Uruguay

Bella Unión (I)

Del polo de desarrollo a la extrema miseria

 En la "triple frontera" entre Brasil, Uruguay y Argentina, en el norteño departamento uruguayo de Artigas, Bella Unión, una ciudad de 20.000 habitantes que hace no tanto tiempo fuera una relativamente próspera localidad gracias a su hoy muy deteriorada industria azucarera, presenta actualmente cifras de mortalidad infantil y de miseria propias de países africanos.

  

En América Latina no es novedad la miseria. Sin embargo, en este pequeño país sudamericano que fuera conocido como "la Suiza de América" por su prosperidad, su extendida clase media y su estabilidad política, las cifras recientemente difundidas sobre la magnitud de la pobreza actual sorprenden y alarman: uno de cada tres adultos y uno de cada 2 niños uruguayos son pobres. Se trata de datos oficiales proporcionados por el Instituto Nacional de Estadísticas, el cual considera a un hogar como pobre cuando su ingreso es insuficiente para cubrir las necesidades de sus integrantes en alimentación, vestimenta, vivienda, salud, educación y otros servicios esenciales.

 

En este panorama ya desolador, la ciudad de Bella Unión se destaca por presentar una tasa de mortalidad infantil que duplica la media nacional y puede ser comparable a la de los países más pobres de América Latina y África.

 

Rosana Márquez, del asentamiento Las Láminas, a un quilómetro del centro de Bella Unión, contó a Rel-UITA que hace un año que vive allí en una precaria y estrecha vivienda sin saneamiento –junto a su marido, cinco hijos, un sobrino y un amigo– debido a que se le incendió su modesta vivienda anterior.

 

En su casa incendiada funcionaba un club del gobernante y centroderechista Partido Colorado. Sin embargo, "ningún político apareció a ayudarme cuando todo se prendió fuego y mis hijos quedaron desnudos", recuerda. Rosana decidió entonces votar a la coalición de izquierda Frente Amplio (FA) en las elecciones que se desarrollarán en octubre próximo. De todas maneras, Rosana piensa que los políticos se acuerdan de los pobres solamente en las elecciones. "Después ni te conocen y si te ven en la carretera ni te llevan en sus autos. Sos nadie".

 

Preguntada acerca de si cree que el FA en el gobierno arreglará la situación del país, Rosana responde que "el Uruguay está totalmente terminado, pero se puede arreglar algo. Tengo clarito que si el FA gana, la gente va a salir a exigirle un nuevo Uruguay y rápido, y no se puede pretender que las cosas cambien de la noche a la mañana. Mire, ni siquiera en cinco años se puede cambiar todo. Acá va a pasar como en Brasil que la gente quiere todo y el gobierno de Lula hace lo que puede. Hay gente que no aguanta más y la pobreza crece pero no se puede pretender que se cambie todo ya".

 

Hace 10 años que en este lugar la gente sin vivienda comenzó a levantar sus ranchitos, recuerda Rosana. Ahora en este un asentamiento viven 800 familias, con un promedio de 3 y 4 hijos cada una.

 

José Viera, un joven del lugar, explica a Rel-UITA que nadie en el asentamiento cuenta con trabajo fijo. Se sobrevive "con changas (trabajos precarios temporales), que se pagan una miseria, ya que los pocos que las ofrecen se aprovechan de la necesidad nuestra. Es como si aquí no quedaran ni los ricos".

 

Así son las cosas en Bella Unión. El esposo de Rosana se levanta a las 6 de la mañana, cruza la frontera y busca changas en el Brasil donde es conocido como "persona de trabajo" y allí descarga camiones, vacía pozos negros a balde. Nosotros "no le hacemos asco a nada", señala Viera.

 

Según Rosana en Las Láminas y en Las Piedras hay problemas de alcoholismo, prostitución y delincuencia. "Tengo 38 años y nunca se había visto todo eso antes. La miseria empuja a la delincuencia. Cuando estoy triste escribo para después mostrárselo a los compañeros". Escribir parece que aclara las ideas de Rosana. "La otra noche escribí que Bella Unión en su tiempo fue una bella unión pero ya no hay unión ni es bella: hay niños que se mueren de hambre, delincuencia y falta de trabajo. Acá se ve de todo y al que consigue uno lo explotan, pero se acepta la explotación con tal de llevarle algo de pan a los hijos, no hay otra".

 

Viera insiste en que gente con plata para dar trabajo cada vez hay menos. "Yo pongo una azada en el carro y salgo a dar vueltas por Bella Unión a las 7 de la mañana, y no consigo nada". Queda unos instantes pensativo y agrega: "a esa hora ya las criaturas están en la calle pidiendo un pedazo de pan".

 

Con los vecinos del barrio Las Piedras, Rosana se reúne en el local de uno de los sindicatos de trabajadores de la caña de azúcar de Artigas. Pero los vecinos no están organizados, dice. "La pobreza no crea solidaridad sino egoísmo. Hay que ser muy buena persona para no pensar sólo en uno cuando la cosa está brava como ahora", dice.

 

El pensamiento que predomina en los habitantes de este asentamiento, sostiene Rosana, se puede resumir en la siguiente fórmula: "yo me rebusco y vos te arreglás como puedas, y no me importa si al lado hay un niño con hambre. Hay formas de ayudar, como hacer ollas de comida entre todos o utilizar el trueque, pero es difícil convencer a la gente. Antes, uno le pedía azúcar al vecino y te la daba. Ahora eso ya no pasa, porque con seguridad el que pide ya no puede devolver nada".

 

Hace unos años Rosana trabajó en un merendero. Allí, viejos luchadores sociales le enseñaron "a trabajar en hermandad y eso me quedó para siempre.

 

Yo crío a un sobrino y siempre acá usted va a ver un montón de criaturas".

 

Consultada sobre las muertes de niños por desnutrición Rosana afirma que no es algo nuevo. "Antes también había, y vos salías a la prensa y algún doctor te desmentía. Ahora es diferente, capaz porque estamos en campaña electoral. Pero un niño no se desnutre ni se muere de un día para otro. Adelgazan y después viene la muerte. Es un proceso largo".

 

La vivienda de Rosana está a unos veinte metros de una parcela de tierra donde se planta arroz "y un avión fumiga y el viento trae un olor feo. La gente de los alrededores presenta problemas en la piel, en los bronquios; ahora van a poner alambre eléctrico, que da unas descargas tremendas".

 

Una vecina, Lila González, llega a la casa de Rosana y se incorpora a la entrevista. Nos cuenta que tiene 7 hijos de entre 16 y 3 años y ella y su esposo trabajan en changas. "Comemos lo que se junta", dice.

 

"Mi hijo mayor, el de 16, por suerte estudia", expresa Lila. Y agrega con cierto entusiasmo: "estudia administración de empresas". Pero inmediatamente sonríe y derrama su vista entre rancheríos de lata y cartón, donde todos sabemos que no existe el futuro.

 

 

Carlos Caillabet

© Rel-UITA

30 de junio de 2004

 

 

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