Me pregunto
cómo y porqué Estados Unidos, un país en todo tan grande, ha
tenido, tantas veces, tan pequeños presidentes... George
W. es quizá el
más pequeño de todos. Inteligencia mediocre, ignorancia
abisal, expresión verbal confusa y permanentemente atraída
por la irresistible tentación del disparate, este hombre se
presenta ante la humanidad con la pose grotesca de un cowboy
que hubiera heredado
el mundo y lo
confundiera con una manada de ganado.... A continuación
presentamos el prólogo completo de José Saramago, Premio
Nóbel de Literatura, que apareció en el libro «El Nerón del
Siglo XXI», la mejor obra biográfica de George W. Bush.
El Estado es la forma superior de la moralidad.
La
carrera política y empresarial de George Walker Bush, hijo
del director de la C.I.A. y, más tarde, 41º Presidente de
los Estados Unidos, George Herbert Walker Bush, se encuentra
narrada y documentada con minuciosidad y precisión en el
libro de James Hatfield para el que estas
palabras van a servir de modesto prólogo.
Pertenece al dominio de lo obvio que de una presentación
como ésta (asumo la redundancia) nadie espera más que lo que
la propia obra va a decirle. En general, lo que los prólogos
hacen (y éste sólo confirma la regla) es simular que abren
una puerta que ya estaba abierta... Siendo así, mi sincero
consejo al lector interesado en conocer los avatares y
caminos que acabaron sentando a
George Walker Bush en el trono imperial y
colonial de la Casa Blanca, es que se salte estas líneas sin
pensárselo dos veces y entre directamente en el asunto.
Al
lector fuera de lo común que, pese al consejo, haya decidido
entretenerse unos instantes en estas páginas, me permito
dejar aquí, en señal de gratitud, como resumido vademécum
del ilustrativo viaje que va a iniciar, la relación de
algunas de las principales etapas que marcaron la vida y
milagros del
actual (y fraudulento) presidente de Estados Unidos
de América del Norte, George Walker Bush, a quien los
amigos, en el tiempo de la juventud (y quién sabe si todavía
hoy), llamaban cariñosamente W. Y como, según las mejores
biografías autorizadas, George Walker, igual que Saulo
cayendo del caballo en el camino de Damasco, recibió de las
alturas la iluminación de la gracia que, en su caso, le hizo
dejar el alcohol y arrepentirse de la vida disoluta en que
se le estaba perdiendo el alma, me voy a permitir, tomando
como piadoso ejemplo las estaciones del vía crucis
cristiano, enumerar! algunos pasos de la peculiar vía
triunfalis que, por ser el hijo mayor de su señor padre,
le habría de conducir hasta el ombligo del mundo, más
conocido como Despacho Oval.
Helas
aquí: En una primera estación se muestra hasta qué extremo
influyó el peso político y empresarial paterno para que
George W. fuese admitido y obtuviera diplomaturas en las
universidades de Andover y de Yale; en una segunda estación
se explican las maniobras y los artificios de que George W.
se sirvió para que lo situaran en el número uno, de una
lista de espera de miles, para inscribirse en la Guardia
Nacional de Tejas y de esa manera tener una razón para no ir
a la guerra de Vietnam; en la tercera estación se destapa el
engranaje financiero con que fueron reflotadas las compañías
petrolíferas de George W. cuando estaban al borde de la
quiebra; en la cuarta estación se aclara el laberíntico
proceso de venta de las acciones de la Harken Energy
Corporation; en la quinta estación se describe la operación
de adquisición del equipo de béisbol Texas Rangers y como la
posterior venta de su parte (pese a ser minoritaria) hizo !
de George W. un multimillonario; finalmente, en la sexta y
última estación se analizan en pormenor las campañas que, en
dos ocasiones, elección y reelección, colocaron al hijo
predilecto de George Herbert Walker Bush en el gobierno del
estado de Tejas, el último escalón que le faltaba a W. para
que, un día, ojos desafiando ojos, dispuesto para
desenfundar el Colt de la pistolera, como en O.K. Corral,
pudiese lanzarle a la cara de la estatua de Abraham Lincoln
estas palabras que, en su boca, suenan como un insulto: «Yo
también soy presidente de los Estados Unidos». Presidente de
los Estados Unidos, sí, pero gracias al fraude, a la
mentira, a la manipulación.
Peor
aún que todo esto, y hablando alto y claro: George Walker
Bush llegó a la presidencia de su país por obra de un golpe
de estado perfectamente caracterizado, al que sólo le faltó
el habitual retoque militar, aunque no, ciertamente, la
aquiescente benevolencia del Pentágono.
La
acción conjunta (y concertada) de cinco jueces de derechas
del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, del gobernador
de Florida, Jeb Bush, hermano del candidato republicano, y
de la mayoría abrumadora de los medios de comunicación
social norteamericanos, con especial relevancia los
informativos de televisión que, «controlados por las grandes
corporaciones industriales y financieras, difunden la
opinión directa del Estado-empresa», tuvo como consecuencia
una de las más ignominiosas y descaradas usurpaciones de
poder que los tiempos modernos tuvieron la desgracia de
atestiguar.
El
mundo asistió estupefacto a una exhibición de
prestidigitación política que ha dejado para siempre en la
sombra las artes manipuladoras de otro presidente
norteamericano, Richard Milhous Nixon, aquél que entró en la
Historia de los Estados Unidos con el expresivo apodo de
Dick Trick, que significa algo así como embustero,
farsante, impostor, tramposo (dejo al lector que elija el
término que considere más adecuado).
Me
pregunto cómo y porqué Estados Unidos, un país en todo tan
grande, ha tenido, tantas veces, tan pequeños presidentes...
George W. es quizá el más pequeño de todos. Inteligencia
mediocre, ignorancia abisal, expresión verbal confusa y
permanentemente atraída por la irresistible tentación del
disparate, este hombre se presenta ante la humanidad con la
pose grotesca de un cowboy que hubiera heredado el mundo y
lo confundiera con una manada de ganado.
No
sabemos lo que realmente piensa, no sabemos siquiera si
piensa (en el sentido noble de la palabra), no sabemos si en
realidad no será un robot mal programado que constantemente
confunde y cambia los mensajes que lleva grabados en su
interior. Pero, honra le sea dada al menos una vez en la
vida, hay en George Walker Bush, presidente de Estados
Unidos, un programa que funciona a la perfección: el
programa de la mentira.
Él
sabe que miente, sabe que nosotros sabemos que está
mintiendo, pero, por pertenecer a la tipología de
comportamiento del mentiroso compulsivo, seguirá mintiendo
aunque tenga delante de los ojos la más desnuda de las
verdades, repetirá la mentira incluso después de que la
verdad le haya estallado ante su mismo rostro.
Mintió para hacer la guerra contra Irak como ya había
mentido sobre su pasado turbulento y equívoco, es decir, con
la misma desfachatez. La mentira, en George W., viene de muy
lejos, la trae en la masa de la sangre. Como mentiroso
emérito, él es el corifeo de todos los mentirosos que lo han
rodeado, aplaudido y servido como lacayos durante los tres
últimos años. Ahora son menos los yes men, pero todavía
sueltan sus gorgoritos embaucadores.
No
había
armas de destrucción masiva en Irak, las
que existieron fueron destruidas tras la guerra del Golfo,
en 1991. Pero Anthony «Tony» Blair y José María Aznar, los
tenores preferidos de George W., continuaron, en su santo
nombre, dándole vueltas al gastado y rayado disco de la
amenaza que Sadam Hussein representaba para la humanidad...
George Walker Bush expulsó la verdad del mundo para, en su
lugar, inaugurar y hacer florecer la edad de la mentira.
La
sociedad humana actual está impregnada de mentira como de la
peor de las contaminaciones morales, y él es uno de los
mayores responsables. La mentira circula impunemente por
todas partes, se ha erigido en una especie de otra verdad.
Cuando hace algunos años un primer ministro portugués, cuyo
nombre por caridad omito aquí, afirmó que «la política es el
arte de no decir la verdad», no podía imaginar que George W.
Bush, tiempo después, transformaría la chocante afirmación
en una travesura ingenua de político periférico sin
conciencia real del valor y del significado de las palabras.
Para
George W. la política es, simplemente, una de las armas del
negocio, y, tal vez la mejor de todas, la mentira como arma,
la mentira como vanguardia de los tanques y de los cañones,
la mentira sobre las ruinas, sobre los muertos, sobre las
infelices y siempre frustradas esperanzas de la humanidad.
No es
cierto que el mundo sea hoy más seguro que hace tres años,
pero no dudemos de que sería mucho más limpio y tranquilo
sin la política imperial y colonial del presidente de
Estados Unidos de América, George Walker Bush, y de cuantos,
conscientes del fraude que estaban cometiendo, le abrieron
el camino para la Casa Blanca. Después de dispararle un tiro
a Abraham Lincoln.