Uruguay

Desarmar el puzzle

de la impunidad

 

La paradójica resistencia del poder político de izquierda es uno de los obstáculos más serios que enfrentan las organizaciones sociales y humanitarias que intentan anular la ley de amnistía a los violadores de los derechos humanos.

 

Esa convicción se manifestó entre buena parte de los organizadores de la “Semana contra la impunidad”, que se realizó entre el lunes 21 y el domingo 27 de junio, con motivo del 37 aniversario del golpe de Estado de 1973.

 

Los animadores de la semana se proponían sobre todo mantener en el ambiente la agitación en torno a la supresión de la ley de 1986 y analizar los escollos que se presentan a la concreción de ese objetivo.

 

El fracaso, por muy poco margen, del intento de anular la ley en un plebiscito realizado en octubre pasado, junto a las elecciones nacionales, había hecho temer que el tema quedara definitivamente enterrado. Los promotores de la consulta se sintieron entonces particularmente decepcionados con un amplio sector de la dirigencia del gobernante Frente Amplio, que se vio obligada a respaldar la consulta por la fuerza que cobró la demanda entre sus bases pero que después no la apoyó a la altura de lo que se esperaba.

 

Pero luego algunos hechos reconfortaron a los grupos que insisten en la anulación de la ley de amnistía.

 

Primero, la masiva participación ciudadana en la tradicional marcha de los 20 de mayo por “verdad, justicia y nunca más”. Fueron decenas de miles los que manifestaron hace un mes por las calles de Montevideo, tal vez una de las mayores marchas de este tipo desde que se iniciaron en 1996 por iniciativa de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos.

 

Hubo entonces muchos más jóvenes que en otras ocasiones, un dato de peso en una sociedad envejecida como la uruguaya. De franjas de jóvenes han venido los intentos de renovación política que han sacudido en los últimos meses a la izquierda uruguaya, y que se manifiestan, entre otros, en asuntos como la “lucha contra la impunidad”. 

 

Sumó también al molino una decisión de la Suprema Corte de Justicia de considerar inconstitucional la ley del 86 en unos 20 casos de asesinatos cometidos entre 1973 y 1976. La Corte debe pronunciarse caso por caso, y los grupos humanitarios confían en que se termine dando en Uruguay un fenómeno similar al que se produjo en Argentina, donde por acumulación de fallos de la máxima instancia de la justicia el parlamento se vio prácticamente forzado a dejar sin efecto las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

 

En septiembre, además, es muy factible que por el caso de la nuera del poeta argentino Juan Gelman, María Claudia García, secuestrada en Buenos Aires y trasladada clandestinamente y hecha desaparecer en Montevideo, Uruguay sea condenado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al mantener en su ordenamiento jurídico una ley que considera violatoria de los derechos humanos. La probable condena se produciría en un momento especial: bajo un gobierno de izquierda, y presidido por alguien como el tupamaro José Mujica, que sufrió en carne propia las atrocidades de la dictadura.

 

Ante este panorama hay en el Frente Amplio movimientos para anular en el parlamento la ley del 86. Pero chocan con otra sensibilidad, también fuertemente representada en el partido gobernante: la de quienes dicen que no sería legítimo que se anulara por voluntad de un partido, por mayoritario que sea, una ley refrendada en dos plebiscitos (el de 2009 y uno anterior, 20 años antes).

 

Mujica y el vicepresidente Danilo Astori son representantes de esta sensibilidad. El presidente ha insistido además en un discurso de “reconciliación” con las fuerzas armadas y de “superación del pasado” que ha caído muy mal entre las organizaciones humanitarias y sociales que promueven la anulación.

 

Y están quienes no respaldan la anulación sino la derogación de la ley de amnistía. De derogarse, el texto no tendría validez a futuro, pero lo actuado hasta ahora, los (muchos) casos de violaciones a los derechos humanos que no han sido investigados ni castigados por la justicia por haber sido declarados dentro de la ley del 86 no podrían ser reabiertos.

“Derogar sería casi tan negativo como mantener la ley, porque tendría efectos hacia atrás un texto que todos los tratados internacionales que Uruguay ha suscrito califican de violatorio a los derechos humanos”, considera la abogada Lilián Toja, participante en un coloquio internacional sobre Derechos Humanos y Terrorismo de Estado organizado en el marco de la “Semana contra la impunidad”.

 

“La actitud del actual gobierno, y del anterior, también del Frente Amplio, que dejó fuera de la ley a varios casos de desapariciones, permitió llevar a prisión a una decena de militares y civiles, pero hay muchos otros que están libres y que seguirían estándolo si la ley se deroga y no se anula”, comentó un integrante de Familiares de Desaparecidos.

 

Pablo Chargoñia, abogado que está entre los promotores de algunos de los juicios más sonados por violaciones a los derechos humanos, puso sobre la mesa otro obstáculo al juzgamiento de los crímenes de la dictadura: la actitud de jueces y tribunales.

 

La mayoría de aquellos que han procesado a militares o civiles por asesinatos o desapariciones cometidos bajo la dictadura lo han hecho por un delito que prescribe en 26 años, el de “homicidio muy especialmente agravado”, en vez de hacerlo por el de crimen de lesa humanidad, imprescriptible.

 

Algunos de esos jueces y tribunales –la mayoría- estiman que el juzgamiento de esos delitos comienza a prescribir en marzo de 1985, cuando se recuperó la democracia tras 12 años de dictadura; otros fijan el punto de partida de la prescripción en 2005, cuando por la actitud del gobierno de turno, el del socialista Tabaré Vázquez, la ley de impunidad del 86 comenzó a resquebrajarse y hacer justicia se hizo en parte posible.

 

Si la primera tesis siguiera siendo aplicada, los delitos aún no juzgados prescribirían antes de fines de 2011. “Sería una afrenta para las organizaciones humanitarias y para la sociedad toda que crímenes que en todo el mundo son considerados como de lesa humanidad aquí fueran equiparados a delitos comunes”, dijo Toja.

 

“Desarmar entre todos la impunidad de hoy y la de ayer", como decía el lema de la Semana, implica también desterrar las "islas de impunidad fáctica" que subsisten en el Estado, señaló Chargoñia. "Los jueces, muchas veces, no tienen el apoyo necesario o la capacidad para desentrañar el complejo entramado del sistema represivo uruguayo, al no permitírseles acceder a archivos como el de los servicios de inteligencia”.

 

María Victoria Moyano, hija de desaparecidos uruguayos en Argentina recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo en los años ochenta, estimó a su vez que “nadie tiene derecho, ni siquiera un presidente, a obligar a las víctimas de un genocidio como el que tuvo lugar en el Río de la Plata a reconciliarse con los que lo cometieron”.

 

En Montevideo, Daniel Gatti
Rel-UITA
29 de junio de 2010

 

 Ilustración: Rel-UITA

 

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