México
Para ser promesa estamos enlodando sus escasas certezas.
Para ser esperanza estamos aplastando sus realidades. Para
ser el futuro estamos arruinando su presente. Es la
infancia, la de nuestro país y la del mundo. Y si tiene
alguna dosis de verdad la frase: “por sus obras los
conoceréis”, más vale parar al mundo y mirar bien lo que
estamos haciendo con nuestros niños y niñas.
Cuando en 1954 la Asamblea General de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) recomendó instituir en todos
los países miembros un Día Universal del Niño con el fin de
promover su bienestar, apuesto a que nunca imaginó que a la
vuelta de medio siglo estaría hablando no de su bienestar
sino de su defensa, de defender un futuro que para millones
ahora se vislumbra penosamente, trágicamente secuestrado.
A las cifras me remito: Según la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), actualmente 246 millones de
menores de edad trabajan; dicho de otro modo, uno de cada
seis niños y niñas trabaja. De ellos, 120 millones trabaja
tiempo completo, 73 millones tienen menos de 10 años, 180
millones realiza labores en las peores condiciones laborales
y en lugares de alto riesgo como minas o fábricas en donde
se manipulan sustancias tóxicas o en el campo utilizando
pesticidas sin ninguna protección, y aproximadamente 5.7
millones de infantes trabajan en condiciones que rayan en la
esclavitud. México no se escapa. Según la Universidad Obrera
10 millones de infantes trabajan en nuestro país. ¿De qué
Día del Niño y la Niña les platicamos? ¿De qué esperanza les
hablamos? ¿Qué futuro les deparamos?
Hay más, por desgracia. El Fondo de las Naciones
Unidas para la Infancia (UNICEF por sus siglas en inglés),
señala que en los últimos 14 años más de dos millones han
muerto como resultado de conflictos armados, seis millones
más resultaron heridos o quedaron discapacitados, 22
millones perdieron sus hogares. Y conste que en esta cuenta
el saldo de la invasión norteamericana a Irak aún no permite
cerrar cuentas; tan sólo el pasado miércoles 21 murieron a
causa de un bombardeo norteamericano 100 menores que iban en
dos autobuses a sus escuelas. Además, alrededor de 300 mil
niños y niñas participan activamente en una treintena de
conflictos armados, y a un número indeterminado se les
involucra en actividades de narcotráfico o de otros tipos de
delincuencia organizada. ¿De qué bienestar les hablamos?
¿Cuál futuro les dibujamos?
Y aunque todos estos son focos rojos, hay uno que ha
prendido todas las alarmas de la ONU: El tráfico de seres
humanos. Tan sólo en África, datos de UNICEF señalan que en
53 de los 58 países que conforman el continente se trafica
con seres humanos, especialmente menores de edad. Pero
sucede en casi todos los países del mundo. Es el regreso de
la esclavitud. Se venden mujeres, niñas y niños, lo mismo
para trabajos domésticos que agrícolas, con fines de
adopción o de tráfico de órganos, para explotación sexual y
pornografía. UNICEF apunta que el número de países donde hay
tráfico de infantes duplica a aquellas naciones donde se
compran y venden mujeres. El asunto es tan grave, que la ONU
decidió el martes 20 crear el puesto de relator especial
sobre trata de seres humanos. No es para menos, porque el
negocio de traficar con seres deja ganancias estimadas en 12
mil millones de dólares anuales, y ya rivaliza con el
tráfico de armas y de drogas.
En cuanto a explotación sexual las cifras son para
vomitarse. Se calcula que 2 millones de niños y sobre todo
niñas se ven sometidos a explotación sexual y pornografía.
Esta cifra aumenta un millón cada año. Casa Alianza
-organización dedicada a la defensa y rehabilitación de los
derechos humanos de menores- afirma que niños y niñas de
América Latina son vendidos en 100 dólares a prostíbulos de
México, Estados Unidos u otros países. Y es que un nuevo
concepto ha aparecido en el diccionario: “turismo sexual”.
Es tal la demanda, que sólo Estados Unidos es sede de al
menos 25 compañías dedicadas a organizar este tipo de viajes
que incluyen relaciones sexuales con menores. Como es de
imaginarse, este negocio florece en países donde la
impunidad es cotidiana. En México, cifras oficiales hablan
de más de 16 mil menores en condición de explotación sexual,
y hay estudios que apuntan que zonas turísticas como Cancún
son un paraíso para pederastas y turistas sexuales. ¿Qué
tenemos que decirles a estos niños y niñas? ¿Cuál esperanza
representan? ¿Cuál futuro les espera con un presente de
horror?
La semana pasada se llevó a cabo en nuestro país la
110 Asamblea de la Unión Interparlamentaria, en la que
participaron legisladores de 122 países, que se
comprometieron a modificar sus legislaciones para castigar
como delito grave el tráfico y la explotación sexual de
mujeres e infantes. Se pretende castigar tanto al explotador
como al consumidor, porque aquí no hay ingenuidad que
aducir. Hay mucho que hacer y evidentemente urge. No es
posible que estemos “celebrando” el Día del Niño y la Niña
en pleno siglo XXI con estas cifras ¿Cómo nos atrevemos a
decirles que son el futuro del planeta? ¿De qué futuro les
estamos hablando?
Cecilia Lavalle
CIMAC
11 de junio de 2004
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