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Colombia, Venezuela y
la mano de Washington |
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Recordemos los hechos: Rodrigo Granda, representante
internacional de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC, la principal fuerza guerrillera
antigubernamental) fue capturado en Caracas por militares
venezolanos guiados por policías colombianos, quienes les
pagaron entre millón y millón y medio de dólares por el
secuestro. El prisionero fue llevado a Colombia y el
gobierno de ese país se ufanó públicamente de haber pagado
la recompensa por su captura.
El gobierno venezolano, por su parte, encarceló y juzga por
alta traición a los oficiales que colaboraron con la policía
colombiana y, tras declarar que se había violado con esa
operación la soberanía de Venezuela, exigió explicaciones y
disculpas al gobierno de Bogotá, que hasta ahora no las ha
dado y que pide, en cambio, una discusión sobre el tema del
terrorismo en una conferencia multilateral internacional.
Venezuela insiste en que se trata de una intromisión policial
colombiana en su territorio, la cual viola su soberanía, y
sostiene que el problema del terrorismo debe ser discutido
aparte, recordando oficiosamente el caso de los
paramilitares colombianos armados hasta los dientes, que
estaban en territorio de Venezuela ayudando a sectores de la
oposición venezolana en la preparación de un golpe militar
contra el presidente Hugo Chávez.
El mandatario venezolano, por su parte, retiró el embajador
en Bogotá y suspendió el comercio venezolano-colombiano, que
el año pasado ascendió a 2 mil millones de dólares.
Terciando en el debate, el embajador de Estados Unidos en
Colombia respaldó calurosamente al presidente colombiano,
quien sigue justificando su violación de la soberanía del
país vecino, y exigió a Chávez que condene a las FARC. Pero
lo hizo apoyándose en una pasada declaración de los
guerrilleros que, al exigir a Caracas que se definiera ante
el secuestro, implícitamente negaban que Chávez les brindara
el apoyo que Uribe y Estados Unidos aseguran les da.
Estados Unidos y Bogotá hacen, como siempre, hincapié en la
necesidad de aumentar la participación venezolana en lo que
llaman lucha contra el terrorismo, escondiendo, sin embargo,
el terrorismo de Estado (secuestro de personas manu militari
en otro país, pisoteando su soberanía; corrupción de altos
militares para ponerlos a su servicio; apoyo a la oposición
venezolana en su lucha por todos los medios contra un
gobierno legítimo). Venezuela, en cambio, pide se condene la
violación de su soberanía, que reproduce la filosofía y los
métodos utilizados en la ocupación de Irak.
Por último, como se sabe, Washington tiene tropas en Colombia
y rearma al ejército colombiano con los instrumentos bélicos
más modernos, y su Plan Colombia, de hecho, amenaza la
soberanía no sólo de Venezuela sino también de Ecuador, Perú
y Brasil, países limítrofes. Además, la diplomacia
estadounidense y sus servicios de inteligencia han estado
implicados en el golpe de Estado contra el gobierno
venezolano que, como es sabido, abastece a Cuba de petróleo,
ignorando el bloqueo a la isla decretado por Washington, y
se apoya en los médicos y educadores cubanos para su
desarrollo.
El conflicto venezolano-colombiano no es, por tanto, un
problema bilateral, pues el presidente Uribe actúa como la
larga mano de la administración de George W. Bush, que
considera a Chávez un obstáculo para su política
latinoamericana y, en particular, para sus ataques contra
Cuba.
De modo que este incidente la provocación del secuestro de
Granda podría iniciar una peligrosa escalada
político-militar que hay que cortar de raíz. Por tanto, es
deber de los países latinoamericanos, y de México, varias
veces invadido, defender la soberanía venezolana y exigir
que la lucha contra el terrorismo se haga dentro de la
legalidad, la cual incluye confiar en las leyes de los
países hermanos, a los cuales, en todo caso, se debe pedir
la extradición que la justicia aceptará o no de quienes un
gobierno determinado considere delincuentes. Sería oportuna
una declaración de la Secretaría de Relaciones Exteriores,
tendiente a disminuir la tensión entre Venezuela y Colombia
y, sobre todo, advertir a quienes atizan el fuego desde
afuera, que la soberanía de un país latinoamericano nos
atañe a todos.
Argenpress
19 de
enero de 2005
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