Con
la aparición de los restos de Julio Castro, un maestro de 68 años secuestrado en
1977, se desmoronan dos de las más persistentes mentiras de las Fuerzas Armadas
uruguayas: que los cuerpos de los desaparecidos habían sido “cremados y sus
cenizas esparcidas” y que aquí los desaparecidos habían muerto por “excesos” en
la tortura, casi “por accidente”, pero no por ejecuciones sumarias.
La primera de esas
mentiras fue avalada por una Comisión para la Paz creada en 2000 por el gobierno
de la época, que basándose en “informaciones” comunicadas por militares había
afirmado que los restos de Castro habían sido retirados del Batallón 14
de Montevideo (donde ahora fueron hallados) en el marco de una llamada
“Operación Zanahoria” de desenterramiento de los cuerpos de los desaparecidos
poco antes de la caída de la dictadura, en 1985.
Otro de los mitos que
derrumbó definitivamente el hallazgo de los restos del maestro es el que pinta a
los militares golpistas uruguayos como “menos salvajes” que sus colegas de otros
países de la región sometidos a dictaduras en los años setenta, en especial
Argentina y Chile.
Los militares han
reconocido que “algunos” detenidos “se les habían muerto”, pero no porque
matarlos hubiera sido el objetivo de sus captores sino por un “exceso de celo”
en la aplicación de “apremios físicos” a los que habían debido someterlos “para
que revelaran informaciones” en el marco de la “guerra” que –decían- había
tenido lugar en el país.
Afirmaban así que
nunca habían manejado un plan de exterminio similar al atribuido a las
dictaduras argentina y chilena. Y en esa postura eran respaldados por
importantes sectores civiles de la derecha que gobernó el país hasta 2005.
Pues bien, Castro
-según las conclusiones de los antropólogos forenses que hallaron sus restos-
fue ejecutado de un balazo en la cabeza tras haber sido maniatado con alambres
en los pies y ferozmente torturado.
El maestro, conocido
en toda América Latina por su acción contra el analfabetismo, sobre todo
en los medios rurales de la región, rondaba los 70 años y se encontraba enfermo.
Lejos estaba de ser un “combatiente”, y su militancia política se había
circunscrito a la fundación de la coalición Frente Amplio, en 1971, que hoy
gobierna el país.
Era también uno de los
animadores del semanario uruguayo Marcha, referente de la izquierda intelectual
latinoamericana durante décadas, hasta su clausura por la dictadura en 1974.
“Tengo sentimientos
encontrados: por un lado tranquilidad de encontrar el cuerpo de mi abuelo,
cerrar parte del círculo e iniciar el duelo, pero por otro una indignación muy
grande porque el hallazgo es la corroboración de que la Comisión para la Paz dio
datos falsos”, dijo Roberto Castro, nieto del maestro asesinado, que
participó el sábado 3 en un acto de homenaje.
Hebe Castro,
hija de Julio, afirmó por su lado que “si se quiere” se puede llegar a
los culpables de las torturas y ejecución de su padre. “En este país de
tradición española en que todo se conserva escrito, en algún lado debe haber una
orden de ejecución. Puede ser que por ahí aparezca. Y no debe ser difícil saber
quiénes eran los responsables del Batallón 14” cuando se decidió fusilar y
enterrar al maestro.
Los huesos que serían
identificados la semana pasada como pertenecientes a Castro fueron
hallados el 21 de octubre en el marco de investigaciones para encontrar los
restos de la argentina María Claudia García de Gelman, nuera del poeta
Juan Gelman, secuestrada en Buenos Aires en 1976 y trasladada luego a
Montevideo, donde dio a luz una hija y fue hecha desaparecer.
Los antropólogos
forenses no descartan que en el Batallón 14 haya otros restos de desaparecidos,
incluidos los de María Claudia García. Tiempo atrás se encontraron en el
predio huesos humanos, pero todavía no han podido ser identificados.
Antes del de Castro,
los investigadores habían hallado los restos de otros dos desaparecidos en los
años setenta en otros predios militares.
Y quedan muchísimos
más por encontrar. Unos treinta uruguayos detenidos desaparecieron en Uruguay,
pero cerca de 200 fueron secuestrados en Argentina y no se descarta que
en muchos casos hayan sido trasladados hacia Montevideo y ejecutados aquí.
También hay casos de argentinos desaparecidos en Uruguay en el marco de
operaciones de coordinación represiva entre las dictaduras.
Investigaciones
independientes (periodísticas y de grupos de derechos humanos) hablan de la
existencia de varios “vuelos de la muerte” entre los dos países del Río de la
Plata, y en los dos sentidos, entre 1976 y 1978.
“En los huesos de
Julio Castro está el más certero retrato de la dictadura militar” uruguaya,
escribió el viernes 3 en el semanario Brecha de Montevideo el escritor
Eduardo Galeano.
El lunes 5 el nuevo
comandante en jefe del Ejército, Pedro Aguerre, dio “la orden” a sus
subordinados para que, “si hubiera existido” algún “pacto de silencio” entre
ellos respecto a violaciones a los derechos humanos cometidas por “la fuerza en
el pasado” lo rompieran.
Aguerre,
hijo de un militar perseguido durante la dictadura, dijo también que estaba
dispuesto a marcar “un punto de inflexión” en la política de las Fuerzas
Armadas.
Es la primera vez que
un comandante en activo se pronuncia en ese sentido. El escepticismo, de todas
maneras, sigue siendo la regla en las asociaciones de derechos humanos.
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