Cuentos chinos en Hong Kong |
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En
el núcleo duro de los resultados de la reciente reunión de
la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Hong Kong, hay
cuatro puntos que destacan: la obligación de privatizar el
acceso al agua, educación, salud, energía, biodiversidad,
etcétera, bajo el engañoso nombre de "servicios"; el
desmantelamiento de las industrias en los países del Sur; la
impunidad y apoyo gubernamental a la agricultura industrial
para actuar contra la soberanía alimentaria y las
agriculturas de pequeña escala y campesinas en todo el
mundo. Por último, pero altamente significativo, la
operación de salvataje de la OMC como institución, con la
admisión paradigmática de los gobiernos de Brasil e India al
exclusivo club de Estados Unidos, Unión Europea, Japón y
unos pocos gobiernos más que deciden por arriba de todos los
países en función de los intereses de las grandes empresas
trasnacionales.
Algunos dirán que ésta es una visión exagerada y que aún no
se privatizan los servicios, sino que apenas se acordó "el
inicio de las negociaciones plurilaterales sobre servicios"
y precisiones similares en otros temas, como que la Unión
Europea puso plazo hasta 2013 para reducir sus subsidios
agrícolas. Incluso para algunos medios masivos, el nuevo
papel de Brasil e India representó un triunfo para los
países del sur. Lamentablemente, esta visión es resultado de
pensar que en los circos romanos los cristianos tenían
oportunidades frente a los leones, o que invitar a un par de
plebeyos a aplaudir la matanza desde el palco imperial
cambiaría el resultado.
La realidad es que se logró montar a todos los gobiernos en
el resbaladizo tobogán que termina en la privatización de
los servicios y dar aún más entrada a las trasnacionales en
todos los ámbitos de la vida de los países. A la luz de la
historia de la OMC, esto es sólo cuestión de tiempo. Al
igual que cuando se introdujo en ella el tema de propiedad
intelectual, en pocos años se culminó cumpliendo el objetivo
central: obligar a todos los países a introducir patentes
sobre seres vivos para proteger los intereses de las
multinacionales farmacéuticas y agrícolas que comercian con
la vida.
No es novedad que la OMC es la instancia internacional
gubernamental más poderosa del planeta: lo que allí se
decide tiene más fuerza que cualquier legislación nacional o
internacional. Desde su inicio como GATT, siempre fue una
institución profundamente antidemocrática, donde las
decisiones no se toman realmente en la asamblea de miembros,
sino en reuniones cerradas llamadas de "sala verde" (que
hace referencia al despacho del director ejecutivo del
organismo), que son autoconvocadas y exclusivas entre
representantes de los países poderosos, invitando
ocasionalmente a algunos otros.
Pese a ser una institución tan poderosa, no deja de ser una
fachada. Quienes realmente deciden son las megacorporaciones
cuyo poder sigue aumentado. Al 2004, las 200 empresas
mayores controlaban 29 por ciento de la actividad económica
del planeta. Debido a las fusiones, cada vez son menos, y en
varios campos, como por ejemplo en el comercio de cereales,
apenas tres controlan más de 75 por ciento (Bunge, Cargill,
Dreyfus); en el área del agua, Veolia (ex Vivendi) y Suez
tienen 70 por ciento en el mercado; en semillas transgénicas
sólo Monsanto controla 90 por ciento; en farmacéutica las
diez mayores tienen 59 por ciento del mercado global,
situación que se repite en todos los sectores.
No obstante su enorme poder económico, necesitan una
cobertura legal que les garantice que no tendrán problemas
al actuar dentro de los países. Podrían hacerlo -y lo hacen-
en cada nación, ya que en la gran mayoría las empresas están
entretejidas en el poder político con relaciones que van
desde la dependencia a la corrupción. Pero como son empresas
globales, resulta mucho más eficiente que un "gobierno
mundial" obligue a todos a cambiar sus leyes. Este es el
papel de la OMC.
Dentro de los bloques de gobiernos poderosos también hay
jaloneos, porque representan a grupos empresariales que
compiten entre sí. Justamente estas contradicciones, y las
protestas cada vez mayores de organizaciones sociales,
fundamentalmente campesinas, pusieron en crisis la
existencia del propio organismo.
Muchos analistas expresaron que la institución no soportaría
un nuevo fracaso como el de Seattle y Cancún sencillamente
porque perdería la función para la que fue creada. En este
contexto resulta muy perverso el papel de Brasil e India.
Apareciendo como interlocutores "válidos" de países del sur,
en realidad su puja por acceso a los mercados del norte
promueve el aumento de la agricultura de exportación
manejada por grandes capitales industriales, que tiene
efectos catastróficos en los campesinos y el ambiente de sus
propios países. Capitales que son nacionales en absurda
minoría -pero igualmente explotadores- y en mayoría
transnacionales o subsumidos a éstas.
Con nada más que promesas diferidas, que ocultan una
restructura de subsidios para seguir favoreciendo a la
agricultura industrial y terminar de liquidar a los
campesinos europeos, aceptaron y compulsaron a los demás
países del sur a subirse al tobogán de las demandas
pendientes de las trasnacionales: apertura de sus servicios
y acceso a sus mercados de productos no agrícolas. La
Coalición de Industrias de Servicios, de las trasnacionales
del sector, expresó entusiasmo por los resultados que les
brindan "un nuevo ímpetu muy útil para negociaciones serias
el próximo año".
Ni las maniobras de gobiernos "populares" ni la represión
-siguen presos 14 manifestantes en Hong Kong- terminarán la
resistencia de campesinos y organizaciones sociales. Están
en juego la soberanía alimentaria, los servicios básicos y
la vida misma.
Silvia Ribeiro*
La Jornada
29 de diciembre de 2005
* Investigadora del Grupo ETC
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