La
convención para la protección de todas las personas
contra las desapariciones forzosas, adoptada por la ONU
suministra a las víctimas y a sus defensores una
panoplia importante para luchar contra el olvido,
obtener justicia y exigir reparaciones.
Hombres
armados, con uniforme o sin él, irrumpen en una vivienda
y se llevan a alguien a la fuerza, que puede ser un
opositor o un defensor de los derechos humanos. Lo
conducen a un lugar de detención secreta, donde lo más
seguro es que lo torturen. Sus allegados buscan
desesperadamente informaciones de las autoridades, que
tienen un aspecto de no saber nada, de desinterés o de
proceder tranquilamente a abrir una investigación, que
no acabará. Un hombre o una mujer han desaparecido. Y si
un día esta persona es encontrada, es quizás a través de
un rescate, o bien no se la encuentre nunca más o se
halle su cadáver, a veces mutilado, en una fosa o en la
cuneta de una carretera.
Los
habitantes de Chechenia, Nepal,
Colombia o Irak tienen la experiencia diaria
de ese escenario. Por primera vez, un instrumento de
derecho internacional, la convención para la protección
de todas las personas contra las desapariciones
forzosas, adoptada por la ONU el 20 de diciembre
del 2006, suministra a las víctimas de estos crímenes y
a sus defensores una panoplia importante para luchar
contra el olvido, obtener justicia y exigir
reparaciones. La convención cuestiona indirectamente las
prisiones secretas norteamericanas de la CIA, una
práctica empleada por la Administración Bush en
su lucha antiterrorista. Algunas de estas prisiones
están situadas en Europa, lo que hace
responsables a los gobiernos involucrados. Los grandes
países democráticos están pues invitados a dar ejemplo,
antes de leer la cartilla al resto del planeta.
Comfia
9 de febrero de 2007
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