Brasil
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Tercera via cada vez mas contestada |
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Promediando su mandato, Luiz Inacio Lula da Silva ya no
puede contar con el apoyo incondicional de los movimientos
sociales. Algunos de ellos, los más radicales, se oponen
abiertamente a su gobierno. Otros, como el Movimiento de los
Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), adoptan una posición
crítica, pero de diálogo, en los términos del dirigente más
conocido del MST, Joao Pedro Stedile. Otros más, como la
Central Única de los Trabajadores (CUT), recusan la política
económica del gobierno al tiempo que apoyan a Lula, aunque
cada vez más tímidamente.
Sin embargo, las medidas adoptadas con posterioridad
demostraron que ninguna de las propuestas del Foro Social
Mundial (FSM) –calificado no obstante por Lula, el 24 de
enero de 2002, frente a sus entusiastas participantes, como
'la más extraordinaria realización de la sociedad civil
mundial' y 'el mayor acontecimiento político de toda la
historia de la humanidad'– fue tomada en cuenta por su
gobierno: ni la reglamentación del capital financiero ni la
suspensión del pago de la deuda ni la protección del medio
ambiente ni la lucha contra los organismos genéticamente
modificados ni ninguna otra propuesta surgida de Porto
Alegre. Cuando los organismos multilaterales –desde el Fondo
Monetario Internacional (FMI) hasta el Banco Mundial–
alabaron la política económica del gobierno, se hizo
evidente que las decisiones de Lula estaban más cerca de la
estación de esquí suiza que de la capital gaúcha.
De todos modos, el divorcio entre el gobierno emanado del
Partido de los Trabajadores (PT) y los movimientos sociales
es el resultado de un proceso y no de un cambio brusco de
orientación, aunque la llegada al poder aceleró las
tendencias que se perfilaban estos últimos años.
La elección presidencial de 1994 marcó un paso decisivo
cuando el ampliamente favorito Lula fue derrotado por
Fernando Henrique Cardoso y su plan de estabilización
monetaria. Desde ese momento, el PT modificó sus posiciones
en búsqueda de medios para acceder al poder. El tema de la
deuda externa evidenció esta transformación: mientras que el
partido reivindicaba la suspensión de su pago como paso
previo a una renegociación, finalmente afirmó, en la campaña
electoral de 2002, que respetaría los compromisos asumidos
(y paga efectivamente hasta el último peso desde el comienzo
de su mandato).
La relación con la CUT fue siempre muy estrecha. En
contrapartida, con el tiempo los máximos responsables del PT
se mostraron cada vez más incómodos frente a las ocupaciones
de tierra y las presiones del MST para obtener
financiamientos para sus assentamentos (asentamientos). La
dirección de partido se condujo como si se tratara de un
primo mal educado, cuyo parentesco no podía negar, pero a
quien manifestaba su desacuerdo con su comportamiento.
Quedaba claro que en adelante se dirigía al sistema, a la
elite, como si su institucionalización fuera hecho concluido
y justificara la condena de las acciones y declaraciones del
MST. Sin embargo, al mismo tiempo, firmaba un documento de
compromiso titulado Carta a los brasileños en que precisaba
que no rompería ninguno de los compromisos financieros
contraídos por el país, y esto con el fin de frenar la fuga
de capitales en curso, consecuencia de la posibilidad de su
victoria, a tal punto que el 'riesgo Brasil' se convertía en
el 'riesgo Lula'.
¿Cómo gobernar con las manos tan firmemente atadas? Los
primeros signos claros de alejamiento de la base popular
fueron las opciones realizadas en la composición del equipo
económico, que no incluyó prácticamente a ningún economista
del PT ni de ningún otro sector de izquierda, sino a
economistas que provenían de grupos liberales que trabajaron
en gobiernos precedentes. Antonio Palocci, ex intendente de
una ciudad muy rica del interior del Estado de Sao Paulo
(Ribeirao Preto) y coordinador de la campaña electoral, fue
designado en el Ministerio de Economía. La presidencia del
Banco Central recayó en Henrique Meirelles, ex presidente
del Banco de Boston, afiliado al partido de Cardoso.
Simultáneamente, se anunció que se iba a mantener la política
económica del gobierno precedente. No obstante, el poder
seguía enviando señales contradictorias. Por un lado,
sostenía que esa continuidad se debía a una 'herencia
maldita' del precedente gobierno. Experto de la profesión,
Palocci afirmaba que 'no se cambia de médico en la mitad de
la enfermedad'. Por su parte, Lula declaraba que no podía
revelar el verdadero estado del país so pena de suscitar aún
más incertidumbres. Todos coincidían en que se trataba sólo
de un plan de transición para conquistar la 'confianza del
mercado' y, a continuación, poder empezar a reducir las
tasas de interés, aumentadas desde la primera reunión de la
comisión del Banco Central. Así se reanudaría el desarrollo
del país.
Poco a poco, el tono fue cambiando. Al restablecer una
balanza comercial positiva, que arrojó un superávit superior
al que pedía el FMI, Palocci presentó esa decisión como
permanente, agregando que, si podía hacerlo, mantendría ese
excedente durante 10 años. Al mismo tiempo, se reunía con
Cardoso y admitía que actuaba en continuidad con la política
del gobierno precedente.
El elemento que marcó más nítidamente el cambio fue la
propuesta de reforma de las jubilaciones. Según un modelo en
perfecta correspondencia con la segunda generación de
reformas preconizadas por el Banco Mundial, ésta hizo que
los jubilados vuelvan a pagar impuestos; la propuesta limitó
también los niveles de jubilación de los trabajadores del
sector público y abrió importante espacio para el desarrollo
de sistemas de fondos de pensión, manjar del sistema
financiero. En oposición a este proyecto, los sindicatos de
trabajadores del sector público se agruparon para organizar,
con apoyo del MST, la CUT, parlamentarios del PT y otros
partidos de izquierda, las mayores manifestaciones desde el
comienzo del gobierno de Lula. La expulsión de
parlamentarios por la dirección del PT –los diputados Joao
Batista, Joao Fontes y Luciana Genro, y la senadora Heloísa
Helena– fue vista como la voluntad del partido de castigar a
quienes no obedecían las nuevas orientaciones, incluso si
éstas no habían sido adoptadas en el congreso o durante la
junta nacional del PT.
Lula definió la reforma jubilatoria como 'la acción más
importante del primer año de su gobierno'. El programa
Hambre cero y los que lo sucedieron no comportaron políticas
fundadas en los derechos universales, sino que apuntaron a
zonas y ciudades de 'extrema pobreza' recurriendo a fichas
de identificación de las familias más desposeídas.
Se reúnen así dos elementos característicos de la tercera
vía: el mantenimiento de la estabilidad monetaria como
principal objetivo y el desarrollo de políticas sociales
compensatorias, mientras que, al mismo tiempo, ciertas
conquistas del Estado de bienestar social son atacadas. El
objetivo es crear un clima propicio a las inversiones
extranjeras.
La dicotomía, e incluso el enfrentamiento entre el Ministerio
de Desarrollo Agrario y el de Agricultura refleja las
contradicciones del gobierno. El ministro de Agricultura,
alineado con la multinacional Monsanto, preconiza
abiertamente la adopción de cultivos transgénicos, sobre
todo en las plantaciones de soya del sur del país, mientras
que el MST lucha fervorosamente en contra de éstos, fiel a
las tesis del movimiento agrario Vía Campesina y de los
foros sociales mundiales. Del mismo modo, el ministro de
Industria –él mismo gran empresario exportador de pollos–
representa el modelo del agrobusiness destinado al mercado
exterior mientras que el MST lucha por un eje de desarrollo
agrario llevado adelante por pequeñas y medianas propiedades
que produzcan para el mercado interno.
Cuando el gobierno reajustó el salario mínimo, la oposición
entre su política económico-financiera y los intereses de
los trabajadores se hizo aún más evidente. Fue el Banco
Central el que definió el nivel insignificante de ese
aumento, pese a la oposición de la CUT y de todos los
sindicatos del país. Más que en otros episodios, Lula sintió
la rigidez del equipo económico, pero pese al carácter
simbólico de esa decisión, no impidió que se impusiera.
Este muy débil aumento permitió comprender la naturaleza de
la expansión económica prevista para 2004. Esta estaría
basada únicamente en la exportación y el consumo de las
elites, puesto que no había recuperación de la capacidad de
consumo del mercado interno y principalmente de los
trabajadores. Tras dos años de estancamiento, el nivel de
crecimiento previsto –alrededor de 3.5 o 4 por ciento–
constituye una débil mejora, sin por ello significar una
recuperación del empleo, y menos aún del poder adquisitivo
de los asalariados.
En ese contexto, las elecciones municipales de
octubre-noviembre de 2004 constituyeron el primer retroceso
electoral del partido desde su participación en la vida
democrática
(1).
Aunque el número de votos haya aumentado en el país, el PT
vio desplazarse su presencia geográfica desde los centros
políticos fundamentales –como Sao Pablo y Porto Alegre,
ciudad-símbolo donde había gobernado durante 16 años– hacia
regiones del interior del país, de menor peso político y
nivel de politización menos elevado, como la región central
del Brasil
(2).
Consecuencia directa de la decepción causada por las
orientaciones del gobierno, la casi total ausencia de los
militantes en las calles constituyó el principal punto débil
de las campañas electorales del PT. Es como si hubiera
perdido su alma e intentado remplazarla por la
'profesionalización', es decir, la introducción de
especialistas en marketing para dirigir las campañas –más
centradas en la televisión que en las calles– y de cabos
eleitorais (personas remuneradas para hacer propaganda
electoral) en sustitución de los militantes.
Después de esos malos resultados electorales, el gobierno de
Lula buscó recomponer su base de alianzas políticas con los
partidos de centro, el Partido del Movimiento Democrático
Brasileño (PMDB)
(3),
de derecha, el Partido Popular (PP), con miras a la elección
presidencial de 2006. Esta vez, los movimientos sociales
reiniciaron las movilizaciones confirmando su toma de
distancia: ocupaciones por trabajadores sin tierra que
habían hecho una tregua durante la campaña electoral;
oposición de estudiantes y profesores a la reforma
universitaria considerada 'privatizante'; rechazo de la
reforma del derecho laboral que anuncia debilitamiento de
los sindicatos y un avance de la precariedad del trabajo.
La experiencia de gobierno del PT y de Lula, que parecía
dirigirse hacia una confluencia entre gobierno popular,
partidos de izquierda y movimientos sociales, desemboca, al
cabo de dos años, en una cita fallida.
Emir
Sader *
Argenpress
21 de enero de 2005
* Emir
Sader es Sociólogo brasileño, catedrático de la Universidad
de Río de Janeiro.
Notas:
(1)
Directamente emanado de los movimientos sociales, y en
particular de la gran huelga de los metalúrgicos, en Sao
Paulo, en 1980, durante la dictadura militar (1964-1985), el
PT conoce su primera gran victoria cuando, el 15 de
noviembre de 1988, Luiza Erundina de Souza gana la elección
a la municipalidad de Sao Paulo. En diciembre de 1989, si
bien es derrotado por Fernando Collor de Mello, Lula obtiene
48 por ciento de los votos en la segunda vuelta de la
elección presidencial, lo que constituye en ese momento un
acontecimiento histórico.
(2)
En San Pablo (7 millones 700 mil electores), el candidato
del Partido Social Demócrata Brasileño, José Serra, derrotó
a la intendente petista Marta Suplicy con 55.47 por ciento
de los votos. José Fogaza, del Partido Popular Socialista se
instala en la municipalidad de Porto Alegre con 53.32 por
ciento. Más allá de esas dos derrotas simbólicas, el PT
controla 411 municipalidades (contra 187 en 2000) y ha
conquistado importantes intendencias: Belo Horizonte (Minas
Gerais) y Recife (Pernambuco), así como en periferias de Sao
Paulo y Río de Janeiro.
(3)
El PMDB, que gobierna media docena de estados –entre ellos,
Río de Janeiro y Paraná–, cuenta con mayoría en el Senado y
es segunda fuerza en diputados.
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