La tragedia de
Guatemala llega al extremo de que uno de sus poblados,
Panabaj no sólo fue declarado inhabitable sino que se
considera un camposanto. Las labores de rescate fueron
abandonadas en ese sitio. Los habitantes del lugar, que se
calcula en más de 1,400 personas, fueron enterrados por un
alud de lodo y piedras, quedando así sepultada su miseria,
sin lápidas ni epitafios.
Con este desastre, el estado guatemalteco evidencia su
debilidad. No tiene la capacidad de regular el dios mercado
para hacerlo menos inhumano, ni logra convencer a los
todopoderosos empresarios y propietarios de todos los bienes
para hacer las adecuaciones tributarias que permita una
aceptable redistribución de la riqueza y por lo tanto se
debe conformar con administrar despojos y testimoniar
tragedias.
La concentración de la propiedad y de la tierra en pocas
manos, el 2% concentra el 72% de la tierra, según cifras de
organismos internacionales, provoca que el 57% de la
población se encuentre en estado de pobreza y el 21% en
estado de extrema pobreza. Guatemala es el país más desigual
de América Latina.
Es decir, que de los 12 millones de habitantes de este país
"del paisaje", casi 7 millones sólo cuentan con 2 dólares
diarios para sobrevivir. Es obvio que familias en estas
condiciones, no pueden habitar en lugares seguros, carecen
de techos dignos, además de que están excluidos de los
servicios básicos o sea, no tienen futuro.
El estado y la sociedad guatemalteca enfrentan un gran reto:
o permite que esta injusticia y desigualdad se eternice o
toma acciones urgentes para que la reconstrucción del país
no se edifique sobre las mismas bases de exclusión y
discriminación. La solidaridad de amplios sectores, muy
generosa por cierto y la caridad no son la solución para
construir un país que erradique este aberrante sistema que
agrede la dignidad de todos los seres humanos.
No es casual que siempre son los sectores vulnerables, los
pobres, los marginados, los indígenas, los habitantes de
áreas rurales, de zonas marginales, los que se ven
groseramente afectados con los fenómenos naturales. Su vida
en un país como éste es un desastre y su muerte solo cierra
este ciclo ante la indiferencia de quienes tienen en sus
manos corregir tan secular situación.
Ni la readecuación del presupuesto anunciada por el
gobierno, ni los millones de dólares y euros ofrecidos por
la comunidad internacional son la solución para evitar que
los fenómenos naturales arrebaten vidas de niños, mujeres,
ancianos, y hombres pobres que tienen sobre sus espaldas
siglos de indiferencia e infelicidad. El deber del gobierno
es reencauzar las políticas públicas y la estructura
tributaria para empezar a garantizar la redistribución de la
riqueza aunque tenga que enfrentar a los sectores
económicos. La responsabilidad social de los empresarios
está a prueba.
Las cifras de más de 600 muertos y 1000 desaparecidos son
una espina metida en el corazón de quienes tengan algo de
sensibilidad social. Los afectados hoy son las víctimas
constantes de la injusticia. Son esa mitad de la población
guatemalteca que exige y merece una vida digna, con respeto
a los derechos inherentes a todos los seres humanos.
Lo demás, es demagogia.
Ileana Alamilla
Agencia Latinoamericana de Información – ALAI
17 de octubre de 2005
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