Es el director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona,
institución donde se gestó la muestra Literaturas del exilio,
inaugurada la semana pasada en el Recoleta. Ramoneda habla de la
relación de su país con la memoria: "Es necesario que la gente
conozca la historia", dice.
Quizás pocas frases sintetizan mejor el desarraigo que padecieron
los republicanos cuando finalizó la Guerra Civil Española: "La
famélica perra de la nostalgia nos está comiendo los pies sucios".
La recuerda el periodista Joseph Ramoneda, director del Centro de
Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), institución en donde se
gestó la exposición Literaturas del exilio, que el jueves pasado se
inauguró en el Centro Cultural Recoleta y que permanecerá abierta al
público hasta el 11 de febrero. La muestra, que ocupa seis salas, es
una aproximación al exilio republicano a partir de la historia de un
puñado de escritores catalanes que en enero de 1939, antes de la
llegada del ejército franquista a Barcelona, abandonaron la ciudad,
huyendo del fascismo y de la muerte. El "relato" visual -construido
a partir de novelas, cuentos, poemas y memorias- propone dos
recorridos. El primero sigue las peripecias que implicó cruzar la
frontera y llegar a Francia, y traza un panorama de cómo era la vida
en los campos de refugiados; el segundo explora la experiencia de
los exiliados en México, Chile y Argentina.
"Una de las herencias del franquismo es
que no tenemos una tradición liberal ni
una gran cultura de la crítica, más bien
hay una tradición de sumisión -dice
Ramoneda en la entrevista con
Página/12-. Parece que la última
reliquia del franquismo es el terrorismo
de ETA, que después de la muerte de
Franco no tenía ninguna razón de ser".
-¿La ETA es un problema insoluble para
la sociedad española?
-No, creo que en cierto modo está en
vías de solución, en la medida en que
parece que este anacronismo no puede
seguir existiendo en un mundo en donde
este tipo de terrorismos ya no tiene
ningún sentido, después del terrorismo
osamista. Aunque se esté terminando con
la ETA, ponerle punto final puede ser
complicado y doloroso, y el proceso de
acabar con la violencia etarra en este
momento no avanza excesivamente.
-Otra herencia del franquismo son los
desaparecidos. Buena parte de los
escritores españoles creen que ya no
tiene sentido la reparación histórica
porque argumentan que pasó mucho tiempo.
¿Qué opina usted?
-No estoy de acuerdo, es necesario que
la gente conozca la historia. No podemos
aceptar este intento de la derecha de
decir que todos eran iguales y de que
las diferencias eran sólo atices. La
derecha ha tratado de confundir la
preguerra con la guerra y la posguerra
civil española. Y
entonces a partir del principio de que
la guerra fue muy cruel ponen a todos
los mandos en un mismo plano de
igualdad, algo que resulta inadmisible.
La guerra empezó con un golpe de Estado
y con represión del franquismo. Es
verdad que durante la guerra,
especialmente en el lado republicano,
hubo matanzas muy crueles por parte de
los anarquistas y de los sectores
republicanos en general. El problema es
que la derecha está intentando ofrecer
una idea del franquismo admitiendo que
hubo errores, pero que no estuvo tan
mal, y que finalmente la democracia pudo
llegar. Hay que combatir este discurso,
por eso es necesario que la gente sepa
cómo sucedieron los hechos. En la
transición se aceptó la amnistía, que
era injusta porque equivalía a blanquear
los crímenes del franquismo simplemente
cambiándolos por los delitos de los
resistentes antifranquistas. En aquel
momento parecía necesario por razones de
fuerzas, pero esta amnistía después se
transformó en amnesia. Ya ha pasado
tiempo y ha llegado el momento de
explicar los hechos con otra mirada. Lo
que el Estado no tiene que hacer es
pretender ocupar el papel de los
historiadores ni de los ciudadanos. La
memoria no puede ser nunca memoria de
Estado; la memoria es de los ciudadanos
como la historia de los historiadores.
El Estado lo único que tiene que hacer
es pedagogía elemental: el
reconocimiento de las víctimas. Nada
más.
-El año pasado usted publicó un artículo
en El País en el que advertía cómo el
Estado se ha ido apartando de las
responsabilidades en materia económica,
renunciando a compensar los efectos
colaterales de la lógica del mercado.
¿Rodríguez Zapatero estaría tratando de
revertir esta tendencia, dándole un rol
más protagónico al Estado?
-Rodríguez Zapatero es un líder de la
izquierda que ya no tiene los
presupuestos culturales de la izquierda
de otras generaciones. Para él
afortunadamente la revolución ya no es
posible o deseable; es una generación
que no sólo acepta el capitalismo como
horizonte sino que admite
el paradigma liberal como espacio
cultural. Las grandes innovaciones de
Zapatero están en el terreno cultural,
donde ha habido avances muy
interesantes, especialmente en el
aumento de las potencialidades de los
individuos, como el matrimonio
homosexual, o en el campo del aborto y
de la protección de la mujer. Pero en el
terreno económico no ha tocado
absolutamente nada. La política del
actual ministro de Economía (Pedro)
Solbes es la misma de (Rodrigo) Rato,
que era la que hacía Solbes antes de que
llegara Rato. Solbes está haciendo una
política de superávit de las cuentas del
Estado, cuando él mismo había criticado
a Aznar porque un país en el que todavía
hay problemas sociales graves no se
podía alardear con el superávit.
-¿Por qué las coaliciones de izquierda,
cuando llegan al gobierno, no hacen
grandes reformas en el ámbito de la
economía?
-Por una razón muy sencilla: porque el
poder económico se ha globalizado, pero
el poder político no. Entonces el riesgo
de violar las reglas del juego económico
es altísimo y nadie está dispuesto a
pagar ese precio.
-Un terreno en el que se le puede
criticar a Rodríguez Zapatero, por su
accionar más bien contradictorio, ha
sido el de la problemática de la
inmigración...
-La inmigración es un fenómeno
totalmente nuevo en España. En el barrio
en el que está el Centro de Cultura
Contemporánea, en Barcelona, había un
dos por ciento de extranjeros en 1995 y
ahora hay un 75 por ciento. De momento
ha habido pocos actos de racismo y pocos
conflictos abiertos. La gran ventaja es
que esta emigración tiene procedencias
muy diversas, lo que impide que se creen
ghettos muy cerrados: hay indios,
paquistaníes, filipinos, ecuatorianos,
magrebíes, rumanos, de todo. Pero da la
sensación de que pueden pasar cosas,
porque estamos en una etapa de
crecimiento y entonces hay posibilidades
de trabajo para los que llegan, pero me
pregunto qué pasará cuando ya no
tengamos esa capacidad. Más que
problemas, en este momento está la
intuición de que puede haber problemas y
la derecha siempre se muestra dispuesta
a aprovecharlos. Y es cierto que el
gobierno está demasiado dubitativo: hoy
parece tolerante, mañana muy
intolerante. Es muy grave lo que pasa en
el estrecho de Gibraltar por la cantidad
de gente que está muriendo. Esto es una
tragedia y tiene que evitarse, pero el
número de inmigrantes que ingresan por
el estrecho es menor, la mayoría ingresa
a través de los aeropuertos o por la
frontera con Francia.
-Daría la impresión de que muchas veces
los gobiernos no encuentran el modo de solucionar los conflictos que genera
el aumento del ingreso de extranjeros.
Como director del Centro de Cultura
Contemporánea, ¿qué tipo de trabajos y
reflexiones están haciendo los artistas
ante este fenómeno?
-Es verdad que los gobiernos pueden
hacer leyes federales que finalmente no
se cumplen. En un país muy
descentralizado como España, es muy
importante el papel de los municipios.
Donde hay un municipio que funciona bien
el problema es menor que donde no lo
hay. Pero para eso se necesitan
recursos. Nosotros hacemos actividades
con las escuelas del barrio que tienen
alumnos inmigrantes. Pero siempre he
tenido en claro que no hay que hacer
demagogia
con estos temas. A mi entender el gran
peligro es que crezca, se cultive y se
imponga el multiculturalismo.
-¿Por qué?
-El multiculturalismo es la legitimación
de la negación de los valores morales y
de la misma idea de verdad; es la
legitimación de que por razón de origen
o de cultura cualquier cosa puede estar
permitida. Y esto me parece lamentable.
La ablación del clítoris es un crimen
hágase en nombre de lo que se haga,
pegar a la mujer es un crimen hágase en
nombre de lo que se haga, y así
sucesivamente. No se pueden aceptar
coartadas culturales para valores
fundamentales. Yo creo que hay valores
universales.
Por Silvina Friera
Tomado de Página 12
18 de diciembre de 2006