Inició su
militancia en la década del 50, cuando Juan Perón era
presidente de los argentinos. Tras el derrocamiento de
éste, participó de la resistencia armada peronista.
Estuvo preso en la cárcel de Punta Carretas en
Montevideo junto a los tupamaros y conoció el exilio.
Actualmente integra el Grupo de Reflexión Rural (GRR)
en su país.
-¿Cómo se formó el GRR?
¿Quiénes
lo integran y cuáles son sus objetivos?
-El GRR fue en sus comienzos un grupo de afinidad
al más puro estilo de los nuevos movimientos de la
resistencia global; un grupo de afinidad dedicado a debatir
los temas del modelo de sojización y la liberación de
organismos transgénicos.
Veníamos de diversas experiencias. En sus orígenes, lo
componían sobre todo agrónomos, periodistas, y algunos
activistas y antiguos luchadores. Nos reuníamos una vez por
semana en mi oficina de la Secretaría de Agricultura.
En el invierno de 1997, algunas veces llegamos a ser más
de treinta hombres y mujeres sentados hasta en el suelo
porque no había sillas que alcanzaran. Reflexionábamos y
debatíamos ganados por la pasión de crear un pensamiento
común, mientras nos pasábamos el mate y un compañero tomaba
nota de las ideas y conceptos que iban y venían,
conformándose y coagulándose en modos y formas cada vez más
valiosos. Pronto comenzamos a hacer circular estas actas
memoriosas por correo electrónico y las fuimos corrigiendo y
consensuando, hasta que tomamos conciencia de que estábamos
produciendo documentos que podían tener un valor político.
De esa toma de conciencia a comenzar a imprimirlos y
difundirlos hubo apenas un paso. La oportunidad nos la
brindó una concentración de chacareros en la Plaza de Mayo.
Por primera vez salimos a la calle distribuyendo las
gacetillas. Fue un éxito rotundo. A partir de ese día
tomamos más coraje, convencidos de que era importante lo que
teníamos para expresar.
Claro que con los años transcurridos y tantas luchas y
batallas ganadas, algunas cosas han cambiado. Somos más
osados, más atrevidos, también más ambiciosos, quizá, al
menos en los temas que abarcamos y sobre los que nos
atrevemos a sentar doctrina.
No escapamos a la crítica al modelo de monocultivo de
soja, tal vez porque entender ese modelo es hoy la punta de
una madeja, como lo fue para el argentino Raúl Scalabrini
Ortiz en los años cuarenta comprender desde los
ferrocarriles ingleses la absoluta dependencia de su país
respecto al imperio. Quizá por ello nos hemos ido
proyectando hacia nuevos objetivos, tales como la
reconstrucción del Estado y la reorganización del movimiento
nacional y popular. En parte estos nuevos objetivos se los
debemos a Ignacio Lewkowicz, un extraordinario pensador que
acompañó a lo largo de los dos últimos años la aventura
intelectual del GRR hasta su trágica muerte, ocurrida
pocas semanas atrás. Con Ignacio redescubrimos los
laboratorios de pensamiento en un nivel superior a aquel en
que nos iniciáramos, y fuimos capaces de elaborar durante
meses escritos que al decir de muchos modificaron para
siempre algunos de los lugares comunes férreamente
establecidos.
-¿Cómo ha impactado el GRR en otros militantes?
-Esos nuevos horizontes de pensamiento a los que me
refería, y el hecho de aceptar que estamos discutiendo no
sólo la política sino el modo de concebir el poder y de
manejar el Estado, produjeron otro fenómeno que nos impactó
fuertemente como grupo: se nos acercaran viejos y nuevos
militantes, activistas que buscaban nuevas prácticas y que
se fascinaban con nuestros estilos renovadores y
contestatarios, de absoluta horizontalidad y de una práctica
política que obligaba al estudio y al debate permanente.
-Usted integró organizaciones argentinas
revolucionarias. ¿Hay un abandono de los ideales de la
juventud o existe una continuidad entre aquellos grupos y el
GGR?
-De ninguna manera hay un abandono, sino una misma
búsqueda y una misma lucha. Es la situación del mundo la que
cambió de manera tremenda tanto con la caída del muro de
Berlín como con la llamada globalización. Me suelen
impacientar los discursos que levantan banderas
antiimperialistas de un modo tal como si intentaran negar
las nuevas realidades e impactos de la globalización.
Yo comencé mi militancia en el peronismo, en 1954-55,
cuando el peronismo era uno de los tantos movimientos de
liberación nacional de la posguerra. Nos inspirábamos con
naturalidad en modelos de la época y vivíamos con intensidad
los desafíos ideológicos de la guerra fría.
-¿Qué opina hoy de aquellos modelos que inspiraron a muchos
jóvenes?
-Quizá sea fácil actualmente olvidar que el rostro
dominante del socialismo era entonces Stalin, sus inmensos
campos de concentración, Yalta y la división del mundo en
áreas de influencia por parte de las grandes potencias. Pero
nosotros no podíamos ignorarlo porque el Partido Comunista
local y la izquierda, salvo honrosas excepciones, había
jugado abiertamente con los imperialistas y con sus
oligarquías nativas…
-Entonces, ¿cuáles eran sus referentes?
-Teníamos por referentes al líder egipcio Nasser y en
especial a los argelinos, que fueron quienes nos inspiraron
los modelos de la lucha armada y de la construcción de
escalones políticos y militares apoyados sobre el movimiento
nacional.
-¿Y actualmente?
-Hoy el zapatismo, Bové y los campesinos franceses, las
nuevas lecturas de Marx, la insurgencia aymara, las luchas
ecologistas y el ascenso de los movimientos campesinos e
indígenas nos obligan a dejar muchos textos y miradas que
tuvimos como paradigmas en los años setenta. La Unión
Soviética ha desaparecido como contrapeso y como referencia,
pero también ha desaparecido como escuela de un pensamiento
lineal y sesgado. Tanto la sociedad de mercado como la
resistencia se han hecho globales. Nuestro enemigo es el
capitalismo globalizado, que primeriza nuestras economías y
saquea nuestros recursos naturales, pero en el terreno de la
lucha ideológica es preciso que debatamos ciertos modos
progresistas basados en nuevos modos universales aunque nos
resulten éticamente aceptables.
Nuestras luchas antiglobales deberían siempre partir del
arraigo y de la identidad, y en especial de un modo de
visualizar la cultura como una estrategia para sobrevivir en
ese lugar en que nos ha tocado estar. Los años setenta, sin
embargo, nos han marcado muy fuerte con sus discursos sobre
el sacrificio y la muerte. Nos han dejado las heridas
terribles del genocidio y la memoria del fracaso en los
objetivos revolucionarios que nos planteamos.
-¿Es posible olvidar ese pasado trágico?
-No, pero resulta difícil sustraerse a la gravitación de
aquellos años trágicos. Por eso las confusiones, la
persistencia de viejos discursos y el asumir los nuevos
modelos de la democracia y la convivencia con las
dificultades de no poder realizar reflexiones mínimas sobre
los procesos de lucha armada de los que provenimos. El deber
de lo que llamábamos entonces un revolucionario y lo que hoy
llamaríamos un activista global o acaso un guerrero es
asumir en plenitud su propio tiempo.
Somos en el aquí y ahora de la historia que nos toca
vivir, y esa vida y el mundo en que está instalada sigue
siendo para muchos de nosotros un desafío fascinante.
-¿Qué opina de la literatura política que
inspiró las ideas revolucionarias de las décadas del 60 y
70?
-Los textos que nos impusimos o nos impusieron alguna vez
para producir los cambios hoy son sólo eso, textos sin mayor
trascendencia sobre la realidad, porque nacieron para
cambiar el mundo en el siglo XIX y tan solo son referencias
bibliográficas.
Es preciso refundar el pensamiento en la tierra y la
propia cultura, dejar de sentirse el centro del universo
para aceptarse parte del milagro de la vida y aprender de la
naturaleza el modo de articular lo diferente y lo diverso.
La vida es siempre complejidad creciente. Cuando tratamos de
simplificarla, nos equivocamos. Nos propusimos homogenizar
el pensamiento, y estábamos cavando nuestros propios
fracasos. Se trata de aprender aquellas lecciones y
reencontrar alegría en los medios, sin aguardar los frutos
que tal vez recojan nuestros descendientes.
Carlos Caillabet
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