Dos
hermanos de Rigoberta fueron
asesinados en la tortura. Su madre
también, violada por militares y
sometida a increíbles torturas.
"Sobre eso nunca me callaré -ha
dicho
Rigoberta-, y en cualquier
rincón donde deba pasar haré un
homenaje a mi madre torturada, a mi
hermano fusilado, a mi hermano
quemado vivo y a mi padre, también
quemado vivo".
Perseguida, Rigoberta salió
de su país refugiándose en
Nicaragua, y luego en México,
donde fue amparada por Samuel
Ruiz, obispo de Chiapas. Desde
ese momento, toda su larga prédica
ha sido en defensa de los derechos
humanos y de la paz. Ha reiterado
que se siente cristiana y que, como
tal, sabe que cuando a uno le
golpean una mejilla tiene que
ofrecer la otra; pero -agrega- yo ya
no tengo mejilla que ofrecer.
En
la pobreza, los dolores y el terror
fue formando su conciencia. Y ha
narrado que en ese proceso de
maduración, durante algunos años que
trabajó de sirvienta, se planteaba
qué quería decir, para ella,
explotación; y se interrogaba: ¿por
qué nos rechazan?, ¿por qué al
indígena no lo aceptan? ¿Por qué
antes la tierra era nuestra? Y al
fin logró entender con claridad,
relata: “Fue entonces que me dediqué
a la organización, es decir, a los
demás; y aprendí a distinguir a los
enemigos: el terrateniente, el
soldado, los ricos. Aunque yo
preferiría que a las personas les
naciera la conciencia de otra
manera, no por una historia de
terror encima”.
Su
compromiso de lucha por la paz y los
derechos humanos nació de los
dolores de su país, del sufrimiento
de sus problemas y, en especial, de
la raíz de los mismos, que es el
problema de la tierra.
La
personalidad de Rigoberta y
su probada lucha por los derechos
humanos resultó importante en el
largo diálogo que precedió al pacto
de paz en Guatemala. Antes
había logrado que en Naciones
Unidas se aprobara una “década
de los pueblos indígenas”.
En
su prédica ha visitado numerosos
países. En Uruguay, donde el
gobierno departamental de Montevideo
la designó ciudadana ilustre de la
ciudad, explicó que recorría el
mundo “porque necesito apoyo,
necesito amigos, y no por mí sino
para el éxito de los trabajos y la
lucha que emprendimos”. De sus
viajes aprendió -explica- que hay
que reconocer a las culturas como un
jardín, como un hecho natural, como
reglas naturales del planeta, porque
todas las culturas tienen una cosa
maravillosa: algo para dar.
Tiene, además, gran fe en la
educación: “Si el mundo está
actuando mal -ha dicho- quiere decir
que ha recibido una enseñanza que no
está bien; la cultura de paz es ante
todo educación. Hay que educar para
que un racista sienta que es un
atrasado de muchos años atrás”.
Por
haber informado al mundo el
terrorismo que el poder imperial y
la oligarquía han impuesto en
Guatemala, fue acusada de
traición a la patria y, durante los
años de la Guerra Fría, de
subversiva y comunista.
Si
en las luchas de hoy la campaña de
ataques no consigue impedir la
victoria de Rigoberta,
deberá, desde la Presidencia de su
país, reconstruir el tejido social,
depurar las instituciones, rescatar
la dignidad de la justicia.
No
hay otro candidato tan comprometido
con las raíces de su pueblo, o que
con tanto fervor y reconocimiento
internacional convoque a la acción
“para que los seres humanos no
tengan límites para ser humanos, y
para que crezcan en valores”. Su
propuesta de un nuevo código de
ética para la paz nace de las
aspiraciones, tantas veces
postergadas, de la América profunda.
Sobreviviente de una etapa trágica,
nutre en las tradiciones mayas su
ideario de solidaridad entre los
pueblos. Rigoberta explica
que el indio no sólo no ha sido
exterminado, sino que tiene
conciencia de su responsabilidad
histórica, apertura hacia el mundo,
gran generosidad, la percepción de
que la tierra es de todos y está
listo para ofrecer sus valores como
contribución a la transformación de
la sociedad moderna.
Desde 1984 predica la participación
ciudadana, principio esencial para
la democracia moderna. Por su
conducta intachable, indoblegable,
es una candidata ideal. Tiene la
esperanza de una vida que no
reniegue de los mitos mayas sino que
esté en condiciones de conciliarlos
con una sociedad solidaria, laica,
multiétnica y pluralista.
Será Presidenta si su pueblo
consigue vencer al miedo y al
racismo.