Argentina

Con Jorge Eduardo Rulli, activista global

Qué es ser un revolucionario

en estos tiempos

Inició su militancia en la década del 50, cuando Juan Perón era presidente de los argentinos. Tras el derrocamiento de éste, participó de la resistencia armada peronista. Estuvo preso en la cárcel de Punta Carretas en Montevideo junto a los tupamaros y conoció el exilio. Actualmente integra el Grupo de Reflexión Rural (GRR) en su país.

 

 

-¿Cómo se formó el GRR? ¿Quiénes lo integran y cuáles son sus objetivos?

 

-El GRR fue en sus comienzos un grupo de afinidad al más puro estilo de los nuevos movimientos de la resistencia global; un grupo de afinidad dedicado a debatir los temas del modelo de sojización y la liberación de organismos transgénicos.

 

Veníamos de diversas experiencias. En sus orígenes, lo componían sobre todo agrónomos, periodistas, y algunos activistas y antiguos luchadores. Nos reuníamos una vez por semana en mi oficina de la Secretaría de Agricultura.

 

En el invierno de 1997, algunas veces llegamos a ser más de treinta hombres y mujeres sentados hasta en el suelo porque no había sillas que alcanzaran. Reflexionábamos y debatíamos ganados por la pasión de crear un pensamiento común, mientras nos pasábamos el mate y un compañero tomaba nota de las ideas y conceptos que iban y venían, conformándose y coagulándose en modos y formas cada vez más valiosos. Pronto comenzamos a hacer circular estas actas memoriosas por correo electrónico y las fuimos corrigiendo y consensuando, hasta que tomamos conciencia de que estábamos produciendo documentos que podían tener un valor político. De esa toma de conciencia a comenzar a imprimirlos y difundirlos hubo apenas un paso. La oportunidad nos la brindó una concentración de chacareros en la Plaza de Mayo. Por primera vez salimos a la calle distribuyendo las gacetillas. Fue un éxito rotundo. A partir de ese día tomamos más coraje, convencidos de que era importante lo que teníamos para expresar.

 

Claro que con los años transcurridos y tantas luchas y batallas ganadas, algunas cosas han cambiado. Somos más osados, más atrevidos, también más ambiciosos, quizá, al menos en los temas que abarcamos y sobre los que nos atrevemos a sentar doctrina.

 

No escapamos a la crítica al modelo de monocultivo de soja, tal vez porque entender ese modelo es hoy la punta de una madeja, como lo fue para el argentino Raúl Scalabrini Ortiz en los años cuarenta comprender desde los ferrocarriles ingleses la absoluta dependencia de su país respecto al imperio. Quizá por ello nos hemos ido proyectando hacia nuevos objetivos, tales como la reconstrucción del Estado y la reorganización del movimiento nacional y popular. En parte estos nuevos objetivos se los debemos a Ignacio Lewkowicz, un extraordinario pensador que acompañó a lo largo de los dos últimos años la aventura intelectual del GRR hasta su trágica muerte, ocurrida pocas semanas atrás. Con Ignacio redescubrimos los laboratorios de pensamiento en un nivel superior a aquel en que nos iniciáramos, y fuimos capaces de elaborar durante meses escritos que al decir de muchos modificaron para siempre algunos de los lugares comunes férreamente establecidos.

 

-¿Cómo ha impactado el GRR en otros militantes?

 

-Esos nuevos horizontes de pensamiento a los que me refería, y el hecho de aceptar que estamos discutiendo no sólo la política sino el modo de concebir el poder y de manejar el Estado, produjeron otro fenómeno que nos impactó fuertemente como grupo: se nos acercaran viejos y nuevos militantes, activistas que buscaban nuevas prácticas y que se fascinaban con nuestros estilos renovadores y contestatarios, de absoluta horizontalidad y de una práctica política que obligaba al estudio y al debate permanente.

 

-Usted integró organizaciones argentinas revolucionarias. ¿Hay un abandono de los ideales de la juventud o existe una continuidad entre aquellos grupos y el GGR?

 

-De ninguna manera hay un abandono, sino una misma búsqueda y una misma lucha. Es la situación del mundo la que cambió de manera tremenda tanto con la caída del muro de Berlín como con la llamada globalización. Me suelen impacientar los discursos que levantan banderas antiimperialistas de un modo tal como si intentaran negar las nuevas realidades e impactos de la globalización.

 

Yo comencé mi militancia en el peronismo, en 1954-55, cuando el peronismo era uno de los tantos movimientos de liberación nacional de la posguerra. Nos inspirábamos con naturalidad en modelos de la época y vivíamos con intensidad los desafíos ideológicos de la guerra fría.

 

-¿Qué opina hoy de aquellos modelos que inspiraron a muchos jóvenes?

 

-Quizá sea fácil actualmente olvidar que el rostro dominante del socialismo era entonces Stalin, sus inmensos campos de concentración, Yalta y la división del mundo en áreas de influencia por parte de las grandes potencias. Pero nosotros no podíamos ignorarlo porque el Partido Comunista local y la izquierda, salvo honrosas excepciones, había jugado abiertamente con los imperialistas y con sus oligarquías nativas…

 

-Entonces, ¿cuáles eran sus referentes?

 

-Teníamos por referentes al líder egipcio Nasser y en especial a los argelinos, que fueron quienes nos inspiraron los modelos de la lucha armada y de la construcción de escalones políticos y militares apoyados sobre el movimiento nacional.

 

-¿Y actualmente?

 

-Hoy el zapatismo, Bové y los campesinos franceses, las nuevas lecturas de Marx, la insurgencia aymara, las luchas ecologistas y el ascenso de los movimientos campesinos e indígenas nos obligan a dejar muchos textos y miradas que tuvimos como paradigmas en los años setenta. La Unión Soviética ha desaparecido como contrapeso y como referencia, pero también ha desaparecido como escuela de un pensamiento lineal y sesgado. Tanto la sociedad de mercado como la resistencia se han hecho globales. Nuestro enemigo es el capitalismo globalizado, que primeriza nuestras economías y saquea nuestros recursos naturales, pero en el terreno de la lucha ideológica es preciso que debatamos ciertos modos progresistas basados en nuevos modos universales aunque nos resulten éticamente aceptables.

 

Nuestras luchas antiglobales deberían siempre partir del arraigo y de la identidad, y en especial de un modo de visualizar la cultura como una estrategia para sobrevivir en ese lugar en que nos ha tocado estar. Los años setenta, sin embargo, nos han marcado muy fuerte con sus discursos sobre el sacrificio y la muerte. Nos han dejado las heridas terribles del genocidio y la memoria del fracaso en los objetivos revolucionarios que nos planteamos.

 

-¿Es posible olvidar ese pasado trágico?

 

-No, pero resulta difícil sustraerse a la gravitación de aquellos años trágicos. Por eso las confusiones, la persistencia de viejos discursos y el asumir los nuevos modelos de la democracia y la convivencia con las dificultades de no poder realizar reflexiones mínimas sobre los procesos de lucha armada de los que provenimos. El deber de lo que llamábamos entonces un revolucionario y lo que hoy llamaríamos un activista global o acaso un guerrero es asumir en plenitud su propio tiempo.

 

Somos en el aquí y ahora de la historia que nos toca vivir, y esa vida y el mundo en que está instalada sigue siendo para muchos de nosotros un desafío fascinante.

 

-¿Qué opina de la literatura política que inspiró las ideas revolucionarias de las décadas del 60 y 70?

 

-Los textos que nos impusimos o nos impusieron alguna vez para producir los cambios hoy son sólo eso, textos sin mayor trascendencia sobre la realidad, porque nacieron para cambiar el mundo en el siglo XIX y tan solo son referencias bibliográficas.

 

Es preciso refundar el pensamiento en la tierra y la propia cultura, dejar de sentirse el centro del universo para aceptarse parte del milagro de la vida y aprender de la naturaleza el modo de articular lo diferente y lo diverso. La vida es siempre complejidad creciente. Cuando tratamos de simplificarla, nos equivocamos. Nos propusimos homogenizar el pensamiento, y estábamos cavando nuestros propios fracasos. Se trata de aprender aquellas lecciones y reencontrar alegría en los medios, sin aguardar los frutos que tal vez recojan nuestros descendientes.

 

 

Carlos Caillabet

© Rel-UITA

8 de julio de 2004

 

   

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