“Yo
soy el maestro de la tierra,
el
general de las plantas,
el
gobernador del rocío”.
“L'histoire de Petitami et des
Grands Louis” (1936)
Las
consecuencias del terremoto del
pasado 12 de enero nos dejaron
momentáneamente sin habla. Asqueados
por la infamia del circo mediático,
sentimos la obligación de compartir
algunos datos sobre los asombrosos
logros del pueblo haitiano.
Haití es un país extremadamente pobre, pero no son aquellos
que producen la comida dentro del
territorio nacional los responsables
de la falta de alimento suficiente,
la pobreza y la desnutrición. Todo
lo contrario.
Mentiras mentirosas
Cuando buscamos información sobre
Haití se nos dice
habitualmente que los campesinos
haitianos son los responsables de
haber provocado una gigantesca
crisis ecológica en sus tierras y,
por ende, los responsables de la
falta de alimento y desarrollo. Se
nos dice que son: “Pobres,
ignorantes, analfabetos, incapaces
de acumular y procesar
conocimientos”, y que ellos habrían
deforestado planicies, sierras y
montañas, favoreciendo la erosión y
el consiguiente agotamiento de los
suelos en ese país de quebrada
geografía.
Nada más lejos de la verdad
En los años 80, luego de diez años de trabajo en el terreno,
un equipo de agrónomos e
investigadores haitianos y franceses
midió científicamente, entre otras
cosas, el rendimiento de las tierras
cultivadas de manera artesanal por
los pequeños campesinos.
La sorpresa fue inmensa cuando constataron que esos
campesinos
conseguían producir, sin irrigación
ni el aporte de insumos industriales,
2,3
toneladas
de materia seca y consumible por
hectárea.
Aclaramos, para quien no tiene una noción del significado de
estos números, que es uno de los
rendimientos agrícolas más altos del
mundo.
¿Cómo
lo hacen?
La
inteligencia en la escasez
La citada investigación del Centro Madian Salagnac
mostró que en una misma explotación
coexisten tres tipos de parcelas: el
jardín A, que rodea la vivienda, con
un cultivo intensivo de árboles
(bananos, especias, café,
aguacatales, pomelos, además de
árboles de sombrío y para obtener
madera, postes y tablas).
El jardín B, al lado del anterior y talado, donde se siembra
en asociación maíz, frijoles,
batatas, ñame, repollo, yuca, etc.
La asociación de cultivos permite
aprovechar la tierra fértil. Tiempos
de maduración y cosecha separados
optimizan la utilización de la mano
de obra y garantizan la continuidad
de los cultivos contra las
variaciones climáticas, puesto que
todas las especies no florecen ni
maduran al mismo tiempo.
Se utiliza sistemáticamente la tradicional aporcadura,
(amontonar tierra al pie de las
plantas), para concentrar la materia
orgánica (al quedar enterradas las
malas hierbas debajo de la
aporcadura) y proteger el suelo de
la erosión y el deslave.
La fertilidad también se mantiene gracias al manejo de los
animales, cerdos y aves, de los
residuos de toda clase y de las
cenizas de la cocina a leña.
Todos estos elementos se constituyen en fertilizantes y
enriquecen el suelo.
Por ultimo están los jardines C, fracciones de terrenos
alejados de la casa y dispersos, que
se alternan para pastoreo y cultivo.
Nada se desperdicia en esta ajustada, esforzada y sabia
economía.
Razones de bolsillo
Los prejuicios de técnicos y políticos haitianos y
extranjeros, prejuicios sustentados
en un desprecio simplista por la
sabiduría campesina, contribuyeron a
esta visión.
Las poderosas empresas de la industria de insumos y
maquinaria agrícolas, los cerebros
técnicos formados por ellas, nunca
estuvieron interesadas en que
alguien conociera la eficiencia de
formas de agricultura perfeccionadas
durante siglos por los descendientes
de esclavos rebeldes.
Para las empresas no hay cliente
pequeño, desde que la agricultura se
transformó en agronegocio, apoyados
por los organismos financieros
internacionales, por las buenas o
por las malas, han convencido al
mundo de que sin el uso de sus
productos no hay planta que crezca.
Sus clientes son las grandes extensiones de tierra que están
en manos de terratenientes
haitianos, “mestizos” o blancos, de
estadounidenses, franceses,
dominicanos y sus empresas. En esas
tierras se cultiva café, caña de
azúcar a demanda del mercado
mundial, no del hambre haitiana.
En Haití, entre el 65 y el 70 por ciento de la población es campesina
y trabaja la tierra en pequeñas
parcelas. Los males que aquejan a
los campesinos haitianos, los que
impiden su bienestar, su
crecimiento, su desarrollo
saludable, son los más obvios y
generales a todos los países
latinoamericanos.
Los obstáculos que impiden que esa producción agrícola,
asombrosa, fruto del esfuerzo y la
sabiduría de los campesinos
haitianos alimenten a su propio país
dignamente son los que a nivel
planetario provocan el hambre
mundial:
la
falta de políticas de protección a
la producción nacional, la ausencia
total de crédito para mejoras
necesarias, la inseguridad en la
misma propiedad de la tierra que les
puede ser arrebatada en cualquier
momento, la falta de un sistema de
salud que los asista allí donde
viven, la inexistencia de escuelas
rurales… esos son los males.
Y el mal mayor:
Haití ha estado gobernado por imperios, por cipayos y
lacayos de los imperios, vendido al
mejor o al peor postor, según quien
fuera el amo del mundo en cada
época.
Mientras tanto, durante siglos los campesinos haitianos,
siguieron haciendo fértil su tierra,
amándola, cuidándola y cultivando
una economía y una sabiduría de
manejo de la naturaleza de la que
algún día quizás queramos y podamos
aprender.