El problema se complica con la existencia del tráfico sexual
de menores, que puede darse dentro de los países o a través
de las fronteras. Pero siempre con un denominador común:
desde zonas pobres hacia otras más ricas. Generalmente, los
flujos parten de las regiones rurales hacia las urbanas y,
dentro de éstas, hacia áreas turísticas o zonas con alta
concentración de trabajadores extranjeros. En un ambiente
extraño, las víctimas son extremadamente vulnerables y se
encuentran totalmente desprotegidas. En el caso de tráfico
entre diferentes países, esa inseguridad aumenta por su
entrada ilegal en el país, así como por su desconocimiento
de las leyes, la cultura y el idioma del país de destino.
Las principales causas del tráfico infantil con fines
sexuales son la pobreza, la falta de educación y formación,
así como la discriminación de la mujer. En la mayoría de los
países del sudeste asiático, en muchos casos con
reminiscencias esclavistas, la situación de la mujer es
absolutamente precaria. Queda subyugada al marido y sufre
violencia doméstica como algo habitual. En el caso de las
menores, un gran número es víctima del engaño, directamente
o a través de sus familiares, y la entrada en el mercado del
sexo se convierte en una oportunidad fallida para salir de
la pobreza o una forma de saldar deudas. En ocasiones, saben
que están siendo captadas para la prostitución, pero no son
conscientes de las situaciones degradantes y de extrema
explotación que tendrán que sufrir.
Países
tan paradisíacos como Tailandia, Filipinas, Camboya,
Vietnam o Laos continúan siendo lugares en los que más
de un millón de menores sufren abusos sexuales y
pierden su infancia prematuramente |
Las víctimas son extremadamente vulnerables y se encuentran
totalmente desprotegidas. En el caso de tráfico entre
diferentes países, esa inseguridad aumenta por su entrada
ilegal en el país, así como por su desconocimiento de las
leyes, la cultura y el idioma del país de destino. En los
casos de tráfico sexual transfronterizo, se añaden problemas
de desarraigo y de doble victimización, puesto que las
víctimas son tratadas como criminales por haber entrado en
el país de forma ilegal. Esto puede provocar que sean
encarceladas antes de ser devueltas a su país de origen, con
lo que su situación se complica.
Las menores padecen secuelas físicas y psicológicas
difíciles de superar, pueden contraer el VIH/Sida y otras
enfermedades de transmisión sexual y se exponen a embarazos
no deseados. Además, sufren el rechazo de la sociedad y de
la propia familia. Una vez en el mercado del sexo, cada vez
tienen más dificultades para optar a un trabajo digno. La
falta de formación adecuada o el estigma social que implica
haber trabajado en el ámbito de la prostitución suponen
grandes obstáculos para reinsertarse en la sociedad.
A pesar de los esfuerzos internacionales, la explotación
sexual infantil aún persiste en el sudeste asiático. Países
tan paradisíacos como Tailandia, Filipinas, Camboya, Vietnam
o Laos continúan siendo lugares en los que más de un millón
de menores sufren abusos sexuales y pierden su infancia
prematuramente.
José Luis Gamarra
Presidente de ANESVAD
Agencia de Información Solidaria
28 de abril de 2005