Al principio de la presentación parecía
insegura. Poco a poco fue ganando
confianza y terminó como si fuera una
experta, aunque era la primera vez que
hablaba en público. Y frente a casi
20.000 personas.
Margarita Córdova no dudó en aceptar la
invitación a intervenir durante la
concentración del pasado 1 de Mayo
frente al ayuntamiento de Fresno. "Al
principio sentí nervios, pero me dio
fuerzas ver tanta gente –dijo,
sonriendo, esta trabajadora de la
construcción de 27 años–. Ahora estoy
más convencida de lo que estoy
haciendo."
Llegó a Estados Unidos a los 11 años de edad, con
su madre. Aunque nació en Ayoquezco de
Aldama (Oaxaca), se crió en Ciudad de
México. Margarita vivió la vida como
muchas niñas de origen humilde: ayudar
en las labores de su casa, cuidar a sus
hermanas, ir a la escuela; y como muchas
niñas, creció sin la presencia de su
padre, quien había emigrado a Estados
Unidos.
Al llegar a California, pasó casi un año en la
zona de Los Ángeles y finalmente su
familia se radicó en Fresno. En 1994
participó junto a cientos de estudiantes
en las marchas de protesta contra la
Propuesta 187 impulsada por el entonces
gobernador republicano Pete Wilson,
quien buscaba así –y luego obtendría– la
reelección. La propuesta pretendía
prohibir a los inmigrantes el acceso a
servicios estatales.
"Entonces supe que no debía callar ante las
injusticias", dice. En aquella época,
Margarita vivió otra experiencia
decisiva. Un guardia de la escuela la
acusó de ir armada. Fue detenida y "me
revisaron como una criminal, hasta con
armas en la mano. Trataron de
humillarme". Hoy, mientras recuerda el
episodio, afirma que eso la convenció
aún más de la necesidad de levantar su
voz ante los abusos del poder.
A los 18 años completó su educación preparatoria
y dio a luz a su hija Jesenia. Desde
entonces comparte su vida con su esposo,
Eduardo Ruíz, también oaxaqueño. Dedicó
cuatro años a criar a su pequeña y luego
de pasar por varios trabajos, encontró
su suerte. "Un señor negro me ofreció
trabajo en la construcción y desde
entonces no he dejado el martillo –dice
con picardía–. Me gustan las máquinas y
herramientas pesadas". Y ante la mirada
irónica del reportero, agrega: "a pesar
de mi estatura soy fuerte".
Este trabajo, explica Margarita, también le
permite estar al aire libre, conocer
gente, cambiar de rutina y aprender.
"Soy la única mujer. Me siento bien,
creo que puede abrir puertas para otras
mujeres." Le divierte narrar algunas
experiencias con sus compañeros:
"Durante un tiempo me tocó supervisar
una cuadrilla de 25 trabajadores, y como
eran hombres se resistían a aceptar mis
indicaciones. –Se ríe, mira hacia arriba
como invocando su memoria–. ¡Fingían no
escucharme y hasta iban con chismes al
patrón!"
Desde hace unos años, ella y su madre son
voluntarias en una iglesia católica de
Fresno, donde colaboran en diferentes
programas sociales. Ahí conocieron a un
activista de los derechos de los
inmigrantes, quien las invitó a
participar en la coalición que organizó
las manifestaciones en Fresno.
"Creo que viene de familia –dice Isabel Vázquez,
de 48 años, madre de Margarita–. Leo la
Biblia y habla de justicia; pero en la
vida real es muy diferente, hay que
ganársela". Decidió emigrar a Estados
Unidos por la falta de empleos en su
tierra; por eso se siente expulsada:
"Vine sola y al principio fue muy
difícil. El gobierno mexicano no sólo no
ayuda sino que te perjudica: creo que
habría sido más feliz en mi comunidad."
Cree que ha sido estricta con sus tres hijas,
pero temía que "se metieran en drogas o
se hicieran flojas". Sin embargo, no
oculta su satisfacción al comprobar que
sus temores fueron infundados y que
entre ellas hay comunicación. "Me gusta
participar con mi hija en este
movimiento; en la Coalición podemos
opinar y nos respetan."
Margarita está de acuerdo con su madre; rebelarse
contra la injusticia viene de familia.
"Desde chica fui así, no me gusta que me
manipulen." Afirma que las mujeres son
víctimas permanentes de ese tipo de
situaciones "porque venimos de una
cultura machista" y alberga el sueño de
"formar una coalición de mujeres; así
nos escucharían más".
Convencida de que "vamos a salir adelante",
confiesa que "esta experiencia me está
enriqueciendo mucho, estoy aprendiendo y
siento que también ayudo a la gente. Por
ejemplo, ya conozco algo de leyes." No
es de sorprender, porque para Margarita,
aprender sobre derechos humanos y
laborales es como aprender a manejar
herramientas: ambas cosas, dice, sirven
para construir.
En
Fresno, Eduardo Stanley
Convenio La Insignia
/ Rel-UITA
26
de mayo de
2006 |
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