Uruguay
Somos de otra clase, y del mismo planeta |
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En
BRECHA del 7-I-05 he leído dos artículos que refieren a
temas casi similares. Me refiero a “Demostrar que somos de
otra clase”, del diputado (PS) Guillermo Chifflet, y “El
ambiente primero”, del sociólogo Gerardo Honty.
En la
victoria –y sus tentaciones– Chifflet se anticipa a reclamar
de las “personas y los colectivos partidarios” un
comportamiento tan ético como en la derrota, como en el “no
poder”. Evoca con razón una larga trayectoria de cultivo y
cuidado de valores imprescindibles para prefigurar un “mundo
nuevo” –“otro mundo” se dice ahora– que el ejemplo vital de
los militantes de entonces hacía creíble, confiable,
palpable. Ahora, dice Chifflet, llegó el momento de hacer
visible ese mundo, y junto con él, tercia el Che Guevara,
hay que parir al hombre nuevo, o como también se puede decir
ahora, una nueva subjetividad.
Especialmente compartible –y disfrutable– es el
cuestionamiento del diputado a la propiedad privada a partir
de citas santas y non sanctas. El socialismo, dice Chifflet,
transformará las condiciones materiales en que viven las
personas en los aspectos económicos y de las estructuras
sociales.
Gerardo
Honty, por su parte, refiere en un tono comprensiblemente
inquieto alusiones que habría hecho el futuro ministro de
Medio Ambiente, Mariano Arana, acerca de la preponderancia
ante el ambiente de los “problemas de la gente” que
parecieran ser el salario, el empleo, la vivienda, la salud,
los cuales serán solucionados por el crecimiento económico y
la inversión. Y luego llamó a “evitar los fundamentalismos”,
pues el hombre ha modificado desde siempre la naturaleza y
de lo contrario no tendríamos siquiera agricultura. Luego
Honty fundamenta con base y sensatez un “desarrollo sin
descuentos”, y reclama la protección del ambiente como
acción de la primera política social que debería desplegar
el inminente gobierno.
Estas
lecturas se imbricaron con otra que venía haciendo en esos
días, la del libro “Etica ecológica. Propuestas para una
reorientación”,1
una selección de trabajos de diversos/as autores/as
presentados en el Primer Congreso Iberoamericano de Etica y
Filosofía Política celebrado en Alcalá de Henares,
coordinados por el multifacético profesor, investigador y
escritor español Jorge Riechmann, responsable de
biotecnologías y agroalimentación en el Departamento
Confederal de Medio Ambiente del sindicato Comisiones
Obreras (CC.OO.), de España. En esta obra se abordan temas
como “las reivindicaciones ambientales y los derechos
humanos”, pasando por “el ecofeminismo y la sostenibilidad
de la vida humana como problema”, hasta “consideraciones
sobre ética ecológica y la actividad agropecuaria”. Se
abordan también aspectos como los derechos de los animales y
el reto ético que ellos implican, la justicia ambiental, el
liberalismo “verde”, el análisis estratégico de los
conflictos ecológicos, entre otros.
Haciendo
zapping entre BRECHA y estos textos fui encontrando vínculos
con los artículos mencionados, sobre todo constatando que la
izquierda llega al gobierno bastante desprovista de un
reflexión profunda y actualizada acerca del ambiente y su
importancia económica, sanitaria, social, política,
cultural, y muy mayoritariamente ajena a los aportes que el
“pensamiento ecologista” ha hecho en los últimos 30 años a
la filosofía política, al análisis de los sistemas
económicos, al ensanchamiento de conceptos como desarrollo,
progreso, supervivencia, a la filosofía en general. La
mayoría de la izquierda institucional, como una parte
importante del país, convive aún con el prejuicio de que hay
unos “fundamentalistas radicales” que pueden ser llamados al
barrer “ecologistas”, y que son una verdadera piedra en el
zapato de la sociedad porque plantean temas secundarios en
escenarios donde ni siquiera hay espacio suficiente para
tratar los temas importantes.
Es
difícil no recordar a otros que calificaban de “comunistas”
a todos sus opositores, a quienes no les tenían confianza o
simplemente a quienes querían desacreditar. El procedimiento
de etiquetar para inhibir el debate sólo ha logrado provocar
una gran pérdida de tiempo para la sociedad, porque los
debates, tarde o temprano, terminar llegando.
No veo
en la actualidad mayor fundamentalismo que la rigidez con la
que se han aplicado recetas económicas “universales”, que la
tozudez con la que se pretende soslayar la importancia vital
–sí, vital– del enfoque ecologista en todas las actividades
humanas sin siquiera una discusión seria al respecto; no veo
mayor fundamentalismo que negar que así como la política, la
economía, la cultura y la afectividad están en todo lo que
pensamos y hacemos, también lo está la ecología; no veo
mayor fundamentalismo hoy que identificar a quien esto diga
con un “ecologista”, pues no es necesario serlo para
entenderlo, o que calificar de fundamentalistas las
preocupaciones sólidamente fundamentadas que levanta la
perspectiva de un crecimiento económico que no introduzca en
su análisis, su proyección y su evaluación la expresión
ecológica de sus consecuencias.
Dice el
historiador y sociólogo cubano Armando Fernández Soriano en
el citado libro que al tiempo que crece la sensibilidad
social hacia los problemas ecológicos, aumenta la reticencia
de los gobiernos a adoptar compromisos estables al respecto;
señala que el neoliberalismo incrementó la crisis ambiental
en el mundo y que en el marco de los acuerdos
internacionales los países centrales buscan subterfugios que
les permitan mantener sus niveles de contaminación y consumo
y consolidar su dominio de la propiedad intelectual sobre
los bancos genéticos naturales. “Cada vez es más evidente
que la crisis ambiental es consustancial a la crisis
civilizatoria del sistema mundo –afirma el cubano–, y que
ese iceberg está compuesto en gran medida por el modelo
económico y tecnológico”.
Apunta
bien Chifflet, y con oportunidad, hacia la ética en la
victoria, pero debemos complementar la noción de ética
político-partidaria con otras como ésta: “El saber ambiental
cambia la percepción del mundo desde un pensamiento único y
unidimensional que se encuentra en la raíz de la crisis
ambiental, por un pensamiento de la complejidad. Esa ética
promueve la construcción de una racionalidad ambiental
fundada en una nueva economía –moral, ecológica y cultural–
como condición para establecer un nuevo modo de producción
que haga viables estilos de vida ecológicamente sustentables
y socialmente justos, reenlazando los vínculos de los
procesos ecológicos, culturales, sociales, económicos y
tecnológicos”, sostiene Fernández Soriano. Quiere decir que
más allá de la ética comportamental que se podría expresar
en la antinomia honestidad-corrupción, los gobiernos y las
personas –más aún las progresistas– deben adoptar hoy una
posición consciente acerca de su relación ética con el
ambiente, y esto no implica solamente una actitud, sino una
acción concreta, una “nueva percepción” del mundo y sus
cosas. Es claro que en este caso, como en tantos otros, no
es posible omitirse, no hay un espacio de “no acción”: no
definirse y no actuar en consecuencia sólo fortalece la
opción hegemónica actual.
Dice
Fernández Soriano que “En la nueva geopolítica de América
Latina y el Caribe la cuestión ambiental se presenta cada
vez con mayor importancia, tanto en la resolución de los
conflictos ecológicos como en las construcciones de nuevos
paradigmas por las sociedades.”
No será
posible cambiar el país sin una integración del enfoque
ecologista a todos los análisis, proyectos, programas y
planes gubernamentales y sociales. Se podrá construir una
versión más aceptada –por un breve lapso– del capitalismo
depredador, pero se estará lejos de los “valores” que alude
Chifflet al evocar el “mundo nuevo”.¿Cómo y dónde se colocan
las fronteras de la solidaridad, de la honestidad, del
compromiso para no caer en el antropocentrismo? ¿Por qué no
asumir que además de información y formación en muchos
aspectos convencionalmente aceptados, la acción del cambio
debe contener una fuerte dosis de conocimientos sobre
ecología?
Uno de
los ámbitos en los cuales se puede y se debe actuar con
rapidez es la agricultura, porque su actividad compromete el
uso intensivo de la tierra y del agua, porque los alimentos
que necesitamos para vivir provienen de ella, porque su
impacto, por tanto, es universal.
Jorge
Riechmann afirma en el mencionado libro que las prácticas
dominantes en las modernas agricultura y ganadería plantean
problemas éticos de gravedad, como la obtención de una
ventaja a corto plazo que causa problemas de salud pública
(nitratos que contaminan el agua subterránea) y/o daños
ecológicos (difusión de insecticidas organoclorados en la
biosfera); situaciones de explotación y exposición a riesgos
laborales para los trabajadores más desprotegidos,
incluyendo niños y niñas; el hambre que afecta a 840
millones de personas en el mundo; el abuso de los recursos
naturales en el presente que compromete la supervivencia de
las generaciones futuras. Y señala que “La producción
agropecuaria pone en conexión íntima el mundo laboral, la
biosfera con sus recursos naturales, los sistemas de
producción industrial (por ejemplo los agroquímicos), la
sociedad receptora de esa producción, las relaciones
internacionales de distribución y comercio; las cuestiones
sociopolíticas de justicia y los problemas ecológicos de
sustentabilidad aparecen a cada paso en este entramado de
relaciones. Si hablamos de producción y consumo
agropecuario, detrás de cada elección política o económica
hay importantes cuestiones éticas”.
En el
epílogo del libro “Etica ecológica”, George Monbiot, citado
por Riechmann, explica que “Nuestro sistema económico
depende de un crecimiento sin fin, pero vivimos en un mundo
con recursos finitos. Nuestra esperanza de progreso es, por
consiguiente, una ilusión. Esta es la gran herejía de
nuestros tiempos, la verdad fundamental sobre la cual no se
puede hablar. La rechazan quienes poseen el poder hoy
–gobiernos, empresarios, medios masivos–, igual que el
descubrimiento de que la Tierra gira alrededor del Sol fue
condenado por la iglesia católica a fin del medioevo. El
capitalismo es un culto milenarista, elevado al rango de
religión mundial (...) Igual que los cristianos imaginan que
Dios los salvará de la muerte, los capitalistas creen que
los suyos los librarán de la finitud. A los recursos del
mundo, aseveran, les ha sido garantizada la vida eterna”
2
¿Es esto
fundamentalismo? Como dice Alvaro Portillo (véase BRECHA del
7-I-05, pág. 12) que le dijo Tabaré Vázquez, presidente
electo: “No se equivoca el que no hace”
3
Carlos Amorín
Convenio BRECHA / Rel-UITA
28 de
enero de 2005
Notas:
1 Editorial
Nordan-Comunidad, 2004.
2 George
Monbiot. “Our quality of life peaked in 1974. It’s all
downhill now”, The Guardian, 31/12/2002.
3 Este
artículo fue escrito antes de que se conociera el “apoyo
total” de Vázquez a la proyectada planta de celulosa del la
empresa finlandesa Botnia en Uruguay.
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