Uruguay
Con
Nélida Fontora
De
los cañaverales a la guerrilla |
A
principios de los 60 fue dirigente de la Unión de
Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), en el norte
uruguayo. Luego se integró al movimiento tupamaro.
Capturada, fugada y vuelta a capturar, Fontora pasó 14
años presa. Hoy rememora su historia.
En alusión al tatú sudamericano, en Uruguay al cortador de
caña de azúcar –y por extensión al zafrero rural– se le
llama “peludo”.
Sumidos desde siempre en la extrema miseria, los peludos
lograron hacerse escuchar por la opinión pública luego que
en 1961, formaron un sindicato, UTAA, en la ciudad de
Bella Unión, cercana a la frontera con Brasil. Asesorados
por el procurador universitario Raúl Sendic, que luego se
transformaría en líder de la guerrilla tupamara, obtuvieron
entonces que inspectores del Ministerio de Trabajo visitaran
las plantaciones e intimaran a las patronales a que pagaran
a los trabajadores sueldos que les debían de por lo menos
una década atrás.
En 1962 UTAA realiza su primera huelga. Los peludos y
sus familias acampan en los montes de Itacumbú, en las
cercanías de Bella Unión. El Ejército los rodea y los corre,
pero los peludos vuelven a acampar. Así durante tres meses.
Patrones y soldados “querían ganarnos por hambre. Pero por
hambre, ¿qué íbamos a perder? Estábamos acostumbrados,
nosotros", cuenta entonces al escritor Eduardo Galeano una
de las mujeres que participaron en el parlamento, Marcelina
Piñeyro.
El 2 de abril de 1962 los peludos copan por la fuerza la
administración del ingenio azucarero. Míster Henry, un
inglés a cargo de la empresa, finalmente cede a las
presiones de los trabajadores y decide negociar. Se paga lo
adeudado, pero no se reintegra al trabajo a los que
participaron en la revuelta. Los peludos recorren varias
veces los 600 quilómetros que separan Bella Unión de
Montevideo en reclamo de sus derechos laborales en lo que se
conocería como las “marchas cañeras”. En la capital, el
gobierno los desespera en un laberinto de trámites y la
policía los reprime en las calles. Fontora y muchos de sus
compañeros van por primera vez a la cárcel, pero gracias al
apoyo que suscitan entre la población recuperan la libertad.
Poco después los peludos demandan “tierra para quien la
trabaja", para lo cual piden la expropiación de un
latifundio improductivo de la zona. La represión vuelve a
ensañarse con ellos.
Siguiendo los pasos de Raúl Sendic, muchos peludos y sus
mujeres se integran a la guerrilla tupamara. Fontora estuvo
entre ellos, y se enfrentó a las patronales y a la
represión, pero también al machismo y a la ignorancia entre
los suyos.
-Hábleme
de su familia.
-Vengo de familia de peludos. Mis padres no sabían leer ni
escribir, pero a los doce hermanos nos criaron con
determinados códigos que más tarde comprendí. Éramos pobres
pero había que ser honrados, limpios y trabajadores. Esa era
la consigna en casa. Yo trabajo desde los 7 años.
-¿Fue a
la escuela?
-Sí. Dos o tres años. No me acuerdo... Cansados y hambrientos
nos dormíamos en clase y guardábamos la comidita que nos
daba la maestra para llevarla a nuestras casas y compartirla
con nuestros hermanos. Pasamos hambre, si señor. Hambre de
días sin comer. Pero habiendo comida en casa, por poco que
fuera, tanto mi padre como mi madre no dejaban que nunca
faltara el plato para el andante.
-¿Qué es
un andante?
-Un peludo atrás de trabajo. Un hombre que camina con sus
poquitas cosas al hombro en busca de changas en la caña, en
el arroz, en lo que venga. Y sí uno de ellos caía en casa,
sin preguntarle quién era allí tenía su plato.
-¿Como
era la relación con sus padres? ¿Ellos entendieron su
decisión de integrarse a la militancia y luego a la
guerrilla?
-Pese a toda la propaganda en contra y pese a toda su
ignorancia los viejos fueron muy avanzados. Yo era chica y
me llevaban al comité del Partido Socialista. Cuando la
revolución cubana mi padre decía, por Fidel Castro: "Si ese
barbudo quiere que los pobres estén mejor no debe ser tan
malo como lo pintan".
Los viejos no eran bobos. Cuando yo me vine para Montevideo
clandestina mi padre me dijo que si tuviera veinte años
menos se embarcaba conmigo. En el pueblo a nosotros, los que
militábamos, nos decían de todo. Comunistas de Rusia, nos
decían...
-¿Cuándo
aprendió a leer?
-En la cárcel. Me enseñaron las compañeras. Cuando estábamos
en el campamento llegó un maestro, Salvador Porta, que
intentó enseñarnos. Nosotros los peludos teníamos ansias de
trabajo y por eso pedíamos tierra para trabajar, pero nos
costaba aprender lo que nos quería enseñar la gente que
venía de la ciudad. Es difícil aprender después de grande,
con muchos hijos, cuando uno vuelve cansado del corte de
caña. Y está el problema de la bebida... También había
machismo. Por eso mis compañeros no me dejaron ir cuando
tomaron los escritorios del ingenio con los gringos adentro.
Mucho machismo, y muy injusto, porque la primer persona
baleada por la policía fue una mujer. Las mujeres recorrimos
los 600 quilómetros entre Bella Unión y Montevideo. Todo
hicimos a la par de los hombres, pero ni siquiera aparecemos
en las fotos de las marchas.
-A fines
de los 60 usted habla durante un acto del 1º de mayo ante
unas 100 mil personas. Supongo que no debe haber sido fácil.
-Yo hablaba de lo que sabía, con mis palabras y a mi gente.
Entonces era fácil. No hablaba de cosas que no entendía.
Hasta la primera marcha a Montevideo yo pensaba que el mundo
era Bella Unión y a mi mundo y su gente yo la conocía bien y
podía hablar con propiedad. No hablaba de la invasión a
Santo Domingo, como querían algunos compañeros, porque de
eso no sabía.
-En su
familia le enseñan a no robar. Sin embargo a usted se la
procesa por rapiña.
-Sí, eso le decía a mis compañeras en la cárcel. Pero
nosotros les robábamos a los grandes ladrones, a los que
explotan a la gente. Mis padres me fueron a visitar una vez
a la cárcel, así que entendieron.
-¿Cómo
fue que pasó de la militancia sindical a la lucha armada?
-Fue un pasaje lento, no pasamos directamente. Otros
compañeros sindicalistas, como Félix Bentín, nos enseñaron
muchas cosas.
-¿Por
ejemplo?
-Que al enemigo no se le habla. Para nada se le habla –decía
Bentín– y eso me dio fuerza en la tortura y en la cárcel.
Carlos
Caillabet
© Rel-UITA
17 de setiembre de 2004
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