Uruguay

La construcción de la esperanza

como tarea cotidiana

 

Foto: Gerardo Iglesias

Hace unos pocos días un grupo de escolares visitó, como parte de las salidas didácticas planificadas para el año, el Palacio Estévez. Por si alguien no se acuerda es el que está ubicado en la Plaza Independencia, donde funcionaba la Presidencia de la República hasta la recuperación de la democracia. Allí se ha instalado un museo que permite que niños y adolescentes hagan un recorrido por la vida institucional del país y puedan materializar algunas de las cosas que aprendieron en sus clases de historia.

 

Una de las salas incluye el escritorio de José Batlle y Ordóñez. Al llegar a ella la guía del grupo propuso que uno de los alumnos ocupara el mismo lugar de trabajo de quien fuera presidente a comienzos del siglo pasado. Como el grupo había hecho en octubre su propia elección, una de las maestras sugirió que la niña que había ganado la misma fuera quien ocupara el lugar.

 

La guía comenzó a preguntarle qué medidas tomaría y como la niña, quizás por el tamaño impresionante de la mesa y del lugar, no conseguía encontrar algo desde dónde comenzar, le preguntó qué decían en su casa. La respuesta no se hizo esperar: “Están felices”, dijo, y organizó el punteo de aspiraciones que se puede escuchar de una punta a otra del país: Trabajo, Salud y Educación.

 

Todos sabemos que en esos tres rubros, los cambios no van a ser fáciles. El grado de deterioro es importante y las posibilidades de inversión mucho más limitadas que las necesidades postergadas.

 

Mucho es lo que podemos discutir sobre las medidas concretas para aplicar en cada uno de ellos desde el 1 de marzo, cuando asuma el gobierno de la izquierda, para lograr los avances más rápidos o más consistentes. También son muchas las discusiones que podemos tener acerca de cuáles son los mejores nombres para asegurar una implementación adecuada de esas medidas.

 

Pero esas discusiones no deben hacernos perder de vista la responsabilidad que todos, sean cuales sean nuestras opciones electorales, tenemos con esa esperanza que muchos de nuestros niños manifiestan hoy.

 

La esperanza no es algo que se construye de una vez y para siempre, sino que permanentemente confronta con los límites concretos, se renueva y vuelve a dar sentido a lo que hacemos. Su construcción nos llevó casi 50 años y muchos sufrimientos. En muchos momentos algunos pensaron que estaba todo perdido, que no quedaba más que adaptarse y sobrellevar ese presente perpetuo lo mejor posible. Pero el empecinamiento de otros muchos en bregar por justicia hizo posible que, a veces mucho más despacio de lo que hubiéramos deseado o con contramarchas dolorosas, hoy estemos discutiendo cuáles van a ser las primeras medidas a tomar para los cambios.

 

Si bien la discusión de las medidas posibles y los nombres de quienes van a ocupar cada uno de los cargos de la nueva administración, o de los candidatos a las elecciones municipales del año próximo, como ha estado de moda en los últimos días, son importantes, no podemos perder de vista que esos cambios podrán ser mayores y más permanentes en la medida en que cuenten con respaldos más amplios y consistentes.

 

Esto supone que la tarea de reconstrucción articule las medidas concretas en lo político con procesos de organización de la ciudadanía y con una gran capacidad de comunicación –entendida como capacidad de decir y oír lo que los otros dicen– que permita dar nuevos sentidos a nuestras acciones.

 

Muchos confiamos en que los designados para los cargos serán los mejores, pero es absurdo pensar que no se van a equivocar. Es más, en tanto acometan la tarea con decisión sabemos que los errores van a estar a la orden del día. Sí sería problemático que no demostraran capacidad de reconocer y enmendar los errores que cometan, y –lo más grave que podría suceder– que los demás nos limitemos a quejarnos y a permitir que esa esperanza, tan trabajosamente construida, se nos diluya entre los dedos.

 

Preservar y reconstruir la esperanza requiere que mejoremos y ampliemos los niveles de organización de la sociedad civil y que desde ella seamos capaces de plantear un debate profundo sobre las soluciones posibles. Tomemos el ejemplo de una de las medidas que la próxima administración se comprometió a tomar, y que los trabajadores más sienten: la jerarquización del Ministerio de Trabajo. Si esa medida no cuenta con el apoyo de un movimiento sindical fuerte, con capacidad de organizar a todas y cada una de las ramas de la producción o los servicios y con capacidad de plantear al conjunto de la sociedad la discusión sobre el valor del trabajo, seguiremos encontrándonos con realidades denigrantes.

 

Vayan como ejemplos los casos de la forestación, una industria que se nos prometió como la salvación, y en la que encontramos denuncias de trabajo infantil, condiciones de servidumbre y otras "maravillas" por el estilo, o de las numerosas empresas de servicios que contratan con el Estado y luego pagan 9 pesos la hora a sus empleados, aprovechándose de la necesidad e indefensión de los mismos.

 

Hace unos años, cuando en Argentina las ilusiones del neoliberalismo menemista comenzaban a mostrar sus crueles debilidades, la pedagoga Adriana Puiggrós comentaba alarmada que la sociedad de su país se había convertido en una sociedad suicida, ya que, más ocupada en el consumo inmediato, no era capaz de pensar en su propia preservación. Todos soñaban con irse a otro país. Unos pocos para consumir a su gusto y otros, los más, para sobrevivir decorosamente.

 

Cabe a cada uno de nosotros hacer lo necesario para que la alegría y la esperanza que transmitía la niña del comienzo se materialicen y dejemos definitivamente en el pasado los sueños que sólo conducen a la frustración y la muerte.

 

 

Ariel Celiberti

© Rel-UITA

30 de noviembre de 2004

 

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