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Política mexicana: carrera hacia el abismo

 

Es correcto y saludable que haya escándalo ante los actos de corrupción que vivimos, el escándalo, ya lo dijo un autor, es una forma de configurar una ética social; sin embargo, nos debemos preguntar qué es lo que explica esta carrera desenfrenada hacia el dinero que tienen todos los partidos políticos y que ha dado lugar a "los amigos de Fox", el Pemexgate del PRI y ahora los videogates del PRD.

Lo que sucede en política no es muy distinto de lo que acontece en economía y que ha dado lugar a múltiples escándalos de corrupción cuyo caso típico ha sido la empresa Nerón. También es similar a la competencia desenfrenada entre grandes empresas multinacionales y que ha sido uno de los orígenes de la sobreinversión que es una de las causas de la crisis económica que apenas el mundo está superando.

La teoría de juegos nos ofrece un mecanismo lógico para la comprensión de estos hechos. En este caso nos referiremos a lo que se conoce como el dilema de la gallina. Este juego se inspira en el entretenimiento de algunos jóvenes de EEUU durante la época de los cincuenta: se emparejaban dos automóviles en una carrera en la cual los dos automóviles se golpeaban el uno al otro a toda velocidad, el primero que tuviese miedo y disminuyese la velocidad o moviese el volante para evitar el golpe del otro perdía, y era la "gallina mojada"; si los dos se hacían a un lado o bajaban la velocidad, el juego era tablas, pero si ninguno cedía, la persistencia de la alta velocidad y los golpes, podían conducir a un accidente grave, incluso mortal. Aquí hay una lucha feroz entre los dos jugadores y gana aquel que domina su miedo y actúa en forma temeraria, pero si ambos lo hacen así, entonces existe una alta probabilidad de fuertes pérdidas para ambos.

Este juego que analizamos en nuestro libro "Los sistemas comerciales y monetarios en la tríada excluyente" (Plaza y Valdes), nos explica mucho de la rivalidad feroz entre las empresas y también sobre la carrera hacia el dinero corrupto que hacen los políticos.

Véase por ejemplo, el mercado de autos en los años setenta. Los automóviles de EEUU, eran buenos, pero los productores no se habían preocupado de la calidad. La competencia extranjera era difícil, ya que un auto requiere de una inmensa red de estaciones de servicio y mantenimiento. El caso es que los japoneses con su alta calidad, simplemente redujeron de forma notable el número de servicios que necesitaban su autos y por lo tanto, sus ventas no requerían sino de una red de estaciones de servicio mucho más modesta; si a esto se le agrega el hecho de que dichos autos eran más baratos y además, la implementación de una política muy agresiva (hasta entonces casi desconocida) de mercadeo, el resultado fue una impresionante penetración del mercado por los autos japoneses. Otro tanto sucedió con televisores, equipos de sonido, etc. Además, la industria europea golpeó de la misma manera a la siderurgia de los EEUU y a la industria de construcción naval. Por su parte, los países del sudeste asiático, hicieron en la rama textil lo mismo que los japoneses en materia de automóviles e industria electrónica. Nadie puede dejar de invertir, puesto que se sabe que su rival lo está haciendo y así, lo único que se logra es una sobreinversión generalizada que conduce a la crisis.

En política sucede otro tanto. Hay una rivalidad por la imagen de políticos y partidos. Dado que ya no hay programas ni ideología, todas las imágenes son frágiles y requieren de una reiterada presencia en los medios electrónicos sólo para mantenerse y, el que no lo hace, se cae. Los medios electrónicos son muy caros y por lo tanto, requieren de mucho dinero. El razonamiento es igual al dilema de la gallina: mi rival está invirtiendo en los medios y si yo no lo hago pierdo el juego. La cultura del éxito conduce a que el ser perdedor implica no ser nada y desaparecer frente al hecho de que ser ganador posibilita manipular y esconder la corrupción hecha en aras del triunfo. Todos han hecho trampas y todos saben que los otros las pueden hacer y por ende, el no hacerlas, conduce a saberse perdedores. Así como en el dilema de la gallina, el triunfo implica la aceptación de muchos riesgos y el que no los asume se sabe perdedor.

Al final, al igual que en la economía, es una carrera al abismo en el que todos aparecen ante la sociedad como corruptos. Desde este punto, de vista la corrupción no sólo se encuentra en los individuos, sino en el sistema mismo que requiere muchas más transformaciones que las propuestas por la presidencia o los partidos.

 

Juan Castaingts Teillery *

Convenio La Insignia- Rel-UITA

5 de abril de 2004.

 

 

(*) Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana Izrapalapa.

    Correo electrónico: asi_vamos@yahoo.com.mx

 

 

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