|
Con
Enildo Iglesias
Este recuerdo hace que uno sienta orgullo de ser
uruguayo |
|
Trabajador del tabaco desde 1959, presidió el Sindicato
Autónomo Tabacalero hasta 1967 cuando asumió como Secretario
Regional Latinoamericano de la Unión Internacional de
Trabajadores de la Alimentación y Afines (UITA), cargo que
ejerció ininterrumpidamente hasta 2000. Este combatiente de
mil batallas y su organización sindical participaron
activamente y fueron un gran respaldo en la reorganización
de los sindicatos nacionales cuando apenas se insinuaba el
retorno a la democracia.
-¿Qué
rol jugó la UITA en aquel histórico 1983, que tuvo entre
otros hechos trascendentes el retorno de “los niños del
exilio”?
-En primer lugar la gran ventaja era ser una organización
sindical internacional que tenía su sede regional acá en
Montevideo, y que había logrado sortear las cosas de tal
manera que pudo permanecer durante los largos años de la
dictadura, y esto llevó a que había una actualización
permanente y una estrategia correcta frente a cada
establecimiento, y la estrategia era correcta porque
estábamos en el medio de la escena. Por ejemplo, cuando la
dictadura con aquel Ministro de Trabajo, el coronel
Bolentini, autorizó que se crearan las organizaciones o los
sindicatos, que ellos les llamaban Asociaciones
Profesionales para no llamarles sindicatos, nosotros
promovimos su creación. A la gente que estaba en el exilio
le costó mucho tiempo comprender esto, y decían: “Le están
haciendo el juego a la dictadura”, pero nosotros estábamos
aprovechando esa herramienta para organizar. Por eso creo
que el rol fue que entorno a la Regional Latinoamericana de
la UITA se creó la Comisión Nacional de Defensa de los
Derechos Sindicales; a través de esta comisión salió el
semanario, Primera Presencia, después Convicción, que fueron
hitos, pasos que se fueron dando dentro de las posibilidades
que existían, de manera que sí nos correspondió ser
protagonistas de primera línea.
-No
solamente la UITA ofició como caja de resonancia y denuncia
de lo que aquí sucedía, también fue un respaldo para la
organización y la acción desde adentro.
-Sí, fue como una gran sombrilla de protección dentro del
continuo desafío, de la continua pulseada. Mientras la
dictadura apostaba al terror y a la teoría de que el terror
se contagia, nosotros y otras organizaciones sindicales
apostábamos a que lo que se contagiara fuera el coraje, por
lo tanto, el sólo hecho de sostener la oficina abierta y con
una actividad medianamente normal ya era una forma de
resistencia y de mostrar que había cosas que sí se podían
realizar y que había llamas que no se apagaban.
-¿Una
valoración del retorno de “los niños del exilio”?
-Fue muy importante, muy emotivo, una de las tantas cosas
hermosas que pasaron. Claro, con el aditivo de toda esa
carga de que se tratara de niños y exiliados. Son esas cosas
que hacen que uno se sienta satisfecho y orgulloso de ser
uruguayo.
Rubén
Yizmeyián
© Rel-UITA
21 de
diciembre 2005
|