No ha habido gran
poeta -se ha dicho- ajeno a los
grandes problemas de su tiempo,
indiferente a la realidad
político-social que lo rodeaba,
insensible a las fuerzas históricas
en pugna.
Antonio Machado
(poeta español, 1875-1939) no fue,
en ese sentido, la excepción. La
preocupación por el bien público,
contra la injusticia social,
atraviesa sus versos, su prosa y
anima de honda calidad humana sus
palabras.
Eso explica -sostiene
Córdova Iturburu- su adhesión
a la causa del pueblo y contra los
generales traidores a España.
En la insurrección de
julio de 1936, su actitud en el
problema planteado, no fue casual.
Machado, desde que abrió los
ojos a la realidad del mundo, tomó
partido solidarizándose con la causa
de la libertad y la justicia para
los pueblos.
“Hay en mis venas
gotas de sangre jacobina”, dirá, al
plantear en un poema, su retrato.
Hijo y nieto de
republicanos fervorosos,
antimonárquico convencido, ya en
1926 arriesgó su tranquilidad
firmando un manifiesto contra el
dictador Primo de Rivera.
Antes de la Primera
Guerra Mundial, en 1913, era un
hombre atento a los tiempos nuevos,
a los cuales acompañaba con júbilo.
Sin duda influyó en
su espíritu, atento a las
aspiraciones del alma popular, una
España que se conmovía con
grandes movimientos populares.
Ya por ese tiempo
afirmaba: “Amo la edad que se
avecina y a los poetas que han de
surgir cuando una tarea común
apasione las almas. ¿Quién diría que
el árbol humano comienza a renovarse
por la raíz y que una nueva oleada
de vida camina hacia la luz, hacia
la conciencia? Los defensores de una
economía social definitivamente
rota, seguirán echando sus viejas
cuentas y soñarán con toda suerte de
restauraciones; les conviene ignorar
que la vida no se restaura ni se
compone como los productos de la
industria humana, sino que se
renueva o perece”.
Antonio Machado
vislumbra y apuesta al tiempo nuevo,
de una España que lucha por
levantarse.
Con fe, afirma: “Un
pueblo es siempre una empresa
futura; (…) un arco tendido hacia el
mañana (…) ¡Escribir para el
pueblo!, ¡qué más quisiera yo!
Deseoso de hacerlo, aprendí de él
cuanto pude. Mucho menos, claro
está, de lo que él sabe. Escribir
para el pueblo es escribir para el
hombre de nuestra tierra, de nuestra
habla. Escribir para el pueblo es
llamarse Cervantes en
España, Shakespeare en
Inglaterra, Tolstoy en
Rusia.
Ese es el milagro de
los genios de la palabra. Yo no he
pasado de folklorista, de aprendiz a
mi modo del saber popular. Siempre
que advirtáis un tono seguro en mis
palabras, pensad que os estoy
enseñando algo que creo haber
aprendido del pueblo”.
El poeta y el hombre
fueron, así, una unidad con el
pueblo español: en sus ideales y en
sus luchas fundamentales.