En América Latina no es novedad la miseria. Sin
embargo, en este pequeño país sudamericano que fuera
conocido como "la Suiza de América" por su prosperidad, su
extendida clase media y su estabilidad política, las cifras
recientemente difundidas sobre la magnitud de la pobreza
actual sorprenden y alarman: uno de cada tres adultos y uno
de cada 2 niños uruguayos son pobres. Se trata de datos
oficiales proporcionados por el Instituto Nacional de
Estadísticas, el cual considera a un hogar como pobre cuando
su ingreso es insuficiente para cubrir las necesidades de
sus integrantes en alimentación, vestimenta, vivienda,
salud, educación y otros servicios esenciales.
En este panorama ya desolador, la ciudad de Bella
Unión se destaca por presentar una tasa de mortalidad
infantil que duplica la media nacional y puede ser
comparable a la de los países más pobres de América Latina y
África.
Rosana Márquez, del asentamiento Las Láminas, a un
quilómetro del centro de Bella Unión, contó a Rel-UITA
que hace un año que vive allí en una precaria y estrecha
vivienda sin saneamiento –junto a su marido, cinco hijos, un
sobrino y un amigo– debido a que se le incendió su modesta
vivienda anterior.
En su casa incendiada funcionaba un club del
gobernante y centroderechista Partido Colorado. Sin embargo,
"ningún político apareció a ayudarme cuando todo se prendió
fuego y mis hijos quedaron desnudos", recuerda. Rosana
decidió entonces votar a la coalición de izquierda Frente
Amplio (FA) en las elecciones que se desarrollarán en
octubre próximo. De todas maneras, Rosana piensa que los
políticos se acuerdan de los pobres solamente en las
elecciones. "Después ni te conocen y si te ven en la
carretera ni te llevan en sus autos. Sos nadie".
Preguntada acerca de si cree que el FA en el gobierno
arreglará la situación del país, Rosana responde que "el
Uruguay está totalmente terminado, pero se puede arreglar
algo. Tengo clarito que si el FA gana, la gente va a salir a
exigirle un nuevo Uruguay y rápido, y no se puede pretender
que las cosas cambien de la noche a la mañana. Mire, ni
siquiera en cinco años se puede cambiar todo. Acá va a pasar
como en Brasil que la gente quiere todo y el gobierno de
Lula hace lo que puede. Hay gente que no aguanta más y la
pobreza crece pero no se puede pretender que se cambie todo
ya".
Hace 10 años que en este lugar la gente sin vivienda
comenzó a levantar sus ranchitos, recuerda Rosana. Ahora en
este un asentamiento viven 800 familias, con un promedio de
3 y 4 hijos cada una.
José Viera, un joven del lugar, explica a Rel-UITA
que nadie en el asentamiento cuenta con trabajo fijo. Se
sobrevive "con changas (trabajos precarios temporales), que
se pagan una miseria, ya que los pocos que las ofrecen se
aprovechan de la necesidad nuestra. Es como si aquí no
quedaran ni los ricos".
Así son las cosas en Bella Unión. El esposo de Rosana
se levanta a las 6 de la mañana, cruza la frontera y busca
changas en el Brasil donde es conocido como "persona de
trabajo" y allí descarga camiones, vacía pozos negros a
balde. Nosotros "no le hacemos asco a nada", señala Viera.
Según Rosana en Las Láminas y en Las Piedras hay
problemas de alcoholismo, prostitución y delincuencia.
"Tengo 38 años y nunca se había visto todo eso antes. La
miseria empuja a la delincuencia. Cuando estoy triste
escribo para después mostrárselo a los compañeros". Escribir
parece que aclara las ideas de Rosana. "La otra noche
escribí que Bella Unión en su tiempo fue una bella unión
pero ya no hay unión ni es bella: hay niños que se mueren de
hambre, delincuencia y falta de trabajo. Acá se ve de todo y
al que consigue uno lo explotan, pero se acepta la
explotación con tal de llevarle algo de pan a los hijos, no
hay otra".
Viera insiste en que gente con plata para dar trabajo
cada vez hay menos. "Yo pongo una azada en el carro y salgo
a dar vueltas por Bella Unión a las 7 de la mañana, y no
consigo nada". Queda unos instantes pensativo y agrega: "a
esa hora ya las criaturas están en la calle pidiendo un
pedazo de pan".
Con los vecinos del barrio Las Piedras, Rosana se
reúne en el local de uno de los sindicatos de trabajadores
de la caña de azúcar de Artigas. Pero los vecinos no están
organizados, dice. "La pobreza no crea solidaridad sino
egoísmo. Hay que ser muy buena persona para no pensar sólo
en uno cuando la cosa está brava como ahora", dice.
El pensamiento que predomina en los habitantes de este
asentamiento, sostiene Rosana, se puede resumir en la
siguiente fórmula: "yo me rebusco y vos te arreglás como
puedas, y no me importa si al lado hay un niño con hambre.
Hay formas de ayudar, como hacer ollas de comida entre todos
o utilizar el trueque, pero es difícil convencer a la gente.
Antes, uno le pedía azúcar al vecino y te la daba. Ahora eso
ya no pasa, porque con seguridad el que pide ya no puede
devolver nada".
Hace unos años Rosana trabajó en un merendero. Allí,
viejos luchadores sociales le enseñaron "a trabajar en
hermandad y eso me quedó para siempre.
Yo crío a un sobrino y siempre acá usted va a ver un
montón de criaturas".
Consultada sobre las muertes de niños por desnutrición
Rosana afirma que no es algo nuevo. "Antes también había, y
vos salías a la prensa y algún doctor te desmentía. Ahora es
diferente, capaz porque estamos en campaña electoral. Pero
un niño no se desnutre ni se muere de un día para otro.
Adelgazan y después viene la muerte. Es un proceso largo".
La vivienda de Rosana está a unos veinte metros de una
parcela de tierra donde se planta arroz "y un avión fumiga y
el viento trae un olor feo. La gente de los alrededores
presenta problemas en la piel, en los bronquios; ahora van a
poner alambre eléctrico, que da unas descargas tremendas".
Una vecina, Lila González, llega a la casa de Rosana y
se incorpora a la entrevista. Nos cuenta que tiene 7 hijos
de entre 16 y 3 años y ella y su esposo trabajan en changas.
"Comemos lo que se junta", dice.
"Mi hijo mayor, el de 16, por suerte estudia", expresa
Lila. Y agrega con cierto entusiasmo: "estudia
administración de empresas". Pero inmediatamente sonríe y
derrama su vista entre rancheríos de lata y cartón, donde
todos sabemos que no existe el futuro.
Carlos
Caillabet
© Rel-UITA
30 de junio de
2004