

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