El pasado martes 29, en
Salto, en el norte del país, en el recinto de la Universidad, la Comisión de
Derechos Humanos de la central obrera PIT-CNT convocó a un foro en el que
participaron José Pedro Franco, dirigente del sindicato de la pesca y miembro de
la citada Comisión, Cecilia Michelini, de la Fundación Zelmar Michelini, el ex
senador Juan Raúl Ferreira y quien suscribe. La jornada comenzó con la
proyección del documental “Destino Final”, sobre la vida y el asesinato en
Buenos Aires, en 1976, de Zelmar Michelini, senador del Frente Amplio, y de
Héctor “Toba” Gutiérrez Ruiz, diputado del Partido Nacional, película dirigida
por uno de los hijos de este último, Mateo Gutiérrez. A continuación
transcribimos la intervención de Juan Raúl Ferreira, quien junto a su padre,
Wilson Ferreira Aldunate, cumplieron en época de la dictadura militar uruguaya
(1973-1984) una destacada labor de cabildeo y solidaridad en Europa y Estados
Unidos denunciando las atrocidades del régimen.
Tuve la película sobre
mi escritorio mucho tiempo y no podía verla. Aprovecho para rendirle homenaje a
una persona, que allí se menciona muy al pasar pero de manera muy linda, mi
madre, una señora que con 91 años un día dijo: ʹyo quiero ver la películaʹ
y con ella la vi.
Ahora me doy cuenta de
cosas que aquella primera vez que la vi no capté, porque estaba pendiente del
estado de salud de mi madre y quizás conmovido emocionalmente. A ella no se le
movió ni un músculo. Aprendí mucho de su actitud ante la película: ella después
se fue para su cuarto, se retiró, quedó mucho rato sola, en silencio. No le debe
haber sido fácil, pero gracias a ella yo vi Destino Final, por primera vez.
Si me pongo a
comentarles todo lo que me inspira y los recuerdos que evoca, cada cosa que se
ve y se dice en la película no nos vamos más. Sin embargo, quiero hacer dos
comentarios sobre algunas cosas que en la película se citan: primero, lo que
dice Mario Capurro (amigo del Toba). No puedo contrariar a
Mario, porque sí que si soy muy dormilón, y esto lo sabe muy bien la gente
que viajó desde Montevideo a Salto conmigo en el ómnibus. Pero creo que cuando
me entero de la notica lo que me hizo costar un par de minutos en reaccionar no
fue el sueño de la madrugada. Fue la noticia misma.
Es decir, cuando él y
Marcos Gutierrez, a quien su hermano Mateo dedica el film, llegan
para avisarme sobre el secuestro (todavía hablábamos de detención en ese
momento) del Toba, recuerdo que me costó mucho despertarme, pero no del
sueño físico, sino del embotamiento que provocaba lo que el documental narra
sobre el endurecimiento de la dictadura y la pérdida de todo código y valor,
mostrándonos una realidad que no sospechábamos, aunque debimos verla venir.
Recuerdo patéticamente
lo que me costó despertar de eso y cuando
tomé conciencia tuve la
gran suerte de manotear el pasaporte, ya que nunca más volví al departamento
donde vivía en Buenos Aires. El pequeño monoambiente quedaba frente al Hotel
Liberty, donde vivía Zelmar.
Aquí se habló de la
solidaridad, y entre esas solidaridades, las anónimas, merecen un capítulo
especial. No olvidaré jamás, por ejemplo, la del encargado del edificio donde
yo vivía que me estaba esperando afuera, para avisarme que no subiera, porque
arriba, en el departamento mismo, había tipos armados. Y no volví nunca más a mi
casa.
Salí con un sobretodo
arriba del pijama y con el pasaporte, después de haber estado en el Hotel
Liberty (donde vivía Zelmar Michelini), haciendo algunos llamados
internacionales con su hijo “Chicho”. De ahí pues, fui a la casa del ‘Toba’
Gutiérrez.
Hay otro episodio en el
documental que me parece bueno citarlo. Entre quienes aparecen ahí está Hugo
Navajas, boliviano representante de las Naciones Unidas, quien en su casa le
dio alojamiento a mi padre (Wilson Ferreira Aldunate). Habíamos
procurado durante más de 18 horas tener acceso a una Embajada, pero estaban
todas rodeadas.
Cuando aparecen
muertos, Zelmar y el ‘Toba’, recibí la noticia de Raúl Alfonsín
quien fue a dársela a la familia Michelini. Fui a lo de Navajas a
dar la noticia a mi padre, quien inmediatamente abandonó la sede de ONU. Salió
porque Wilson allí, hubiera quedado como una bestia enjaulada y, además,
porque él quiso darle personalmente la noticia a Matilde (Matilde
Rodríguez Larreta, esposa del Toba). No le dijo una sola palabra,
pero cuando Matilde lo vio aparecer se dio cuenta de todo. Se dieron un largo
abrazo y recuerdo que después de un gran silencio Matilde dijo:
‘pobres
mis hijitos…’
(Matilde y el Toba tuvieron cinco hijos).
No se trata de que yo
les relate una experiencia personal, pero cada episodio y cada cosa que se
relata en la película me marcó mucho, como un militante más pero también, y en
una forma muy directa, fue un punto de quiebre en mi vida personal, afectiva,
etc. Me marcó para bien y para mal, porque uno es hoy fruto de lo que ha vivido,
de todas sus experiencias.
Dejé en el camino cosas
muy importantes, gané también cosas maravillosas. Perdoname que lo diga
Cecilia (Michelini), pero gané esa relación tan especial contigo y
con tus hermanos que quizá no sería concebible si no hubiéramos pasado lo que
pasamos y que para mí ha sido un elemento de crecimiento permanente. Aún cuando
hemos discrepado, no sé si sin la familia Michelini yo me hubiera animado
a dar el paso contra la ley de Caducidad.
Dos detallecitos breves
de la película. Mi padre volvió a la casa de Hugo Navajas y allí lo voy a
buscar con el embajador de Austria. Esto pocos lo saben. Navajas le da a
Wilson una tarjeta con un número telefónico y le dice: ʹFerreira,
por favor llame al general Juan José Torres ̶ ex presidente de
Bolivia ̶ y lléveselo con usted, porque aquí en Argentina lo van a
matarʹ. En presencia del embajador de Austria, mi padre llama a Torres,
quien le responde: ʹmuchas gracias, pero a mí no me van a tocar porque soy
militarʹ. Cuando llegamos a París, once días más tarde, en plena conferencia de
prensa nos alcanzan un papelito mientras hablaba mi viejo que decía: ʹacaba de
ser asesinado el general Torres en Buenos Airesʹ.
La otra reflexión que
les quería hacer: no recordaba que la película era tan larga, y menos aún
recordaba que era tan inteligentemente larga, porque cuando uno cree que terminó
empieza a plantear otros temas que tienen que ver con la convocatoria de hoy,
que es el cómo seguimos, qué pasa después.
Creo que a todos nos
llamó la atención dos cosas que dice el ex presidente Julio María Sanguinetti
sobre el final de la película que son muy impresionantes. Una es cuando se
empezó a poner nervioso con el tema de los juicios (y la posibilidad de
hacerlos aún bajo la ley de Caducidad). Yo declaré en el juicio contra
Bordaberry (Juan María, ex dictador), por el cual él murió preso acá
en Uruguay, y no estaba anulada la ley de caducidad.
Quiere decir que
durante los años de vigencia de la ley de Caducidad tampoco se aplicaron las
normativas que permitían investigar y procesar.
La otra cosa que me
llamó la atención de Sanguinetti, un hombre tan inteligente y articulado,
es algo que creo se le escapó, cuando dice: ʹmi posición era negociar y la de
Wilson era golpearlos para que caigan solosʹ. No era así: la posición de
Wilson era golpearlos para que caigan porque los estábamos golpeando. Cuando
uno sacude el árbol es para que caiga el higo. No cae solo, sino fruto de que se
sacude.
La película nombra la
ley de Caducidad y no hace falta que les diga que yo voté la ley de Caducidad,
pero llegó un momento -entre otras cosas, porque empecé a declarar mucho ante la
Justicia- en que fui cambiando mi posición.
Declaré en el juicio al
fotógrafo Nelson Bardesio1,
y luego la jueza, Dra Eustaquio, me llamó después de dos meses a un
careo. Primera vez que partcipaba de un careo. Yo solo conocía los careos de las
películas americanas, y ahí me di cuenta de la fuerza moral, brutal que tienen,
porque yo fui con mi libretita con algunos apuntes. Allí Bardesio se
quiebra y comienza a decir todo.
Sobre el final del
juicio Bardesio me empieza a agredir verbalmente:
‘¿Por
qué siempre me perseguiste’? Instintivamente le quise responder, pero me callé
la boca. La doctora Graciela Eustachio
me dijo ‘contéstele’ y yo le digo que no, que yo responderé a sus preguntas.
Entonces ella me pregunta qué reacción me merecía lo que había dicho Bardesio
y le respondí que mi deseo durante todos estos años, había sido ver a
Bardesio comparecer a un juicio en un marco de garantías y dentro de las
seguridades mínimas se dijera lo que se tenía que decir. Un juicio con las
garantías que él le negó a sus víctimas. No me voy a hacer el guapo ahora,
porque les confieso también que me quebré en llanto.
Cuando luego me decido
a hacer campaña por la anulación de la ley de Caducidad lo hice sobre la base de
que ahora estamos en otro tiempo, que aquel en que se votó la ley.
Empecé entonces a
manejarme dentro de un espacio, un colectivo, y a ver la importancia que tiene
un colectivo cuando se manejan temas de este tipo, porque nadie me pidió que
cambiara esa posición, pero yo la cambié o quizás yo cambié. Esa es la gran
diferencia entre el esfuerzo individual y el colectivo.
Uno se da cuenta con el
paso del tiempo cómo esta ley ayudó a instalar una cultura de impunidad de la
cual nos va a costar mucho salir, y cómo se había generado un capital político
muy fuerte que era el frente antidictatorial, que eso lo rompió la ley y que hay
que reconocerlo y hay que luchar para recomponerlo.
Creo que hay un desafío
muy grande cuando nos planteamos cómo sigue la lucha por los derechos humanos, y
uno de esos desafíos es recomponer ese frente democrático. Sobre bases reales,
con una agenda de futuro, donde los derechos humanos sean un ingrediente
fundamental.
Siento que hubo una
gran frustración del sistema democrático cuando solo un partido votó por la ley,
siendo que yo no soy del Frente Amplio.
Destaco la
participación de la sociedad civil, que le ha dado a los partidos una lección
muy grande. Lo que viene, el futuro pasa por entender que sigue la lucha pero la
lucha que une, que genera solidaridad, que se extiende, la que genera colectivos
donde todos enriquecemos nuestra individualidad y crecemos”.
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