Roger Rodríguez suele argumentar ante los estudiantes de
periodismo que una primicia producto de una investigación
contiene proporciones similares de trabajo y de (buena)
suerte. Cuenta, a modo de ejemplo, los pormenores de un
viaje a Buenos Aires tras la pista de un represor argentino
que podía revelar algunos detalles de los asesinatos de
Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz; y cómo, sin
proponérselo, terminó obteniendo un contacto que le
revelaría detalles sobre el secuestro de Simón, el hijo de
Sara Méndez. Los resultados de esa investigación fueron
sustanciales para la ubicación de Simón, el reencuentro con
su madre después de 26 años de búsqueda y la restitución de
su identidad robada.
Por todo ello, el jueves 22, durante un acto de homenaje
realizado en la sala Artigas del Palacio Legislativo
convocado por varias organizaciones defensoras de los
derechos humanos de la región, y con la presencia del
luchador social brasileño Jair Krischke y de la presidenta
de la Cámara de diputados, Nora Castro, Roger recibió de
manos de Sara Méndez una estatuilla que representa el
reconocimiento por su aporte.
Roger escribió en La República mucho menos de lo que había
averiguado en Buenos Aires, y la prudencia tuvo sus frutos:
tiempo después publicaría los detalles de lo que hoy se
conoce como el “segundo vuelo”, un operativo de traslado
clandestino de exiliados políticos secuestrados en Buenos
Aires. El segundo vuelo confirmó la sospecha de que la
mayoría de los uruguayos desaparecidos en Argentina fueron
en realidad asesinados en Uruguay; y en ese aspecto Roger
logró aportar otra revelación fundamental: la existencia de
un hasta entonces ignorado centro clandestino de detención,
en la zona de Villa Dolores, conocido como Valparaíso, pero
que los represores conjugaban como “va al paraíso”, porque
era el lugar donde se ultimaba a los prisioneros condenados
a desaparecer definitivamente.
El reconocimiento a la labor de Roger es una forma de hacer
justicia, y una manera de confirmar la falta de justicia.
Hoy hay un aturdimiento de informaciones, muchas de ellas
sospechosas, sobre los secretos que los militares siguen
guardando empecinadamente; pero casi nadie se hizo eco, hace
tres años, dos, apenas meses atrás, cuando Roger publicó sus
primicias y reveló que el entonces comandante de la Fuerza
Aérea, el brigadier general José Pedro Malaquín, había sido
quien piloteó el avión del segundo vuelo, episodio ahora
confirmado en los informes de los comandantes al presidente
de la República.
No hubo, entonces, ninguna reacción, ni del presidente Jorge
Batlle, ni de los jueces, ni de los políticos: el ninguneo
seguía siendo el mejor antídoto contra los pujos de la
verdad, y cuando los grandes medios de comunicación,
aquellos que hoy ofrecen reiterados “informes especiales”,
hablaron del segundo vuelo, lo hicieron tangencialmente,
amplificando el desmentido del brigadier Malaquín,
desmentido falso que multiplica su responsabilidad.
Los trabajos de Roger confirman el papel que el periodismo de
investigación está destinado a cumplir en nuestras
sociedades todavía laceradas por las consecuencias del
terrorismo de Estado. Un papel que excede su misión, porque
al periodismo no hay que reclamarle lo que no hacen las
instituciones. Roger ayudó a encontrar a Simón, pero Simón
debía haber sido encontrado por el gobierno, por la Comisión
para la Paz, y su paradero debía haber sido confesado por
quienes lo habían secuestrado.
Los trabajos de Roger son un ejemplo del buen periodismo, y
también son un dedo acusador. Y una prueba de que el
ninguneo no desmoraliza.
Samuel
Blixen
Convenio
Brecha / UITA
30 de
setiembre de 2005
Foto: Lucía
Iglesias