Banco Mundial:
¿Más
vale tarde que nunca? |
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Durante
muchos años, el lema central del Banco Mundial ha sido: "Por
un mundo donde no haya pobres". Este enfoque surgió a fines
de los 80 y se consolidó en 1990 en su Informe Anual sobre
el Desarrollo Mundial titulado 'La pobreza'. Luego, el BM
impulsó una serie de programas contra la pobreza, siendo uno
de los más importantes el 'Programa de Estrategia de
Reducción de la Pobreza' (PRSP, por sus siglas en inglés).
El objetivo era loable, por cierto, pero la premisa era
falsa. Planteaba que la apertura y liberalización de los
mercados, así como las privatizaciones eran las bases
fundamentales del crecimiento. Le llamaron "ajuste o reforma
estructural".
En los 90,
el BM priorizó su apoyo a las "reformas" (con el 30 a 40%
del total de sus préstamos), reduciendo los préstamos
"desarrollistas" basados en obras de infraestructura
fundamentalmente (carreteras, saneamiento, puentes,
represas), así como en recursos humanos. Era la "época
gloriosa" del Consenso de Washington.
El enfoque
de los 90 planteaba que las reformas iban a tardar un tiempo
en consolidarse (se hablaba de 3 a 5 años). Mientras, había
que diseñar programas de compensación a los pobres, que iban
a ser los más perjudicados. De hecho, después del shock
fujimorista de 1990 se creó el Fondo de Compensación y
Desarrollo Social (Foncodes) con el objetivo explícito de
aliviar a los pobres (más adelante se convirtió en un Fondo
de Inversión Social, si bien conservó su nombre original).
Se
planteaba que la concentración de los ingresos en los
sectores empresariales y de ingresos altos era inevitable,
en un primer momento. Pero poco a poco, las nuevas
inversiones, guiadas por la mano invisible del mercado, se
dirigirían a aquellos sectores donde los países tenían
ventajas comparativas, sin las distorsiones causadas por el
"intervencionismo estatal". Más temprano que tarde, estas
inversiones "chorrearían" empleos e ingresos a la población
pobre, propiciando un crecimiento "sano". Y todos vivirían
felices, comiendo perdices.
Esta
premisa falsa dejó de lado, por ejemplo, las enseñanzas de
las políticas económicas del sudeste asiático, que
consistieron en relaciones entre Estado y mercado que se
dirigieron a la sustitución de exportaciones a la vez que
dinamizaban el mercado interno. Se pusieron en marcha
políticas sectoriales (orientadas a la industria y la
agricultura), así como medidas específicas (banca de
fomento, créditos, entre otras) que no tenían nada que ver
con una creencia dogmática en el libre mercado.
El BM
reconoció estas virtudes en 1993, cuando publicó 'El milagro
del este asiático'. Pero todo quedó en el papel, pues la
orientación general de la política del BM (incluidos sus
préstamos) no siguió el mismo camino. Y su lema quedó en
eso: un lema. Desde mediados de los 90, el BM plantea una
autocrítica importante: afirma que las reformas económicas
"puras" (de primera generación) no bastan. Hay que
introducir reformas de "segunda generación"
("institucionales") para el mejor funcionamiento de los
mercados: lucha contra la corrupción, descentralización,
reforma del poder judicial, entre otras. Pero este enfoque
no critica las reformas de primera. Solo dice: para que
estas funcionen, hay que implementar las de segunda. Hoy, el
BM viene con un "nuevo" enfoque, seguramente debido al
hundimiento generalizado del neoliberalismo. Dice que el
crecimiento no basta para aliviar la pobreza y que se
necesitan políticas sectoriales para crear empleo (vaya, al
fin), así como un crecimiento "propobre" y no solo
"crecimiento", como hace 15 años.
Pero habrá
que esperar que este discurso se traslade a la orientación e
implementación de los préstamos que otorga. Es decir, que
cambie la "condicionalidad" que, hasta hoy, mantiene la
misma orientación pro-mercado que en 1990. Ese es el quid de
la cuestión. Dicho esto, si el BM trata de poner el péndulo
económico al medio, bajándolo de la extrema derecha
neoliberal, se podrá decir: más vale tarde que nunca.
Humberto
Campodónico
La República
22 de
marzo de 2006.
Foto:
elsiglo.com
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