A los economistas se les oye decir con
frecuencia que el crecimiento de la
economía es la vía para superar el
subdesarrollo. Del crecimiento esperan
muchos beneficios; sobre todo, la
reducción de la pobreza. Esta visión se
complementa con la creencia de que la
economía crecerá siempre que se aseguren
abundantes inversiones en un ambiente de
apertura que atraiga capitales externos
y que potencie las exportaciones. En las
versiones aún más simplonas, el
crecimiento y por ende la disminución de
la pobreza se alcanzarían casi
espontáneamente a través de la
consecución de equilibrios e incluso
superávit fiscales, para lo que no hay
mejor receta que contener el gasto
público.
Los resultados de esta ideología del
crecimiento están a la vista. Chile, el
modelo neoliberal más citado, ha
conseguido hacer crecer su economía,
cuenta con importantes inversiones y
registra exportaciones en aumento, pero,
además de una relativa reducción de la
pobreza, no consigue generar empleo
suficiente y de calidad, mientras que la
desigualdad es cada vez mayor: en 1990
el 5% más rico de la población recibía
ingresos 110 veces superiores a los del
5% más pobre; en el 2000 la brecha
llegaba a 220 veces y sigue subiendo. En
México, el ejemplo más socorrido de la
hinchada pro-TLC, a pesar de registrar
un aumento de más de tres veces de las
exportaciones y un aumento significativo
de la inversión extranjera, los
resultados macroeconómicos son magros:
el ritmo de crecimiento en los 12 años
de TLC no llega ni a la mitad de lo
logrado en los años cepalinos, con
impactos lamentables para la mayoría de
la población.
Esta realidad nos invita a reconocer que
las inversiones por si solas no logran
establecer las condiciones para que
despegue una economía y que "el
crecimiento económico -como afirma
Amartya Sen, premio Nóbel de Economía-
es más un medio que un fin; (y) para
ciertos fines importantes no es un medio
muy eficiente". Manfred Max-Neef,
economista chileno, premio Nóbel
Alternativo, complementa la posición de
Sen, pensando en países que apuestan por
la extracción de recursos naturales, al
invitar a diferenciar el crecimiento
"bueno" del crecimiento "malo". Según
él, "si me dedico a depredar totalmente
un recurso natural, mi economía crece
mientras lo hago, pero a costa de
terminar más pobres. En realidad la
gente no se percata de la aberración de
la macroeconomía convencional que
contabiliza la pérdida de patrimonio
como aumento de ingreso. Detrás de toda
cifra de crecimiento hay una historia
humana y una historia natural. Si esas
historias son positivas, bienvenido sea
el crecimiento, aunque es preferible
crecer poco pero crecer bien, que crecer
mucho pero mal".
Por lo tanto, el crecimiento no puede
ser visto como la única vía a la que
debería darse prioridad. Hoy más que
nunca es indispensable rescatar la
discusión sobre el desarrollo a partir
de las demandas de la sociedad y no sólo
del crecimiento; menos aún si éste está
inspirado en los reclamos del capital.
Alberto Acosta
Convenio La Insignia / Rel-UITA
12 julio del 2006
Imágen: otavalo-ecuador.com