Ambiente propicio ante la pérdida de
poder y autoridad de
Estados Unidos, dice Eduardo
Galeano
Del periodismo, de los pueblos de América Latina
“que se cansaron de bailar salsa al
ritmo del
Titanic”, de la historia
del mundo, del racismo y del
machismo. De su formación académica
en los cafés de Montevideo. De su
estilo literario, que aspira a decir
lo más con menos, carne y hueso sin
grasa, palabra desnuda. De su última
aventura,
Espejos, un libro de
contrahistoria que abarca lo
inabarcable y narra una serie de
historias chiquitas desde el punto
de vista de los que no están en los
libros, los excluidos, los
despreciados. Eduardo Galeano
se engancha fácil para hablar de
todo esto y más con
La
Jornada, diario que
-asegura- también es mi casa.
El uruguayo Galeano tamborilea con los dedos sobre la
talla de una cabeza africana con la
que se ilustra la portada de
Espejos, su obra más
reciente. “Aquí -dice- me paseo por
la historia universal de manera muy
irresponsable”. Se ríe de sí
mismo: Desde el tiempo de las
cavernas para acá, no se me escapa
nada. Claro, lo que más me llega es
lo que pasó en el siglo XX, que el
mío. Ahora, el siglo XXI debe
aprender de lo que ocurrió en el XX.
Lo que ocurrió es el doble fracaso:
por un lado de las sociedades que
sacrificaron la libertad en nombre
de la justicia y, por el otro, las
que sacrificaron la justicia en
nombre de la libertad. El desafío de
los tiempos que vienen es que ellas
dos vuelvan a estar juntitas. La
justicia y la libertad nacieron
siamesas, pero fueron cortadas por
los cirujanos del poder; ahora
quieren volver a estar así, espalda
contra espalda.
De igual manera, convencido de lo que dijo Rosa Luxemburgo,
de que nada hay más revolucionario
que decir lo que se piensa, se
permite expresar sus discrepancias
con Cuba y Venezuela.
Para abrir boca, aborda la objetividad en el periodismo como
una de las mentiras mejor vendidas
como verdad por los amos de los
medios de comunicación.
Relata una conversación que tuvo hace tiempo con un poeta
nicaragüense que nació con el siglo
pasado, José Coronel Urtecho. “Cada
vez que iba a Nicaragua lo
visitaba en la finca que tenía cerca
de la frontera con Costa Rica. Un
día le conté que estaba escribiendo
Memorias del fuego, el
primer tomo. Estaba abrumado porque
me costaba muchísimo tomar
distancia. Escribo de tal manera que
no consigo ser objetivo; amo y odio
a personajes que vivieron hace
cuatro, tres siglos. Los siento como
si fueran mis vecinos, no puedo
tener una mirada que no esté teñida
por el amor o por la bronca. Y él me
dijo algo que fue clave: el problema
de los periodistas es que creen
religiosamente en la objetividad.
Me dijo: quieren ser objetivos para
salvarse del dolor humano. Frase
estupenda. Me dio luz verde, porque
a partir de ahí escribí
despreocupándome de la objetividad.
-Después de tantos años de estar discutiendo el mismo tema,
uno diría que el asunto está
saldado...
-Sí, pero no. Porque los dueños de
la información insisten en
parapetarse detrás del escudo de la
objetividad. Acá en el libro
Espejos, página 290, a
propósito de Vietnam, cito al
curiosísimo periodista
estadounidense George Bayley,
quien con paciencia china midió el
tiempo que habían dedicado las
cadenas televisivas ABC,
CBS y NBC a la guerra
entre 1965 y 1970. El punto de vista
de la nación invasora ocupó 97 por
ciento del espacio. Pero como esta
objetividad exige que se conozca la
opinión de las dos partes, también
hubo un espacio para el punto de
vista de la nación invadida, que
ocupó el tres por ciento.
Y te digo:
La
Jornada, donde yo soy
uno más de la banda, no es un diario
objetivo, ni simula serlo. Pero
informa con un nivel de honestidad
mucho más alto que los medios de
comunicación presuntamente
objetivos.
-En aras de la objetividad, los medios distorsionan también
la realidad latinoamericana.
-Más por lo que callan que por lo
que dicen. Muchas cosas buenas que
ocurren, por ejemplo en Cuba,
en Venezuela, en Bolivia,
se callan. Claro, son procesos
humanos, sucios de barro
humano. Pero para los dueños de los
medios, es útil demonizar a
algunos. Éste es un mundo que
destina a la guerra sus mayores
recursos. Y eso requiere de
enemigos. Si los enemigos no
existen, hay que inventarlos para
justificar la multiplicación de las
armas.
Dos de los casos más escandalosos
de satanización por parte de los
fabricantes de la opinión universal
son los de Hugo Chávez y Evo
Morales, con quienes, dicho sea
de paso, se pueden tener todas las
discrepancias del mundo. Hay cosas
que hace y dice Hugo Chávez
que a mí no me gustan. Pero eso no
me impide denunciar, cada vez que se
puede, esa estafa colosal, cuando se
le califica como un tirano, un
enemigo de su pueblo.
América Latina, el reino de la
diversidad
Yo fui vocero de los observadores
internacionales independientes
cuando en 2004 convocó al plebiscito
revocatorio. Me tocó participar con
Jimmy Carter y César
Gaviria. Pasamos toda la noche
juntos, analizando los datos. Y al
final, los hechos cantaban: fue una
elección limpia. La primera vez en
la historia universal en la que un
presidente electo ponía su mandato a
la disposición de la gente
diciendo: si ustedes quieren, me
quedo; si no, me voy. No hubo
trampa. Lo mismo hizo tiempo después
Evo Morales, y en una
proporción un poco mayor que a
Chávez, su pueblo pidió que se
quedara. Fueron dos lecciones de
democracia que el mundo no
escuchó. Y no las escuchó porque los
medios las acallaron.
-El tema de la reelección en el caso de Bolivia y Venezuela
suena casi a una mala palabra,
cuando muchos sistemas políticos en
Europa, incluso Estados Unidos, lo
permiten.
-Hay una clara contradicción entre
lo que predican los países poderosos
y lo que practican. Personalmente no
me convence mucho lo de la
reelección indefinida. El poder es
peligroso e induce a la larga a
escuchar más eco que voces. La
concentración de poder en una sola
persona no es buena para la
democracia que queremos,
participativa. Es mi opinión, pero
eso no me hace caer en la trampa de
creer que Chávez quiere
perpetuarse en el poder. Tampoco me
convence el sistema de poder en
Cuba, que quizá fue el único que
Cuba pudo tener, víctima de
la asfixia temprana por parte de los
poderes imperiales. Quizá eso no es
lo que querían, era lo que podían.
El Estado todopoderoso no es la
mejor respuesta al mercado
todopoderoso. Yo tengo opiniones
discrepantes con Cuba, y
creo, como dice Rosa Luxemburgo,
que no hay acto más revolucionario
que decir lo que uno piensa. Muchas
veces, el acoso que sufren las
experiencias de cambio y todas las
tentativas de justicia social son
sometidos a un bloqueo feroz. A
veces, de esto resulta que se
condenan, y muy injustamente, las
opiniones que contradicen a la
voluntad del poder.Y eso no es
bueno.
-Hablando de un mundo despistado, América Latina es rica en
contradicciones. Los cambios que
abarcan cada vez más territorio,
desde el Brasil de Lula da Silva
hasta El Salvador de Mauricio Funes,
pasando por un sandinismo en
Nicaragua que se vuelve contra sus
hermanos, son contradictorios. No sé
si estamos entendiendo bien estos
cambios.
-Lo que hay que subrayar por encima
de todo es que América Latina es el
reino de la diversidad. Es lo mejor
que tenemos y no tiene que asustar a
nadie, al revés. Toda generalización
de antemano está condenada a
equivocarse. Pero del otro lado, es
inevitable generalizar cuando se
intenta abarcar un panorama que vaya
más allá de las fronteras de cada
pedacito. Lo que hay es una voluntad
de cambio en los pueblos, una
naciente y creciente conciencia de
que los caminos recorridos en los
últimos 30, 40 años conducían a la
catástrofe. La caída de Wall Street
-que por algo se llama la calle del
Muro-, la caída de ese muro, entraña
una gran lección. Durante años y
años nos invitaron a bailar salsa a
ritmo del
Titanic, y ahora se ven
las consecuencias.
En el fondo lo que hay es una
pérdida notoria de poder y autoridad
del dueño de la finca. Estados
Unidos está viviendo lo que es,
quizá, la peor crisis de su
historia. Es el mejor momento para
recuperar la independencia perdida.
Blanche Petrich
Tomado de La Jornada
25 de marzo de 2009