Reflexiones peruanas
Con exclusión no hay desarrollo |
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Como suele suceder, los limeños sólo se enteran de que las
provincias más pobres del Perú existen cuando se producen
hechos de inusual gravedad. E el caso de la crisis de
Tintaya, muchas personas todavía ignoran que la provincia de
Espinar es una de las más pobres del Perú; y normalmente,
la pobreza extrema no es el mejor caldo de cultivo para la
felicidad.
La actividad minera en Espinar, además, ha tenido impacto
negativo en el medio ambiente de las comunidades aledañas,
cuyos habitantes no hablan castellano en su mayoría, y han
sentido mucha frustración e impotencia. En Yauri, la capital
de la provincia, no se perciben mejoras en las condiciones
de vida. Por ejemplo, la mayoría de empleos que ha
proporcionado la actividad minera tienen carácter
especializado y los jóvenes de Espinar no pueden acceder a
ellos. Es comprensible por ello que un sector de los
habitantes exijan simplemente el cierre de Tintaya, al
sentir que sólo ha generado perjuicios.
La empresa BHP Billiton llegó en años anteriores a una serie
de acuerdos con las comunidades más afectadas, pero desde
hacía meses se tenía información sobre el incumplimiento de
varios compromisos de la empresa; y aunque en las recientes
movilizaciones han intervenido algunos grupos políticos
locales, no se puede reducir el origen de dichas protestas a
simple manipulación, manteniendo el estereotipo de que los
campesinos son seres ingenuos que pueden ser manipulados por
cualquier agitador. Espinar vive un ambiente de descontento
y pretender convencer a sus habitantes de que la actividad
de Tintaya se realiza en bien del país es simplemente una
abstracción, a falta de beneficios visibles.
¿Qué se podría haber hecho? La respuesta es tan sencilla que
resulta indignante que los pronunciamientos que denuncian
los actos de violencia no lo tomen en cuenta: el Estado
habría podido prevenir el conflicto con una adecuada
inversión en salud, educación, carreteras y demás servicios
a los cuales los habitantes de Espinar tienen tanto derecho
como los demás peruanos. Lamentablemente, son otras las
prioridades de nuestros gobernantes: la crisis de Tintaya ha
coincidido con el ingreso al Callao de una de las fragatas
Lupo, en las cuales el Estado peruano ha gastado decenas de
millones de dólares, y con la última opulenta gira mundial
del Presidente Toledo.
El ente estatal más cercano a este conflicto, el Ministerio
de Energía y Minas, ha incumplido hasta el momento su
obligación de promover un clima de mutuo respeto entre
empresas mineras y comunidades, porque no da signos
concretos de que su prioridad sea evitar que la actividad
minera deteriore las condiciones de vida de la población. En
consecuencia, ha perdido legitimidad.
Otro factor clave para prevenir estos conflictos es que las
empresas mineras busquen una relación respetuosa con las
comunidades vecinas, evitando los actos que puedan impactar
de manera negativa. En este contexto, casos como el de Majaz
en Huancabamba son especialmente cuestionables: no es
posible comenzar una actividad minera acusando de
terroristas a sacerdotes, agentes pastorales y dirigentes
comunales. El punto de partida es que los funcionarios de
las empresas logren percibir que los campesinos son seres
humanos con los mismos derechos que ellos. Evitar actitudes
arrogantes y racistas es mucho más importante que tomarse
fotos al lado de niños chaposos, sonrientes y pobres.
Del lado de la población es preocupante el empleo de la
violencia para plantear sus demandas. Este recurso se viene
repitiendo con mucha frecuencia, como ocurrió el año pasado
en diversos conflictos municipales. Sin embargo, gracias al
régimen de Fujimori buena parte de los campesinos de Espinar
carecen de posibilidad de ejercer sus derechos fundamentales
por vías legales, al haberse establecido que el DNI es un
documento costoso y temporal. Una reforma en este sentido
ayudaría mucho a encauzar las demandas sociales por vías
pacíficas (RP 20), salvo que en el fondo no se quiera que
los campesinos puedan participar y por eso se les busca
mantener indocumentados.
Finalmente, la crisis de Tintaya es una voz de alerta a
quienes se entusiasman con las alentadoras cifras
macroeconómicas. Sobran en nuestra historia ejemplos de
prosperidad asociada a las peores formas de injusticia:
recordemos la explotación del guano, basada en realidad en
la explotación de los chinos, y el boom del caucho que
generó la captura y esclavitud de miles de nativos
amazónicos.
Si la población de los lugares más pobres del país sigue
sintiéndose tan ajena al crecimiento económico, tendremos
que acostumbrarnos a vivir entre estallidos similares. El
desarrollo verdadero del Perú implica afrontar de manera
integral la exclusión de millones de ciudadanos.
Wilfredo
Ardito Vega
Convenio La Insignia / Rel-UITA
13 de junio
del 2005
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