América:

 ¿Un amanecer para los Mayas?

 

Los perseguidos de ayer son los líderes de hoy. Frei Betto ha difundido la buena nueva: hay una primavera latinoamericana. Luego de regímenes militares gestados por el imperialismo estadounidense y de la política neoliberal que concentró la riqueza y multiplicó la pobreza, los pueblos de América Latina reclaman cambios. “Votan a gente con cara de gente” observa Frei Betto: al obrero Lula en Brasil, al indígena Morales en Bolivia, al militante de izquierda Correa en Ecuador, y quizás dentro de poco

-agrega- Fernando Lugo sea elegido presidente de Paraguay y Rigoberta Menchú de Guatemala

 

Rigoberta, nacida en una familia campesina de la etnia maya-quiché, activista por los derechos humanos, Premio Nobel de la Paz en 1992, ha aceptado su candidatura a la Presidencia en las elecciones previstas para el próximo setiembre.  Winaq, el movimiento que la apoya, en dialecto maya significa “la integridad de la persona humana”. Y ese ha sido el objetivo de Rigoberta, en una larga lucha, que es la de su pueblo, contra la pobreza, la arbitrariedad de los terratenientes y de sus Policías privadas, contra los asesinatos, el terror y las masacres perpetrados por un ejército alineado y preparado en las “escuelas” de Estados Unidos y al servicio de la oligarquía.

La vida que ha presenciado Rigoberta Menchú, cuyo testimonio sobre la realidad de su país fue recogido en 1984 por Elizabeh Burgos Debray en una edición de “Casa de las Américas”, es una alucinante serie de atropellos, crímenes y secuestros que alcanzan límites increíbles aún entre los graves dolores padecidos por Latinoamérica.

Nacida en 1959 en Chimel, pequeña aldea en las montañas de Guatemala, Rigoberta, como toda niña maya, vivió en la pobreza.

Una voz de los heridos por la adversidad, el escritor Eduardo Galeano, amigo de Rigoberta, ha dicho: ella nació pobre, lo que es grave. Además nació mujer, y nació india en un país enfermo de racismo, como toda América.

Galeano conoció a Rigoberta en Madrid, en 1980, cuando ella fue a denunciar los horrores cometidos por los militares en su país. “Un país hermoso, mágico, multicolor, multilingüe -relata Rigoberta-, pero con tanto horror que da miedo sólo saberlo”. Sus hermanos fueron asesinados en torturas que cuesta narrar. Su padre, que durante 22 años resistió tratando de que los terratenientes no despojaran de las tierras a su comunidad, encabezó un grupo que marchó hacia la capital para reclamar que el ejército saliera de la zona. Para intentar que la noticia trascendiera y se conocieran los atropellos que padecían ingresaron a la embajada de España. Pero los militares prendieron fuego a la embajada.

Se supone que, asesorados por Estados Unidos, utilizaron, para ese crimen, fósforo blanco, porque se quemaron los cuerpos pero no la alfombra de la embajada y otros objetos.

Dos hermanos de Rigoberta fueron asesinados en la tortura. Su madre también, violada por militares y sometida a increíbles torturas. "Sobre eso nunca me callaré -ha dicho Rigoberta-, y en cualquier rincón donde deba pasar haré un homenaje a mi madre torturada, a mi hermano fusilado, a mi hermano quemado vivo y a mi padre también quemado vivo"

 

Dos hermanos de Rigoberta fueron asesinados en la tortura. Su madre también, violada por militares y sometida a increíbles torturas. "Sobre eso nunca me callaré -ha dicho Rigoberta-, y en cualquier rincón donde deba pasar haré un homenaje a mi madre torturada, a mi hermano fusilado, a mi hermano quemado vivo y a mi padre, también quemado vivo". 

Perseguida, Rigoberta salió de su país refugiándose en Nicaragua, y luego en México, donde fue amparada por Samuel Ruiz, obispo de Chiapas. Desde ese momento, toda su larga prédica ha sido en defensa de los derechos humanos y de la paz.  Ha reiterado que se siente cristiana y que, como tal, sabe que cuando a uno le golpean una mejilla tiene que ofrecer la otra; pero -agrega- yo ya no tengo mejilla que ofrecer.

En la pobreza, los dolores y el terror fue formando su conciencia. Y ha narrado que en ese proceso de maduración, durante algunos años que trabajó de sirvienta, se planteaba qué quería decir, para ella, explotación; y se interrogaba: ¿por qué nos rechazan?, ¿por qué al indígena no lo aceptan? ¿Por qué antes la tierra era nuestra? Y al fin logró entender con claridad, relata: “Fue entonces que me dediqué a la organización, es decir, a los demás; y aprendí a distinguir a los enemigos: el terrateniente, el soldado, los ricos. Aunque yo preferiría que a las personas les naciera la conciencia de otra manera, no por una historia de terror encima”.

Su compromiso de lucha por la paz y los derechos humanos nació de los dolores de su país, del  sufrimiento de sus problemas y, en especial, de la raíz de los mismos, que es el  problema de la tierra.

La personalidad de Rigoberta y su probada lucha por los derechos humanos resultó importante en el largo diálogo que precedió al pacto de paz en Guatemala. Antes había logrado que en Naciones Unidas se aprobara una “década de los pueblos indígenas”.

En su prédica ha visitado numerosos países. En Uruguay, donde el gobierno departamental de Montevideo la designó ciudadana ilustre de la ciudad, explicó que recorría el mundo “porque necesito apoyo, necesito amigos, y no por mí sino para el éxito de los trabajos y la lucha que emprendimos”. De sus viajes aprendió -explica- que hay que reconocer a las culturas como un jardín, como un hecho natural, como reglas naturales del planeta, porque todas las culturas tienen una cosa maravillosa: algo para dar.

Tiene, además, gran fe en la educación: “Si el mundo está actuando mal -ha dicho- quiere decir que ha recibido una enseñanza que no está bien; la cultura de paz es ante todo educación. Hay que educar para que un racista sienta que es un atrasado de muchos años atrás”.

Por haber informado al mundo el terrorismo que el poder imperial y la oligarquía han impuesto en Guatemala, fue acusada de traición a la patria y, durante los años de la Guerra Fría, de subversiva y comunista.

Si en las luchas de hoy la campaña de ataques no consigue impedir la victoria de Rigoberta, deberá, desde la Presidencia de su país, reconstruir el tejido social, depurar las instituciones, rescatar la dignidad de la justicia.

No hay otro candidato tan comprometido con las raíces de su pueblo, o que con tanto fervor y reconocimiento internacional convoque a la acción “para que los seres humanos no tengan límites para ser humanos, y para que crezcan en valores”. Su propuesta de un nuevo código de ética para la paz nace de las aspiraciones, tantas veces postergadas, de la América profunda.

Sobreviviente de una etapa trágica, nutre en las tradiciones mayas su ideario de solidaridad entre los pueblos. Rigoberta explica que el indio no sólo no ha sido exterminado, sino que tiene conciencia de su responsabilidad histórica, apertura hacia el mundo, gran generosidad, la percepción de que la tierra es de todos y está listo para ofrecer sus valores como contribución a la transformación de la sociedad moderna.

Desde 1984 predica la participación ciudadana, principio esencial para la democracia moderna. Por su conducta intachable, indoblegable, es una candidata ideal. Tiene la esperanza de una vida que no reniegue de los mitos mayas sino que esté en condiciones de conciliarlos con una sociedad solidaria, laica, multiétnica y pluralista.

Será Presidenta si su pueblo consigue vencer al miedo y al racismo.

En Montevideo, Guillermo Chifflet

© Rel-UITA

16 de mayo de 2007

 

 

 

 

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