"Ningún hombre es
una isla en si mismo; cada hombre es parte de tierra firme; si un trozo de
tierra es arrastrado por la marea, el continente disminuye. La muerte de
cualquier hombre me hace más pequeño, porque soy parte de la humanidad. Por
lo tanto, no preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti".
(John Donne,
poeta inglés del s. XVI)
La manera en que las fuerzas armadas del estado de Israel
están arrasando el Líbano, es obscena. La pasividad con que occidente asiste
a ese holocausto es indignante. De todas maneras, analizando la situación
desde una óptica humanista, hay que tener en claro que si Hezbolah
dispusiera del mismo poder de fuego del que dispone Israel, estaría
cometiendo la misma desmesura.
De hecho, la táctica elegida por la organización con base en
el Líbano es la misma que la de sus enemigos. Si las bajas civiles israelíes
son tan pocas, ello se debe principalmente a la mala puntería y el poco
alcance de las armas de Hezbolah. Quiero decir que aquí no veo "buenos" y
"malos", a lo sumo veo "malos" y "muy malos", por diferenciar el asunto de
algún modo.
Pero además, lo que está sucediendo en el Cercano y el Medio
Oriente demuestra una vez más que desde 1945, nadie puede ganar una guerra.
Es así que a pesar del uno de los más ampulosos despliegues armamentísticos
y tecnológicos de la historia, tanto en Irak como en Afganistán van pasando
los años y la paz está cada vez más lejos.
Este presente es muy similar al futuro que imaginó George
Orwell en 1948. En su terrible "1984", el escritor británico pintaba un
mundo dividido en tres grandes bloques guerreando continuamente entre sí.
Esa estrategia de "Guerra Permanente" era lo que dinamizaba la economía de
la antiutopía orwelliana, permitiendo la continuidad, la prosperidad, el
crecimiento continuo de un capitalismo desaforado.
Pero además, la sociedad orwelliana estaba dividida
nítidamente en dos grandes clases sociales. Por un lado, la burocracia
estatal y partidaria, hipervigilada y adoctrinada constantemente por los
medios de comunicación de masas. Por el otro, una inmensa mayoría de
desplazados, abandonados a la buena de dios, mano de obra barata y sin
educación viviendo en condiciones miserables. ¿Le suena?
Para el gran capital, la guerra es el negocio más rentable.
No sólo porque crea la necesidad de desarrollar y fabricar cada vez más y
mejores armas, sino porque provoca la destrucción de bienes que luego habrá
que pagar por reconstruir. Un ejemplo claro de lo que digo es lo que sucede
en Irak y Afganistán, donde las empresas del complejo militar-industrial
euro-estadounidense están ganando miles de millones de dólares
reconstruyendo la infraestructura que hace unos pocos años destruyeron sus
ejércitos y continúan destruyendo ahora los "resistentes" (cada vez que
explota un auto-bomba, los directivos de la General Motors se frotan las
manos, por decirlo de un modo sencillo).
Desde el momento en que el objetivo de esta sociedad (a esta
altura, yo diría "de esta civilización") es hacer cada vez mayores y mejores
negocios, no es esperable que se llegue alguna vez a una paz duradera. A lo
sumo habrá (hubo) treguas mas o menos extendidas para que operen las
empresas "reconstructoras" y llegue la "ayuda humanitaria" (que pagamos
todos y también genera ganancias al complejo militar-industrial).
Y en esta moderna "Guerra Permanente", los muertos los
pondrán siempre los más humildes, los más desamparados; sí, los que menos
consumen, los que sobran. Los otros, los generales, los políticos, los
empresarios, los funcionarios y los burócratas, pero también los técnicos,
los obreros calificados, los intelectuales y los estudiantes, sobrevivirán.
Los unos porque son los que han creado y se benefician de la situación; los
otros porque son necesarios para que el espiral siga desenrollándose una y
otra vez, hasta que el planeta aguante...
Andrés Capelán
COMCOSUR
9 de agosto de 2006
foto: www.guerraeterna.com
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