Cuando la posición hegemónica de Estados Unidos en América
Latina se deteriora ostensiblemente resurgen con fuerza los enconos
entre los dos principales países sudamericanos: Argentina y Brasil
están escalando desde el clásico enfrentamiento comercial hacia un
más abarcativo conflicto político, pese a las diplomáticas
declaraciones de Luiz Inacio Lula da Silva y Néstor Kirchner estos
días en Brasilia, en el marco de la cumbre Sudamérica-Países Arabes.
Hasta ahora el eje de las controversias estaba anclado en las
llamadas 'asimetrías' económicas, que se concretaban en saldos
comerciales desfavorables para Argentina. Hace un año el ministro de
Economía, Roberto Lavagna, elevó a Brasil una propuesta para
resolver las asimetrías comerciales, que fue respondida con soberbia
por el ministro de Comercio y Desarrollo, Luiz Fernando Furlan. Hace
40 años la industria argentina llevaba la delantera; luego Brasil
levantó vuelo y en los 90 las políticas del gobierno de Carlos Menem
alentaron la desindustrialización.
Esos diferentes recorridos se resumen en que Brasil compra
cada vez menos a Argentina (8.9 por ciento de sus importaciones en
2004 frente al 14 por ciento de hace seis años), pero el mercado
brasileño representa un tercio de las exportaciones argentinas. El
punto caliente es que la industria brasileña invadió el mercado
argentino: sólo en el último año las compras de calzado deportivo
crecieron 50 por ciento, lavadoras 57 por ciento, equipos de aire
acondicionado 71 por ciento, maquinaria agrícola 60 por ciento,
hilados de algodón 149 por ciento, y así en casi todos los rubros.
Argentina es muy dependiente del comercio con el Mercosur y Brasil,
mientras éste abrió nuevos horizontes hacia los países emergentes
del tercer mundo. Más aún: Brasil es la verdadera aspiradora de los
capitales que llegan a la región (paga la tasa de interés más alta
del mundo), sus empresarios están comprando grandes empresas
argentinas y haciendo fuertes inversiones en los países vecinos. Es
la historia del capital: desborda las fronteras nacionales para
eludir la redistribución o las mejoras sociales que disminuyan sus
privilegios.
El problema político es tanto o más grave. Los argentinos,
pero también otros países de la región, sienten la avasallante
presencia brasileña, que a menudo califican de 'subimperialista'.
Brasil busca ocupar todos los espacios que puede, ya sea en la OMC,
la FAO o la ONU, donde busca un asiento permanente en el Consejo de
Seguridad -a lo que Argentina se opone- y apuesta a la Confederación
Sudamericana de Naciones (CSN) mientras Argentina prioriza el
Mercosur. Están en juego la hegemonía y el liderazgo políticos
regionales.
Durante la crisis en Ecuador, Brasil concedió asilo al
depuesto Lucio Gutiérrez y movió sus piezas en el país andino sin
siquiera consultar a la CSN. Hasta el conservador Folha de Sao Paulo
consideró 'arrogante' la diplomacia de Itamaratí. No es ésta una
historia de buenos y malos, si tal cosa existe. Las políticas
externas de ambos países son digitadas por la burguesía paulista y
las grandes empresas monopólicas argentinas. Ciertamente Brasil se
apoya en su potencial industrial para conseguir ventajas políticas y
ha llegado al punto de enviar tropas a Haití, legitimando el golpe
de mano imperial contra el presidente Aristide. Pero Argentina
también hace lo suyo: Bielsa desempolvó el ALCA y trama acuerdos con
Washington para mostrar las uñas a Brasil. Condoleezza Rice, hábil
en alentar el litigio, elogió a Brasil en una reciente visita que se
saltó Buenos Aires, por su 'creciente papel global' y por el
'excelente trabajo que Brasil ha hecho' en Haití. Washington espolea
los recelos para buscar aliados que le permitan sortear los malos
momentos que atraviesa en la región y, sobre todo, para aislar a
Hugo Chávez.
Sin embargo, los problemas de fondo entre ambos países -más
allá de la escalada verbal de las semanas recientes- tienen raíces
más profundas. El geógrafo David Harvey (El nuevo imperialismo, Akal,
2003) considera que el capital procede periódicamente a
'reorientaciones espaciales' como forma de eludir la devaluación y
sortear sus crisis, para afincarse en nuevos espacios dinámicos
donde los recursos sean más baratos. Se trata de procesos de
creación y posterior destrucción de espacios para continuar el
proceso de acumulación. 'El capital, por naturaleza, crea ambientes
físicos a su imagen y semejanza únicamente para destruirlos más
adelante, cuando busque expansiones geográficas y desubicaciones
temporales, en un intento de solucionar las crisis de
sobreacumulación que lo afectan cíclicamente.' Cuando el capital
huye, 'lo hace dejando atrás un rastro de devastación'.
Algo así sucedió a Argentina hacia los años 70, época de
vastas rebeliones obreras. Brasil succiona ahora capitales, porque
es el campeón mundial de la desigualdad y por los beneficios que les
garantiza el Estado. La bonanza económica brasileña, concentrada
apenas en San Pablo y en unos pocos enclaves industriales, durará
mientras no haya agitación social y se mantengan los privilegios. A
largo plazo, debe mirarse en el espejo argentino.
El recién electo presidente de la Unión Industrial Argentina,
Héctor Méndez, entrevistado por Página 12, lanzó el de-safío:
'Brasil no va a crecer a costa nuestra', y reconoció que no hay
incentivos para que el capital se instale en su país y lo hace, en
cambio, en Brasil, que 'ha tenido menos sobresaltos'.
En el lenguaje de un gran empresario, el término
'sobresaltos' debe traducirse por 'paz social'. Méndez recuerda que
'el capital es cobarde por naturaleza'. Debería agregarse que el
libre comercio, impulsado por todos los gobiernos de la región, es
intrínsecamente generador de desigualdades sociales y espaciales,
crea en el interior de cada país y entre los diversos países
bolsones de miseria y polos de desarrollo. Pero la cobardía del
capital no debería verse acompañada por actitudes políticas análogas
de gobiernos que se reclaman progresistas.