En 1959, la ONU estableció el Día Mundial del Niño, pero los
hechos testarudos indican que hoy los problemas son más
graves porque a carencias imperdonables se suman auténticos
crímenes contra la infancia.
Pobreza, falta de educación y mortalidad infantil van
unidas. Los informes de UNICEF muestran las coincidencias
entre déficit de escolarización y tasas de mortalidad de
menores, y ambos en marcos de pobreza generalizada. En
nuestro mundo, más de 670 millones de niños y niñas viven en
la pobreza absoluta. Más de 5.000 niños y niñas por beber
agua contaminada. Esta cifra será crónica, si no se pone
remedio, porque hay 370 millones de niños y niñas privados
del acceso a agua con garantías higiénicas.
De los centenares de millones de niños atrozmente pobres,
140 viven en la calle, donde mendigan, trapichean de
diversas maneras o se prostituyen; otros 170 millones
padecen hambre y 30.000 niños mueren al día por enfermedades
que ya no matan en países desarrollados. Más de 3 millones
de menores de 15 años han contraído el sida y entre 100 y
300 millones trabajan en condiciones precarias, difíciles o
insalubres por salarios de miseria. Pero lo que marca la
cima de la infamia global del trato a los menores son la
existencia de niños soldados en 35 países y el tráfico de
menores, con especial abyección cuando es esclavitud y
explotación sexual.
Amnistía Internacional, Human Rigth Watch y World Vision han
constituido una coalición de organizaciones de la sociedad
civil para luchar contra la utilización bélica de menores y
denunciar que hay entre 300.000 y 500.000 que luchan en
guerras. La mayoría de esos menores son secuestrados y
forzados a combatir, a hacer de espías y a prestar servicios
de desahogo sexual, aunque, como señala Enrique Restoy,
miembro de la citada coalición, "hablar de 500.000 niños
soldado es moderado porque esa cifra ignora a los que lo han
sido y, además, el país con más menores en su ejército,
Birmania (70.000 niños soldados) no aparece en datos de la
ONU". También podríamos recordar que en Irak han fallecido
más de 1.000 niños a causa de minas, misiles o bombas sin
explotar y que en Palestina han muerto más de 500 niños por
el ejército israelí y unos 400 han sido encarcelados.
Una vileza, similar a secuestrar menores para ejércitos o
pretendidas guerrillas de liberación, es el tráfico de niños
que, según UNICEF, ya afecta a un millón doscientos mil
menores al año y supone beneficios de 10.000 millones de
dólares anuales para los que lo organizan; un tráfico de
mano de obra baratísima, menores para mendicidad masiva
organizada, auxiliares de delitos contra la propiedad y
correos de narcotráfico. Y, por supuesto, para
prostituirlos. En ese inmundo tráfico cabe destacar el
desarrollo de la esclavitud infantil en países como Benin,
Togo, Nigeria y Camerún. El negocio debe marchar bien
porque, según Alfonso Jäggli, de la organización solidaria
Tierra de hombres, que combate la esclavitud infantil,
"ahora las redes ya empiezan a trasladar a niños esclavos a
Europa".
En cuanto a la explotación sexual de menores, su veloz
crecimiento tiene tanto que ver con la creciente miseria
ética de los países ricos como con el temor al sida: los
turistas sexuales eligen niños porque son vírgenes.
Los abusos sexuales en todo el mundo suelen perpetrarse en
el ámbito familiar y de allegados. En España, por ejemplo,
se calcula que un 4% de menores son víctimas de abusos
sexuales de diversa gravedad. Pero aún hay más. Un informe
reciente de UNICEF denuncia que cada año mueren en los
países desarrollados alrededor de 3.500 niños por malos
tratos, casi siempre perpetrados por familiares.
¿Qué clase de mundo es el que permite este horror? Por eso
no es admisible que, por cobardía o por mirar hacia otro
lado, ningún político con capacidad de decisión ni cualquier
ser humano pueda caminar con la cabeza alta mientras
persista este rosario de iniquidades e infamias.