En la hermosa ciudad puerto de Valparaíso, el 26 de junio de
1908, hace hoy 100 años, nacía Salvador Allende,
Presidente que pagó con su vida la fidelidad a las instituciones
de Chile. Fue una de las figuras principales en el
proceso fundacional del Partido Socialista de Chile.
En una de sus entrevistas con el Che Guevara, éste le
obsequió su libro “Guerra de Guerrillas” con una dedicatoria en
la que señaló: “Al compañero Salvador Allende, que busca
lo mismo que yo, por otros caminos”. La historia indica, sin
embargo, que ambos, aunque habían optado por vías distintas
para el cambio revolucionario, fueron asesinados por el mismo
enemigo imperial al que debieron enfrentar por las armas.
“En la muerte se revela el secreto de la vida, su secreto de
fondo” escribió Miguel de Unamuno. Guevara y
Allende -unidos por objetivos comunes- marcan un camino de
honda transformación social al que apuntan los pueblos de
América Latina.
Enfrentado desde el primer instante a la traición de los
militares golpistas, Allende dejó marcada en su último
mensaje la firme esperanza en el futuro de Chile. Tuvo la
certeza de la sanción moral que castigaría “la felonía, la
cobardía y la traición”.
Las multinacionales y el imperio habían apostado radicalmente
a cerrar el camino hacia un gobierno popular en Chile.
Edward Korry, embajador de Estados Unidos en Chile
desde 1967 a 1970, ha revelado que, para impedir la elección de
Allende en 1964, que enfrentaba al demócrata cristiano
Frei Montalva, la Agencia Central de Inteligencia (CIA)
de Estados Unidos dispuso 2,7 millones de dólares para
apoyar a Frei.
Ese año concurrimos personalmente a cubrir, para el diario
uruguayo Época, el proceso electoral chileno. Antes de
tomar el avión, en Ezeiza, en alguna revista argentina leímos un
titular a color: “Peligro rojo en Chile”.
En esa elección, además, como una de las formas de
propaganda, partidarios de la democracia cristiana regalaban
radios portátiles con un logo de dicho partido. Miles de
chilenos accedieron a esos aparatos, a los que quitaban
fácilmente la propaganda impresa en ellos. Aquello parecía una
ingenuidad de los asesores publicitarios de la democracia
cristiana. Pero todo estaba bien tramado por los agentes de
propaganda, y a través de las ondas en cadena, varios días antes
de la elección difundieron mensajes de la derecha en las voces
de Juanita Castro, Haya de la Torre y otros
personajes por el estilo.
Recién en la siguiente elección Allende fue elegido
Presidente. Korry, el embajador de Estados Unidos
en Santiago, narra que a comienzos de octubre de 1970 fue
convocado por Richard Nixon y Henry Kissinger a la
Casa Blanca para recibir instrucciones sobre lo que tenía que
hacer en Chile para “hundir a Allende”.
Nixon
estaba furioso y le repitió varias veces que había que “aplastar
rápidamente a ese “h de p…” (“sob”, en inglés). Trascendió
también que al negarse Korry a usar los métodos que
exigían Nixon y Kissinger, el presidente
estadounidense le ordenó que se entendiera directamente con él y
con la CIA.
Durante toda su actuación política Allende se ajustó a
la legalidad, pero la vía pacífica al socialismo no fue aceptada
por la derecha y el imperialismo, que financiaron fuertemente a
la oposición hasta derrocar al gobierno popular. Finalmente, La
Moneda (el palacio presidencial chileno) fue bombardeado con los
cohetes más sofisticados que la industria bélica estadounidense
experimentara en Vietnam. Esos cohetes, de los cuales no
estaba dotada la aviación chilena, fueron enviados expresamente
por Washington. Y aviadores estadounidenses fueron contratados
para adiestrar a los pilotos chilenos en el uso de esas armas
modernas.
Después de la elección de 1964, con Eduardo Galeano
visitamos a Allende, en cuyo domicilio le entrevistamos
largamente. Ya había pasado la tristeza que habíamos detectado
inmediatamente después de la elección -en los barrios humildes
no había ganado Allende, por cierto- y unos días
después, superada la veda electoral, Allende ya arengaba
a los trabajadores en un magnífico discurso, desde el Teatro
Caupolicán.
Las circunstancias del golpe de Estado en Chile ya han
sido informadas hasta por los propios documentos de Estados
Unidos. Pero en la memoria de los pueblos de América
permanecen y permanecerán la lucha ejemplar y el mensaje final
de Salvador Allende, su fe en que más temprano que
tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre
libre.