Cada
persona guarda en su memoria hechos, acontecimientos, que marcan su vida y que
no son aislados en la vida del pueblo y la situación del país y en la
comunidad de pertenencia de cada uno.
Había estado
en Ecuador participando en el encuentro de Obispos Latinoamericanos que
se realizó en la Casa de Santa Cruz, en Riobamba en la Diócesis del Obispos
Leonidas Proaño y donde supimos del asesinato de Monseñor Angelelli en la
Argentina. Era uno de los obispos invitados que no pudo llegar al
encuentro. Estuvo el Arzobispo de Santa Fe, Monseñor Vicente Zaspe.
La represión
militar ecuatoriana invadió la casa de retiro y reprimió a los 17 obispos,
religiosos y laicos, que fuimos detenidos y llevados al cuartel militar en
Quito, a unos 300 Km. Fue un operativo continental del Plan Cóndor, impuesto a
través de la Doctrina de Seguridad Nacional, promovido bajo la dirección de los
Estados Unidos en los regímenes dictatoriales imperantes.
Al regresar a
la Argentina después de mi liberación en el Ecuador, fui detenido
en el Departamento Central de la Policía Federal el día 4 de abril, aniversario
del asesinato de Luther King y el primer día de la Semana Santa.
Son momentos de fuerte tensión y de resistencia espiritual. Fui llevado a la
Superintendencia de Seguridad Federal, un centro de torturas y encerrado en un
tubo, calabozo pequeño y maloliente con restos dejados por otros prisioneros,
por ese lugar pasaron los Graiver, el director del Buenos Aires Herald,
Robert Cox, entre otros. Lugar donde pasaban prisioneras que las
trasladaban a otras prisiones con la promesa que las liberarían. Cuando salían a
la calle y con el Estado de Sitio, volvían a secuestrarlas.
El día 5 de
mayo del año 1977, a la madrugada, la guardia abre el tubo y me sacan,
llevándome a una oficina donde me informan que sería trasladado. No dan otra
información. Hay un oficial quien es el encargado de entregarme, dos oficiales y
dos suboficiales, quienes me ponen las esposas y trasladan a un carro celular y
soy encerrado en un compartimiento donde únicamente podía estar de pié.
Aproximadamente
luego de hora y media de recorrido, se detiene y veo que es el aeródromo de San
Justo, había un letrero que lo identificaba; está cerca de un hangar de donde
sale carreteando un pequeño avión. Me suben encadenándome al asiento trasero.
Están el piloto, el co-piloto, los oficiales y suboficiales que me buscaron en la
Superintendencia de Seguridad Federal, armados con ametralladoras y el avión
tomó pista y se elevó dirigiendo su rumbo hacia el Río de la Plata.
Pregunté dónde
me llevaban, pero el silencio era absoluto. Conozco perfectamente la zona sobre
la que volábamos por haber navegado durante varios años la región. Pude ver los
ríos Paraná de las Palmas, el Paraná Mini y el Paraná Guazú, la Barra de San
Juan, Colonia y las luces de Montevideo. Era inexplicable ese recorrido y el
tiempo transcurrido en el aire dando vueltas sin destino alguno.
Los guardias
hablaban entre si en voz baja, uno de ellos se acercó para ver como estaban las
cadenas que me ataban al asiento y sujetaba el candado, lo sentía muy nervioso y
alterado, pero silencioso, no se atrevía a mirarme. Algo estaba por suceder; yo
no lo sabía, aunque presentía lo que podía ser. Los militares esperaban una
orden y saber qué hacer conmigo. El piloto llama al oficial y hablan en voz
baja. Siento que le dice “estamos esperando la orden”.
Muchos recuerdos
se agolpaban en mi mente y corazón, sin embargo estaba sereno y mi fuerza nacía
de la oración , de la fe y el compromiso asumido junto a los pueblos de
América Latina y la Argentina, de la pertenencia, valores y lucha
por la vida frente a las dictaduras militares. Recordaba a los seres queridos, a
mi esposa e hijos y que el día 7 de mayo es el cumpleaños de Ernesto y el
dolor de no poder estar junto a la familia para celebrar y compartir. La
incertidumbre de no saber si estaría vivo.
Tenía
información de prisioneros que la dictadura militar ordenó arrojar desde los
aviones al Río de la Plata y al mar. En Ginebra, en la Asociación Internacional
de Juristas pude ver algunos micro-films de cuerpos de prisioneros que la
corriente del río había arrastrado a la costa uruguaya.
El avión
continuaba dando vueltas hacia la costa y el río. Hacía mucho frío y el tiempo
inmenso transcurría en una espera incierta, cargada de tensiones y olor a muerte
de un vuelo hacia ningún lado.
La madrugada y
sol comenzaban a despertar de una noche llena de presagios e incertidumbres.
Permanecía encadenado en el avión, sin capacidad de cualquier movimiento, sin
respuesta a mis preguntas; sólo miradas furtivas y el susurro de sus
conversaciones y las armas sobre sus rodillas. Me preguntaba si había llegado al
límite de la vida; si todo eso era el fin, sólo trataba de aspirar el aire como
si fuera la última bocanada de vida.
Recordaba a los
compañeros y compañeras del Serpaj, a mi hijo mayor, Leonardo en su
resistencia y trabajo en defensa del derecho de los pueblos; era muy joven con
mucho entusiasmo y compromiso acompañando a organizaciones emergentes del drama
que vivía el pueblo. Recordaba a quienes dieron su vida, para dar vida, desde su
lugar resistían con dignidad, como ese grupo de mujeres con las que compartimos
el dolor, la resistencia, la esperanza y la fuerza de la oración ecuménica,
superando barreras culturales, ideológicas y políticas, unidas para saber a
donde llevaron a sus hijos e hijas. Fuimos aprendiendo a tejer redes
solidarias.
El tiempo sin
tiempo, sin dimensión continuaba el vuelo de la muerte, hasta que el piloto dice
en voz alta: “tengo la orden de ir a la Base Aérea de Morón, con el prisionero”.
Así el avión recorre la costa y se dirige a la base del Palomar. Un edificio
pintado de amarillo ya un poco desgastado por el tiempo, el avión aterriza en la
pista y estaciona cerca del edificio. Quedo con la guardia armada. El piloto,
junto con los oficiales se dirige al edificio. No sé el tiempo transcurrido, tal
vez más de dos horas, creo que ahí se decidió qué hacer conmigo. La presión
internacional era intensa, de las iglesias, gobiernos, organizaciones sociales y
culturales, de organismos internacionales.
Cuando regresan
el piloto y los oficiales dicen: “póngase contento, lo llevamos a la U9. la
Unidad Nueve", creo que hasta me puse contento que me lleven a la cárcel. Lo otro
era la muerte.
El día 5 de
mayo del año 1977, di gracias a Dios y a la vida poder continuar la lucha y la
resistencia en la esperanza. Sé que esa lucha y resistencia no finalizó, que hay
que continuar a pesar de tantas claudicaciones, entrega del patrimonio del
pueblo a la voracidad de empresas transnacionales y traiciones de quienes
vendieron el país. Hay que recuperar valores, identidad, sentido de vida y
dignidad de nuestro pueblo. Que la lucha, esperanzas de aquellos que dieron su
vida para dar vida no haya sido inútil.
A 32 años hay
que continuar construyendo en la esperanza. A pesar de todo.
Adolfo Pérez Esquivel
Tomado de ALAI
8 de mayo de 2009