En 1954 Guatemala había encendido la esperanza de
varias generaciones de
latinoamericanos y sectores
progresistas del mundo. Derribada la
prolongada dictadura del general
Jorge Ubico, gobiernos con
voluntad transformadora
–de Juan
José Arévalo primero y Jacobo
Arbenz después– habían comenzado
a “guatemalizar” a Guatemala,
liberándola de las transnacionales
del imperio. Pero la oligarquía y
Estados Unidos no estaban
dispuestos a renunciar a sus
privilegios. Comenzó, entonces, un
nuevo capítulo de “La Batalla de
Guatemala”.
En 1953 el Partido Republicano ganó el gobierno en Estados
Unidos. “Los pueblos de
América se estremecieron”,
comentó Guillermo Toriello,
canciller de Guatemala. En
ese momento hubo un cambio
fulminante en las relaciones de
Estados Unidos y Guatemala.
¿Qué intereses explicaban el cambio?
Al frente del Departamento de Estado fue electo John
Foster Dulles, miembro de
Sullivan&Cronwell de Nueva York,
apoderados de la United Fruit
Company. El mismo Dulles
había redactado los acuerdos con el
gobierno de Guatemala en 1930
y 1936.
La subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos fue designado
John Moors Cabot, de los
Cabot de Boston, donde tenía su
sede el imperio del banano. Un dicho
popular en Boston definía la
realidad: los Lodge sólo le
hablan a los Cabot y los
Cabot sólo a Dios. En la tierra,
los Cabot Lodge sólo le
hablaban a la United Fruit.
Como los personeros de la United Fruit Company
ocupaban posiciones clave en el
gobierno de Estados Unidos,
resultó fácil para la compañía
lograr la coalición de fuerzas y
convertir su lucha privada con el
gobierno de Guatemala en un
conflicto oficial entre los dos
países. El presidente de la
United Fruit había anunciado:
“De aquí en adelante ya no se
tratará del pueblo de Guatemala
contra la United; la cuestión
se convertirá en el caso del
comunismo contra el derecho de
propiedad, la vida y la seguridad
del hemisferio occidental”.
Los intereses determinaron la formación de un triángulo
integrado por la transnacional, el
Departamento de Estado y la CIA,
que llevaría a cabo la “Operación
Guatemala” con la ayuda
subsidiaria de los agentes del
“generalísimo” Francisco Franco,
el dictador español, y la oligarquía
local.
Esa operación constaba de dos líneas simultáneas: la primera
consistiría en llevar el caso de “La
amenaza roja en Guatemala”
por la vía de las Cancillerías de
América y las consultas
interamericanas. La segunda línea
buscaría preparar la acción armada
contra Guatemala
presentándola como una rebelión
interna. En apoyo de esas acciones
se realizaría una enorme campaña de
propaganda agitando el fantasma del
comunismo tendiente a que los
gobiernos, por cobardía o por
servilismo, dejaran a Estados
Unidos “manos libres dentro de
Guatemala”.
En resumen: un proyecto gigantesco cuyo fin era restablecer
los privilegios del imperio del
banano y de otras empresas
monopolistas, lo que se disfrazaría
con el manto de “una noble campaña
contra el comunismo”.
Se eligió como el mejor instrumento del plan de la United
Fruit para el departamento de
Estado y la central de inteligencia
CIA de Estados Unidos
a Carlos Castillo Armas, un
ex militar que se había revelado
contra el gobierno de Guatemala
en 1950 y se hallaba en Honduras.
Un abogado de Nueva Orleáns, que era el agente de enlace,
paga las planillas mensuales de la
conspiración y de las compras de
material bélico. Castillo Armas
mantenía, a su vez, un agente
confidencial ante el departamento de
Estado que pagaba con los mismos
fondos que recibía de la United
Fruit.
A través de un tratante de armas de Dallas, Texas, se
suministraba a Castillo Armas
los instrumentos necesarios:
ametralladoras, fusiles-ametralladoras, rifles, bombas de
100 y 200 libras para bombardeo
aéreo, granadas de mano, municiones
para todas las armas, explosivos,
camiones, equipos de radio transmisión, uniformes, tiendas de
campaña, etcétera. Obtuvo incluso
aviones P47 y de transporte de
propiedad del gobierno de Estados
Unidos a precios nominales.
Se alistaron con Castillo Armas dentro de Estados
Unidos y sin perder su
nacionalidad, diez pilotos y diez
mecánicos de aviación, ganando 500
dólares mensuales mientras no se les
llamara a combate, momento en que
empezarían a ganar 1.000 dólares más
bonificaciones. En Honduras y
Nicaragua se inició el
reclutamiento de mercenarios a 300
dólares mensuales, y ello no se
efectuó clandestinamente sino en
forma pública, y hasta con volantes
impresos. Todo el material bélico
fue trasladado sin disimulos desde
Estados Unidos a Nicaragua
y Honduras.
En Tegucigalpa (Honduras) hombres uniformados de
Castillo Armas recogían, a la
vista de los transeúntes, camionadas
de armamento en la embajada de
Estados Unidos. A la luz del
día, portando armas y uniformes,
tropas mercenarias de Castillo
Armas circulaban libremente por
Honduras en sus propios
aviones. Municiones, armas, millones
de dólares, aviones, barcos
equipados para operaciones comando,
todo circulaba con la complicidad de
Estados Unidos.
La agresión y ocupación de Guatemala se concretó como
habían planeado el centro imperial y
la oligarquía local. Todo ese crimen
fue presenciado por un
revolucionario auténtico; un
argentino, todavía desconocido, de
apellido Guevara. Años
después, en una entrevista para el
semanario “El Sol”, de Uruguay,
su madre nos dijo: “Estoy segura de
que en esos días Ernesto se
juró algo a sí mismo”.