Chile

           

Chile a la hora del cambio

La refundación (I)

 

Durante los veinte años de gobierno de la Concertación, en Chile se redujeron fuertemente los niveles de pobreza y se procesaron reformas democráticas innegables, pero las bases del modelo económico que impulsó la dictadura del general Pinochet permanecieron casi intocadas. El primer triunfo electoral de la derecha en 51 años supone el término de un ciclo.

 

“Refundación”: la palabrita está en boca del conjunto de la dirigencia política chilena en estos días. La plantean abiertamente algunos dirigentes de primer plano de la derrotada Concertación por la Democracia, pero la sugieren también personeros de la derecha triunfante en las elecciones del domingo 17, sobre todo el presidente electo, el multimillonario empresario Sebastián Piñera.

 

Los primeros entienden que su fracaso electoral no podrá ser revertido a mediano plazo si no se sientan las bases de una “nueva alianza política y social progresista” que deje atrás esa vieja colación de cuatro partidos que durante dos décadas les fue funcional y que ahora ven como perimida en todos los planos. Los segundos piensan que para consolidar su éxito de hoy deberán hacer olvidar cuanto antes que en lo más profundo de sus raíces aparece el verde oliva de la dictadura.

 

Unos y otros coinciden en que el domingo en Chile se cerró un ciclo y comenzó a abrirse otro, pautado por la entrada en liza en política de una nueva generación.

 

De los cuatro gobiernos "concertacionistas" que se sucedieron tras la caída de la dictadura, en 1990, se ha dicho que encarnaron “el proyecto político más exitoso del último ciclo de transiciones a la democracia en América Latina”, según resumió en el diario argentino Página 12 el analista José Natanson.

 

Los éxitos macroeconómicos (crecimiento sostenido del PIB, reducción de la deuda externa, bajo nivel de desempleo, boom de exportaciones, diversificación del comercio, resistencia a las crisis regionales e internacionales), avances sociales como la reducción de la pobreza, que pasó de 42 a 13 por ciento de la población entre 1989 y fines del año pasado, la tasa más baja de América Latina; la expansión de las capas medias; una (tímida) reforma jubilatoria; la extensión de la cobertura de salud; el aumento de los índices de escolaridad; la introducción de un ingreso para las madres jefas de hogares pobres son incluidos en el platillo positivo de la balanza. También la instauración del divorcio (Chile fue uno de los últimos países en el mundo en hacerlo) y en el plano político la eliminación de la figura del senador vitalicio, una de las hipotecas que el agonizante pinochetismo dejó a la naciente democracia y que perduró años.

 

Pero en ninguna de las gestiones de la alianza entre socialistas (PS), democristianos (DC), radicales y socialdemócratas se afectó la esencia del modelo implantado bajo la dictadura. 

 

A pesar de la drástica disminución de la pobreza, en este período la brecha social se profundizó, al punto de que Chile es hoy uno de los países más inequitativos del planeta, las leyes laborales siguieron siendo tan “flexibles” como veinte años atrás (la tasa de sindicalización es de las más bajas de América Latina), no se procedió a una reforma impositiva (no hay en Chile impuesto a la renta, están gravados incluso los productos de primera necesidad, el sistema fiscal es regresivo y en proporción pagan más los que ganan menos), las tarifas públicas son de las más caras de la región, el sistema previsional no ha sido modificado y sigue siendo por entero privado. 

 

“La dictadura hizo que el eje referencial de los chilenos pasara de la Europa del Estado de bienestar a los Estados Unidos de los Chicago Boys. En sus primeros períodos, bajo las presidencias de los democristianos Patricio Aylwin y Eduardo Frei, el eje permaneció en Chicago. Los socialistas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet lo dejaron de este lado del Atlántico, aunque lo corrieron de Chicago a Boston, un toquecito más social”, comentó a Sirel el sociólogo Ernesto Tironi.

 

El retraimiento del Estado de la escena económica y social comenzó a procesarse bajo la dictadura, pero continuó bajo la Concertación.

 

Si bien sobre todo en el último tramo de esta campaña electoral el candidato concertacionista Eduardo Frei hizo énfasis en la necesidad de fomentar el papel del Estado en la economía, en su gestión de 15 años atrás se caracterizó por haber promovido la privatización de empresas públicas.

 

“La Concertación impulsó en la sociedad valores propios de un capitalismo puro y duro, como el 'empresarismo', el esfuerzo y el éxito individual, el egoísmo, el cada cual para sí y sálvese quien pueda, la inscripción de un sistema educativo sumamente elitista en una lógica únicamente productiva. Junto a valores de orden y disciplina heredados de la dictadura se conformó un paquete que hizo que para muchos Concertación y derecha no se diferenciaran tanto. Hubo esfuerzos para corregir el tiro durante las gestiones de Lagos y Bachelet, pero no bastaron para revertir esa impresión”, dijo a Sirel un joven de los tantos que en los últimos años se apartó, hastiado, de la vida política.

 

Cerca de 30 por ciento de los chilenos en condiciones de votar, la mayor parte de ellos menores de 40 años, no están inscritos en el padrón electoral. “Es un signo más de la 'americanización' (en el sentido de 'estadounidización') de la vida política y social chilena”, apunta Tironi.

 

“La Concertación no supo renovarse a tiempo, no alentó la participación política en general y de los jóvenes en particular y careció de audacia para colocar en el centro de la escena los temas que a las nuevas generaciones más interesan. Frei, un político de la vieja generación, conservador, era en ese sentido un anticandidato, prácticamente su peor cara, la menos atractiva”, señala por su lado el analista Tomás Mosciatti, director de la radio Bío Bío.

 

Fue tras pugnar infructuosamente por hacerse un camino en la coalición hasta ahora gobernante que en 2008 el joven diputado Marco Enríquez Ominami (MEO, como se lo conoce en Chile) abandonó el Partido Socialista y desafió desde fuera a la Concertación, que además debió enfrentar otra disidencia, la representada por la coalición Juntos Podemos, que unió a ex socialistas y a comunistas tras la candidatura del veterano ex dirigente del PS Jorge Arrate.

 

Por primera vez en veinte años en esta elección la Concertación compitió no sólo con la derecha sino también con otras dos listas salidas de sus propias filas, la de MEO y la de Arrate, que entre ambas superaron el 26 por ciento de los votos, apenas cuatro puntos menos que Frei.

 

“La pérdida de la unidad de la izquierda” fue uno de los factores señalados como decisivos para la derrota de la alianza oficialista chilena por algunos dirigentes progresistas latinoamericanos, entre ellos el presidente electo de Uruguay, el veterano líder tupamaro José Mujica.

 

 

En Montevideo, Daniel Gatti
Rel-UITA
21 de enero de 2010

 

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