Los efectos de la
globalización económica, en el marco de una nueva ola de
grandes inversiones en la extracción y explotación de
recursos naturales de la región, están dando lugar a una
movilización sin precedentes de las comunidades locales
que se enfrentan a los graves impactos sociales y
ambientales de esos emprendimientos.
Desde
el legendario lema del movimiento ecologista -"pensar
globalmente, actuar localmente"- y la adhesión de las
ONG ambientalistas a los valores democráticos, hasta la
fórmula común hoy en los acuerdos de las organizaciones
internacionales sobre medio ambiente y desarrollo, la
participación local, o sea, la intervención de las
comunidades en la toma de decisiones sobre las políticas
y proyectos que las afectan, parece haberse consolidado.
Se ha
consolidado, sin duda, como concepto irrefutable, pero
está muy lejos de ser llevado a la práctica. Cada órgano
o entidad aplica el concepto según su criterio y son
pocos todavía los que se preocupan por averiguar qué
creen al respecto y cómo lo harían los propios
involucrados. Es más, cuando los aludidos deciden actuar
por su cuenta y riesgo, en vez de ser bienvenidos, a
menudo son ignorados, se busca manipularlos o son
simplemente rechazados.
Esto
se traduce concreta y dramáticamente hoy en América
Latina en un número creciente de conflictos ambientales
en los cuales las comunidades locales han decidido
actuar. Por lo general ocurre cuando la situación es
crítica (contaminación, depredación ambiental,
degradación social, etcétera) y evidencia que los
actores habituales y las instituciones vigentes en estas
sociedades no incluyen ni están preparados para tratar
al nuevo protagonista.
Los
impactos de la globalización
La
región latinoamericana arrastra una serie de problemas
ambientales no resueltos, que cada tanto desembocan en
alguna catástrofe producida por accidentes o el desborde
de condiciones críticas. Los pasos dados a este respecto
por los poderes públicos, las empresas y los restantes
actores sociales involucrados han sido hasta ahora
insuficientes. La cuestión es grave porque, en vez de
disminuir o aplacarse, estos conflictos tienden a
aumentar y a agudizarse.
La
mayoría de los gobiernos de la región, incluidos algunos
en donde han triunfado fuerzas de izquierda, no tienen
la determinación política de cuestionar las políticas
del FMI, el BID y el Banco Mundial. Asumen la
globalización económica como un hecho, y por tanto que
la única vía para el desarrollo nacional es la apertura,
sin restricciones, al capital extranjero. Esta es la
receta que facilitó hasta ahora el saqueo de la región,
y hoy las características de esa inversión son peores.
Y es
que a los problemas tradicionales o históricos, se
agrega una nueva serie de inversiones interesadas en
explotar las riquezas naturales de la región. Desde el
boom de la minería y la expansión de la
agroindustria, como el caso de la soja, hasta las
plantaciones de pinos y eucaliptos, con la instalación
consiguiente de la industria de la celulosa, son todos
proyectos de gran escala con fuertes impactos
ambientales y sociales sobre las poblaciones locales.
Extracción de minerales, gas y petróleo en zonas ricas
en biodiversidad y frágiles ecológicamente (por ejemplo:
el proyecto Pascua Lama en los glaciares cordilleranos
de Argentina y Chile); deforestación de los bosques
naturales y plantaciones masivas de árboles para las
fábricas de celulosa; patentes de productos biológicos
para la industria farmacéutica y la agroindustria, son
algunas de esas inversiones que enfrentan una creciente
resistencia de las poblaciones.
Lo
significativo de esta resistencia es su asiento
territorial, o sea, son movimientos comunitarios,
asambleas ciudadanas o juntas de vecinos de una zona o
localidad. El antecedente de estos movimientos son los
pueblos indígenas que, al conservar su identidad étnica
y cultural asociada a la tierra, actúan siempre en forma
colectiva y territorial. Al igual que los indígenas,
estos movimientos cuestionan las instituciones políticas
y a los actores tradicionales de la sociedad.
La
resistencia de las comunidades
En el
norte del Perú se proyectan grandes minas en desmedro de
la agricultura. Las comunidades campesinas ven peligrar
sus cultivos y el ganado, los cursos de agua y sus
condiciones de vida. Un caso ejemplar de resistencia fue
Tambogrande, donde la población, gobiernos e
iglesias locales, enfrentaron un proyecto de mina de oro
a tajo abierto, lo denunciaron dentro y fuera del país y
demostraron con un plebiscito su rechazo, hasta lograr
la desistencia del gobierno nacional.
El
boom minero alentado por el gobierno peruano de
Fujimori, con apoyo del Banco Mundial,
multiplicó los conflictos entre las empresas y las
comunidades. Finalmente, de ese proceso surgió la
Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la
Minería (CONACAMI) para defender los derechos de las
poblaciones y luchar por un cambio del modelo económico.
La "planificación participativa y descentralizada" fue
definida como la "única vía para el desarrollo
sostenible".
En
forma similar a Tambogrande, en Esquel, en
la Patagonia argentina, la Asamblea de Vecinos
Autoconvocados realizó en 2003 un plebiscito en el cual
el NO a una mina de la Meridian Gold triunfó con 81 por
ciento de los votos. Las autoridades no respetan ese
resultado y la movilización local continúa. Las reformas
legislativas de los años 90 en Argentina alentaron una
proliferación de proyectos mineros, que las poblaciones
resisten en defensa de su salud y del medio ambiente.
En
Brasil, además de los conflictos entre las poblaciones
indígenas y las empresas agroindustriales y de celulosa
-como los Tupinikim y Guaraní con Aracruz Celulose,
en el estado de Espírito Santo-, que vienen luchando
desde hace años por la reforma agraria, las poblaciones
se enfrentan también a las políticas de forestación
porque las grandes empresas absorben cada vez mayores
tierras utilizables para la producción de agricultura
familiar.
Dos
proyectos de plantas de celulosa sobre el río Uruguay,
compartido entre Argentina y Uruguay, generaron un serio
conflicto binacional a partir de la movilización de las
asambleas ciudadanas ambientales de la provincia de
Entre Ríos, que han cortado los puentes que unen ambos
países y obligaron al gobierno argentino a cuestionar
esos proyectos ante la Corte Internacional de La Haya, a
pesar de existir en ese país emprendimientos de
forestación y celulosa similares.
(continuará)
Por Víctor L. Bacchetta
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Rel-UITA
8 de diciembre de 2006