El 9 de
abril de 1948 el asesinato del caudillo
liberal Jorge Eliécer Gaitán, partió la
historia colombiana.
Hace sesenta años la sangrienta historia
colombiana se partió, no sé si en dos o
en más fragmentos. Porque este ha sido
un país de violencias, pero con el
asesinato del caudillo liberal Jorge
Eliécer Gaitán, el 9 de abril de
1948, el reverbero subió de temperatura,
el Bogotazo dejó en dos o tres días
centenares de muertos que luego, en una
década, alcanzarían los trescientos mil.
O más.
Sí, somos un país productor de
violencias, que proceden del desprecio
por los pobres, de las discriminaciones,
de las inequidades. Contra estas
manifestaciones de oprobio luchó el
'negro' Gaitán, el hombre que era
un pueblo, que proclamaba con su voz de
temporal las divergencias entre el 'país
político' y el 'país nacional'.
La voz del líder popular creció en sus
ataques a la oligarquía, sedujo a los
sedientos de justicia, abonó las
conciencias de los desprotegidos. Su voz
despertaba pasiones. Y odios entre los
de la alta alcurnia. Al popular abogado
le gustaban las causas populares. Es
célebre, por ejemplo, su alegato acerca
de la masacre de las bananeras, ocurrida
en 1928, en la que la
United
Fruit
Company
fue apoyada en sus tropelías por el
gobierno conservador de Miguel Abadía
Méndez.
El caudillo, que dos meses antes de su
asesinato convocó una tremenda
manifestación contra la violencia, la
Marcha del Silencio que terminó con una
Oración por la paz, estaba en la mira de
muchos enemigos por sus concepciones de
justicia y equidad. Y esos asuntos son
mal vistos por la oligarquía. Todo aquel
que se oponga a sus privilegios puede
terminar a balazos, o, en el mejor de
los casos, exiliado.
De aquellos sucesos de tragedia se
derivaron más acontecimientos. La
violencia tomó vuelo y entonces
Colombia se sumió en un desangre,
que continúa hoy, con distintas
variantes y miserias. Gaitán,
mito y realidad del siglo XX, produjo
con su muerte una ruptura en las
relaciones políticas. A partir del 9 de
abril, los campos y ciudades colombianos
renovaron el conflicto.
Después, aparecerían las guerrillas
liberales y más tarde, en los sesenta,
las otras, influenciadas por el
marxismo. ¿Quién mató a Gaitán?
Ha sido una pregunta que todavía carece
de respuesta. O, de otra manera, tiene
muchas. El asunto -aunque no esté
aclarado lo suficiente- trascendió al
autor material del crimen, a Juan Roa
Sierra, y ha puesto en la caja de
las sospechas desde la CIA hasta
los partidos tradicionales colombianos.
En medio del estupor y de los
alzamientos del 9 de abril, surgieron
leyendas de costurero, como aquella que
le atribuye a la señora Bertha
Hernández, esposa del presidente
Mariano Ospina Pérez, la frase
aquella de 'más vale un presidente
muerto que un presidente fugitivo'.
Porque, según la guasona chismografía
bogotana, Ospina, arrugado por la
incontrolable ira de la turba, estuvo a
punto de volarse de palacio y fue su
señora, revólver en mano, la que se lo
impidió.
Pero aparte de estas consejas, lo que sí
dejó el 9 de abril, además de un país
fracturado, en el que al fin de cuentas
las elites oligárquicas saldrían
remozadas y triunfantes, fue una estela
de violencia que todavía no termina y
cuyas causas siguen siendo ayer como hoy
las mismas. De los cortes de franela se
pasó con el tiempo a las masacres con
motosierra, al horror de psicópatas que
jugaban fútbol con las cabezas de sus
víctimas.
La voz de Gaitán se escucha a
sesenta años de su asesinato. A través
de su memoria la gente sigue reclamando,
como aquella jornada en la Plaza de
Bolívar, cuando el caudillo pronunció su
Oración de la Paz: 'Nosotros, señor
Presidente (Mariano Ospina), no
somos cobardes. Somos descendientes de
los bravos que aniquilaron las tiranías
en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de
sacrificar nuestras vidas para salvar la
paz y la libertad de Colombia!'.
Hoy, como en los días del Bogotazo, el
pueblo sigue poniendo los muertos y los
políticos las palabras. Ha sido parte de
la historia de este país destrozado, en
el cual, desde hace años, no se toleran
los pensamientos distintos al oficial,
o, mejor dicho, al de los que están en
el poder. Gaitán tocó intereses
de la oligarquía: proponía reforma
agraria y justicia. Y esos asuntos son
altamente subversivos en Colombia.
En sesenta años la sangre del hombre
muerto se ha multiplicado. No sólo
mataron al caudillo sino que continuaron
con sus seguidores, y después con los
que perfeccionaron el discurso por la
justicia social y la civilización. Y
ahí, en medio de desajustes de espanto,
anda el país, que además quieren las
oligarquías de hoy que tenga un
pensamiento único: el de ellas.
El Negro -como le decían los arribistas
de los clubes de alta sociedad- sigue
vociferando contra los atropellos.
Después de su asesinato el país se tornó
más turbio: aumentaron las miserias y
los crímenes. Contra esa situación de
despojo todavía el caudillo grita ¡a la
carga! El sueño de justicia sigue
vigente.
Reinaldo Spitaletta
Tomado de Argenpress
9 de abril de 2008