Brasil
es el único país del Cono Sur
latinoamericano que ha permanecido al
margen del “boom de la memoria” que se
registra en el resto de la región, dijo
el activista por los derechos humanos de
ese país Jair Krischke.
Krischke
estuvo en Montevideo hasta el fin
de semana pasado, invitado a un
encuentro de Museos de la Memoria de
los países del MERCOSUR.
“Fue una muy buena idea hacer esta
reunión, porque permitió que nos
juntáramos todos los que trabajamos en
el tema de la construcción de la memoria
sobre el pasado reciente y la difusión
de lo que pasó con nuestros pueblos en
aquellos años de plomo, ver en qué
andamos, comparar situaciones, y trazar
planes comunes”, dijo a Sirel el
Consejero del Movimiento Justicia y
Derechos Humanos de Porto Alegre (MJDH).
“En los últimos años hubo avances en
todos esos temas en la mayor parte del
área. En Argentina son muy
notorios, pero también se dieron en
Chile, en Uruguay, incluso en
Paraguay. Lamentablemente, el
contraste viene de Brasil”.
Krischke, un
incansable difusor de denuncias sobre la
colaboración de las recientes dictaduras
latinoamericanas, hizo en parte
responsable al gobierno del presidente
Luis Inácio “Lula” da Silva de
que “la desmemoria campee” en su país.
“No me explico bien por qué, pero estoy
convencido de que hay un acuerdo entre
Lula y los militares brasileños
para impedir que se conozca la verdad
sobre lo sucedido bajo la dictadura, y
que se castigue a los responsables del
terrorismo de Estado”, dijo.
Ojos que
no ven…
“Me remito a los hechos”, agregó, y citó
varios. Uno de ellos, tal vez de los más
fuertes, es que hasta ahora el gobierno
brasileño se ha opuesto a la apertura de
los archivos sobre la represión en
aquellos años, que existen, “están ahí”,
pero “nadie los toca”.
El gobierno de Lula desacata
un fallo judicial que
dispuso la apertura de los
archivos militares de la
dictadura |
“Al lado del despacho de Lula
tiene su oficina un general que asesora
al Presidente en temas de seguridad. Un
día le pregunté a ese general qué pasaba
con los archivos, por qué no los abrían,
y me contestó: ‘No conviene, allí hay
cosas muy feas, van a quedar en
evidencia traiciones, hechos turbios, y
a nadie le gustaría que eso pasara’.
Sonaba como una amenaza. La hice
pública. De haber estado yo en el puesto
de Lula a ese señor lo hubiera
destituido. El Presidente nada hizo”.
Otro hecho, prosigue Krischke:
desde hace ya mucho tiempo, un año
después de asumir Lula la Presidencia de
su país, la justicia brasileña viene
ordenando, sin éxito, la apertura de los
archivos del Ejército relacionados con
la destrucción de un foco guerrillero en
Araguaia. En esa localidad del estado
norteño de Pará, en 1972 fueron
masacrados más de 50 guerrilleros por
fuerzas militares, y aún permanecen como
“desaparecidos”.
En un primer fallo, un Tribunal Federal
dispuso que todas las informaciones en
poder del Ejército fueran liberadas. Se
otorgó un plazo de 15 días para cumplir
con la sentencia; de lo contrario, el
Estado debía pagar una fuerte multa por
cada día de incumplimiento. El gobierno
apeló, la justicia confirmó el fallo,
nueva apelación, y finalmente la Suprema
Corte ratificó que los archivos debían
ser abiertos.
“Pese a todas esas decisiones todavía no
ha pasado nada. Es una situación clara
de desobediencia de parte de la
administración Lula. ¿Por qué esa
resistencia del gobierno a cumplir con
un fallo judicial que significa un
avance en el conocimiento de las
violaciones a los derechos humanos
cometidas por la dictadura?”, se
pregunta el activista.
Y vuelve a cargar, esta vez apuntando al
ex-presidente del gobernante Partido de los
Trabajadores (PT), José
Genoino. “Él fue uno de los raros
guerrilleros sobrevivientes de la
masacre de Araguaia. Sin embargo,
hace un tiempo, en una ceremonia militar
clásica, el Ejército lo premió con la
Medalla del Pacificador. Cuando en
Brasil uno quiere saber quién fue
torturador o cómplice de los
torturadores, es casi una norma que se
vaya a la lista de quienes recibieron la
Medalla del Pacificador. Los dos
coroneles que comandaron la destrucción
de la guerrilla de Araguaia la
tienen. ¿Por qué también Genoino?
Cuando tiempo atrás el Ejército se la
quiso otorgar al legendario arzobispo de
San Pablo y luchador Evaristo
Arms, éste se negó.”.
Krischke
continúa acumulando “hechos” que
tenderían a probar la existencia de
algún tipo de “acuerdo” entre el actual
gobierno y las jerarquías castrenses
brasileñas. “Yo trabajé personalmente
-dice- con el magistrado italiano que en
diciembre pasado pidió la extradición de
146 represores latinoamericanos
vinculados con el Plan Cóndor y
con el secuestro y desaparición de
ciudadanos italianos en nuestros países.
Entre esos militares había varios
brasileños, pero el gobierno intervino
para evitar su extradición”.
Apenas se emitió el pedido de
extradición, el ministro de Justicia
respondió que iba a rechazarlo, porque
según él estos uniformados estaban
cubiertos por la ley de aministía. “Se
equivocó. Los dos casos por los que
Italia reclamaba la extradición
databan de 1980, cuando la amnistía
brasileña fue de agosto de 1978. Los
crímenes cometidos después no están
abarcados por ella. Acorralado, el
Ministro dijo después que de todas
maneras aquellos delitos estaban
prescritos. Se equivocó otra vez. Se le
objetó que se trataba de crímenes
imprescriptibles, en virtud de que la
legislación internacional actual
establece que las desapariciones
forzadas de personas son delitos
permanenentes que se siguen cometiendo
hasta que el cuerpo de la víctima
aparezca”. Pero no hubo caso, y los
uniformados cuya extradición había sido
solicitada por la justicia italiana
“continúan sin ser molestados”, apunta
Krischke.
Por suerte, dice, “en el gobierno
también hay contradicciones”. El
secretario general de Derechos Humanos,
que tiene estatuto de Ministro, es
partidario tanto de responder
positivamente a la demanda del
magistrado europeo como de abrir los
archivos de la represión.
¿Y por
casa cómo andamos?
De la “desmemoria” de la sociedad
brasileña Krischke no hace
responsable solamente al poder político.
También a buena parte de las
organizaciones de la sociedad civil, y
en particular a las asociaciones
humanitarias, tan activas en la
oposición a la dictadura y a gobiernos
posteriores como los de Fernando
Collor o Fernando Henrique
Cardoso, pero que desde que Lula
asumió el poder tienen un perfil muy
bajo.
Quienes luchamos por un
“Nunca más” al terrorismo de
Estado y no apenas un “Nunca
más” declarativo, estamos
librando una batalla muy
desigual |
Del “estado de desmemoria” de la
sociedad brasileña, piensa Krischke,
son igualmente cómplices los grandes
medios de comunicación, que “muy, muy
raramente evocan aquel pasado”, o el
sistema educativo, que hasta el momento
excluye el tratamiento de ese período.
“Recién ahora, tantos años después de
terminada la dictadura, hay en las
universidades brasileñas cinco tesis
sobre la represión en aquellos tiempos.
Menos mal, pero son evidentemente muy
pocas”, comenta.
“Los que en Brasil mantenemos la
presión para que el pasado salga a luz,
que se hable de lo sucedido en los
setenta, que se limpie esa historia para
que sea posible un verdadero ‘Nunca más’
al terrorismo de Estado y no apenas un
‘Nunca más’ declarativo, sin sustento,
estamos librando una batalla muy
desigual. Cuando pienso que en
Uruguay están presos dos ex
presidentes y varios altos militares
relacionados con la dictadura, y sobre
todo veo lo que sucede en ese plano en
Argentina me da cierta envidia”,
dice Krischke, aun siendo
consciente de que en ambos países del
Río de la Plata, sobre todo en
Uruguay, las organizaciones de
derechos humanos piensan que lo hecho
hasta ahora desde el poder político es
insuficiente.
Hay también “hechos alentadores, que
demuestran que no todo el mundo ha
elegido el olvido”, matiza el activista.
“Desde setiembre de 2006 se está
ventilando ante la justicia un caso muy
interesante: el de una familia que
quiere que se diga públicamente que un
coronel actualmente retirado fue
torturador. No piden que se lo castigue
penalmente, no piden indemnizaciones:
simplemente reclaman esa ‘acción
declaratoria’, para ellos reparadora”.
El militar en cuestión es Carlos
Alberto Brilhante Ustra, que en los
años setenta se destacara por haber sido
comandante del Departamento de
Operaciones e Informaciones y líder
de la Operación Bandeirantes, un
organismo clandestino de represión que
actuaba sobre todo en San Pablo y
reunía a uniformados de diversas
reparticiones.
Brilhante Ustra fue por un período agregado militar en la embajada brasileña en
Uruguay. Debió abandonar el cargo
luego de que una diputada del PT
que formaba parte de la comitiva que
acompañó al entonces presidente José
Sarney durante una visita a
Montevideo lo reconociera como quien
la había torturado.
Quienes interpusieron la “Acción
declaratoria” para que Brilhante
Ustra sea reconocido como
torturador, la primera acción judicial
contra un militar acusado de violar los
derechos humanos en Brasil, son
sobrevivientes de la masacre de
Araguaia.
“Es una muy buena cosa para colocar el
tema en la escena pública”, observa el
Consejero del MJDH.
Para este año, el Movimiento de Justicia
y Derechos Humanos de Porto Alegre
que anima Krischke está
preparando una serie de iniciativas.
Una de ellas tendrá lugar en noviembre,
cuando se cumplan 30 años del secuestro
en Porto Alegre de dos militantes
de izquierda uruguayos en el marco del
Plan Cóndor. Otra se desarrollará
el 10 de diciembre, fecha del 60
aniversario de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, y
una tercera tres días después, a los 40
años de la promulgación de uno de los
actos institucionales clave en el
andamiaje de la dictadura. Esta última
se desarrollará en el marco de una
pluralidad de actividades destinadas a
recordar la resistencia al régimen.
“Vamos a ver si con todo esto ayudamos a
cambiar el panorama”, concluye
Krischke.