A
las aladas almas de las rosas
del
almendro de nata te requiero,
que
tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero
(Miguel Hernández)
Ha
muerto Rúben Gerardo Prieto.
Alguno de los maestros que
afortunadamente tuve me enseñó que,
por respeto a los lectores, los
periodistas debemos establecer con
claridad desde dónde escribimos lo
que escribimos. Estas líneas lo
están desde la admiración, el
compromiso, el agradecimiento y el
afecto.
Delgado, ni chico ni grande, siendo niño Rúben fue un
excelso jugador de fútbol que se
distinguía en los picados del Barrio
Sur y Palermo, en el Montevideo
pobre pero decoroso de los años 30.
Obviamente, ocupaba el puesto de un
5 clásico. Siempre lo querían
nombrar capitán del cuadro, pero él
nunca aceptó, aseguraba.
Identificaba esta etapa de su vida
como, tal vez, el inicio de su
opción por lo colectivo, que después
se desarrollaría como convicción y
acción comunitarias.
Paradójicamente, fue hijo único, y
quizás también por eso eligió no
estar nunca solo. Sus padres eran
españoles, y a lo largo de sus vidas
en Uruguay transitaron de la
digna pobreza a la modestia.
Era bibliotecólogo, y en su primera juventud trabajó durante
un tiempo breve en la biblioteca
Artigas-Washington, de la
Alianza Cultural Uruguay-Estados
Unidos. Decía de sí mismo que
tenía “una memoria en tarjetitas”,
como un fichero, lo que le permitió
a lo largo de toda su vida citar
obras, autores, conceptos con
extraordinaria precisión y
oportunidad.
Los ecos de la Guerra Civil española y, sobre todo, de la
gesta libertaria, fueron la base de
su temprana adhesión al anarquismo y
a la Federación Anarquista Uruguaya
a la que, finalmente, dejó de
pertenecer por discrepancias con el
grupo hegemónico. Abandonó su empleo
de bibliotecólogo por razones
ideológicas, aunque -confesó con
cierto pudor- ganaba un sueldo
varias veces superior al de su
padre. En la Escuela de Bellas Artes
participó activamente en el proceso
que desembocó en la refundación
política y curricular de esa casa,
un movimiento de estudiantes y
algunos docentes que plantaría las
bases de esa notable experiencia
educativa. Allí, fue también
profesor de Diseño.
En 1955, junto a otros siete jóvenes estudiantes de Bellas
Artes, hombres y mujeres, zarpó en
un largo viaje a bordo de lo que se
llamó la Comunidad del Sur.
Los fondos para la “aventura” fueron
obtenidos gracias a un afiche
diseñado por una parte del grupo que
ganó el primer premio en un concurso
gráfico. “Al anochecer del primer
día en comunidad, una compañera se
arrepintió y se fue”, recordaba
Rúben para ilustrar el
permanente movimiento de vaivén que
caracterizaría la portera de la
Comunidad. Y para expresar el
hondo compromiso utópico de esa
iniciativa solía usar frases no
“hechas”, sino muy bien pensadas
como, por ejemplo: “Nacimos y
vivimos bordeando el fracaso”. Él
sabía que intentaba practicar un
“anarquismo prematuro”.
Luego vendrían la imprenta, o mejor dicho, los Talleres
Gráficos de la Comunidad del Sur
y el desarrollo comunitario. Como
ejemplo del carácter libertario,
solidario y desafiante en
pensamiento y acción de aquel grupo
originario, podría decirse que por
los patios y terrenos de la
Comunidad pasaron desde las
Marchas Cañeras de los años 60 que
bajaban desde el Norte guiados por
Raúl Sendic, y montaban allí
algunas de sus carpas, hasta el
elenco del Living Theatre
que, de pasaje por Montevideo, se
alojó casi dos semanas enteras en la
Comunidad. Sólo hablaban en
inglés, pero no fue un obstáculo
insalvable para comunicarse,
confrontar e intercambiar vivencias.
Decenas de organizaciones sociales
populares fueron fundadas con la
participación, el apoyo o el envión
de la Comunidad. Muchas de
ellas aún existen. La asombrosa
experiencia que acumula la
Comunidad del Sur hasta ahora
merece ser contada, y sin duda
alguien lo hará.
Rúben
hizo toda la carrera de Psicología.
Le quedó apenas un par de materias
para terminarla, pero sospecho que
no lo hizo para no tener que cargar
con el título de psicólogo. Tenía
especial predilección por la
psicología social, cuyos fundamentos
compartía y ponía en práctica en
cualquier charla, en cualquier
escenario, sin que se su voz pesara
excesivamente. Tuvo –y fui
beneficiario- una extraordinaria
vocación y capacidad pedagógica.
"Toda vida verdadera
es
encuentro"
Rúben
ha buscado durante su
vida crear espacios de
encuentro y de
autogestión. Quisiéramos
que en este
encuentro/despedida
podamos recrear ese
espíritu
La Comunidad del Sur decidió abrir un espacio
en una sala velatoria
donde todos los que
conocieron a Rúben
y quieran despedirse de
él y/o encontrarse con
los que allí estemos,
tengamos esa
posibilidad.
Pocas flores (las necesarias), frases, canciones y
recuerdos para
compartir.
Nos gustaría recoger por escrito esas impresiones,
anécdotas u otros.
El velatorio se realizará el viernes 28 de noviembre
de 12 a 16 hs. en el
local ubicado en la
calle Durazno 1460,
entre Martínez Trueba y
Barrios Amorín,
Montevideo. Desde allí
se partirá hacia el
Cementerio del Norte.
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En 1976, la dictadura, la cárcel y el exilio arrasaron
aquella “casa y cosa de todos” que
fue la Comunidad en aquella
época. El grupo se dispersó. La
mayor reunificación con intenciones
comunitarias coaguló en Estocolmo,
Suecia, y allí echó raíces
una nueva etapa comunitaria.
Rúben ya tenía seis hijos.
Nordan
(el nombre del gran viento del Norte
escandinavo) se llamó la imprenta y
editorial en la que Rúben
desarrolló el papel de editor y
diseñador de las carátulas de casi
todo lo que se publicó.
Consolidó su definición ecologista social en esa época, y de
regreso al Uruguay se
comprometió, junto a varios/as
integrantes del grupo “sueco” y
algunos/as jóvenes “uruguayos/as”,
con la reinstalación de la
Comunidad en una chacra
ecológica –la ecocomunidad, una
“cooperativa integral”, de vida y de
trabajo- en los límites del entonces
Montevideo rural, y de una editorial
con imprenta propia que hasta hoy
sigue llamándose Nordan.
Desde la Comunidad se fundó la asociación civil
Redes–Amigos de la Tierra, cuya
actividad continúa hasta ahora,
aunque de forma autónoma. Desde allí
se editó “tierra amiga” –así, con
minúsculas-, la mejor revista sobre
ecología que existió hasta ahora en
el país y en la que tuve el
privilegio de participar.
En los más de dos años que viví en el territorio de la
Comunidad mantuvimos con
Rúben una estrecha convivencia.
En esa época –aunque la Comunidad
cumplía 50 años de existencia- su
frase “Nacimos y vivimos bordeando
el fracaso” había abierto paso a
otra más acre: “Somos una especie en
extinción”, decía mirando a quienes
aún se aferraban -se aferran- a la
nave de la Comunidad del Sur,
apenas con capacidad de flotación
pero aún abierta a la vida, a la
esperanza, al desafío, a la
experimentación.
Los desayunos y las cenas se prolongaban con extensas y
jugosísimas (para mí) charlas, por
las que pasaron las peripecias
personales: amores y desamores,
asombros, desalientos y dudas. Pero
sobre todo compartimos el análisis
de las mutuas experiencias
colectivas y de algunos de los
infinitos ángulos que desde allí se
abrían hacia la teoría de la
práctica autogestionaria. El tiempo
nunca alcanzaba, porque “ser, pensar
y hacer” siempre se conjugaron
juntos en la vida de Rúben.
Como correspondía en este caso, escuché muchísimo más de lo
que hablé. Sentado en el comedor de
la Casa Cero –como se designa a esa
construcción en la Comunidad-
conocí o profundicé en algunos de
los teóricos favoritos de Rúben
-a varios de los cuales tuvo la
satisfacción de editar-, como
Castoriadis, Colombo,
Lourau, Fabbri, Max-Neef,
Foucault, Malatesta,
Bookchin, Maturana,
Proudhon, Chomsky,
Bourdieu… entre muchos otros.
Su interés y conocimientos sobre una gran diversidad de temas
y materias le permitieron escribir
ponencias, ensayos, libros, de
fuerte valor conceptual. Pero
Rúben era sobre todo un dínamo
permanente, un activista sin
descanso. Más aún que un buen libro
disfrutaba una reunión en la
Comisión de Trabajo y Derechos
Humanos del CCZ barrial, a la
que asistió con asiduidad, o en la
Coordinadora Zonal de Huertas
Orgánicas, o en cualquier otro
escenario donde hubiese la más
mínima posibilidad de lanzar una
chispa libertaria, autogestionaria,
en general acompañada por la
solidaridad y las puertas abiertas
de la ecocomunidad.
Es imposible -no podría hacerlo- reseñar la enorme cantidad
de actividades sociales en las que
vi comprometido a Rúben en
esos dos años y pico. Muchas
generadas por él. Su concepción del
anarquismo pasaba por una práctica
radical, comprometida y permanente
en la que cada día se jugaba la
ropa. Fue en esos años en que la
Rel-UITA y la Comunidad del
Sur firmaron un convenio de
cooperación, gracias al cual se
realizó la publicación de varias
separatas, suplementos especiales,
junto al semanario Brecha de
Montevideo, referidos a
alimentación, agua y agroecología.
Recuerdo particularmente que durante la crisis económica -o
mejor, la catástrofe- de 2002 en
Uruguay, muchas personas se nos
acercaban en la chacra comunitaria
pidiendo capacitación para plantar
la tierra, ya que era el único
recurso que les quedaba para
sobrevivir con sus familias.
Rel-UITA, Comunidad del Sur
y Brecha publicaron un
Manual de Huerta Orgánica del
cual se distribuyeron decenas de
miles de ejemplares en los barrios
más populares del país.
Quedan miles de cosas por decir. No ignoro las críticas, las
polémicas y hasta las denuncias que
Rúben levantó en su vida. Él
siempre supo que uno de los riesgos
de un grado tan alto de exposición
es la de ser despellejado. Vivir en
comunidad, en cualquier comunidad,
implica aceptar una cierta dosis de
ambigüedad y estar dispuesto a
mostrarse en carne viva, a ser
rastreador de sí mismo y de los
otros. Pero mirado todo desde el
territorio comunitario, siendo
testigo del relato personal de
tantos y tantas que por allí pasaron
en mi tiempo, siempre concluía en
que la frase que Rúben citaba
a menudo con cierta ironía,
consciente de las propias
contradicciones y debilidades,
resumía la situación: “Somos una
isla de cordura en un océano de
locura”. Los males y enfermedades
de la experiencia de la Comunidad
del Sur están mucho más cerca de
la cordura que el modo de vida -y de
trabajo- “convencional”, plagado de
contradicciones ocultas o toleradas
por la costumbre, reproductor de
instituciones y relaciones
autoritarias y castrantes.
Rúben
murió el pasado domingo 16 en
Caracas, Venezuela, mientras
participaba en la Feria
Internacional del Libro, cuando le
faltaba algo más de un mes para
cumplir 78 años. Los uruguayos, y el
mundo por el que tanto trajinó,
perdimos a un compañero de ley, a un
activista incansable, a un polemista
exquisito, a un pensador y un
artista, a un revolucionario. Sé que
somos muchos y muchas quienes, no
obstante, sentiremos siempre que lo
llevamos con nosotros allí donde
estemos.
¡Salud Rúben! ¡Hasta siempre!