La ley que consagró la
impunidad de los violadores a los derechos humanos en Uruguay será letra
muerta en las próximas semanas, declaró a Sirel el abogado y senador Oscar
López Goldaracena, uno de los referentes de la campaña por la anulación de
esta ley.
La bancada parlamentaria
del oficialista Frente Amplio (FA) se puso de acuerdo en un proyecto
que sería aprobado por ambas cámaras en el correr del mes de octubre, justo
a tiempo para evitar una condena a Uruguay por parte de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). El lunes 4 ese organismo
se reúne en Quito para examinar oralmente una denuncia presentada por
Macarena Gelman, nieta del poeta argentino Juan Gelman e hija
nacida en cautiverio de María Claudia García de Gelman, secuestrada
en Buenos Aires en 1976 y asesinada en Montevideo tras dar a luz.
El proyecto fue
trabajosamente negociado en el marco de una comisión que reunió a
representantes de los distintos espacios políticos que coexisten en la
coalición progresista de gobierno. “Yo hubiera preferido que la ley de
impunidad fuera lisa y llanamente anulada, pero en el Frente Amplio existen
diferentes culturas políticas, ideológicas y jurídicas y algunas no están a
favor de la nulidad. Finalmente se llegó a un texto que permitirá satisfacer
la necesidad de suprimir esta aberración jurídica”, señaló López
Goldaracena.
El acuerdo se traduce en
una interpretación de la Constitución de la República y de la propia ley de
impunidad, adoptada en 1986 bajo el nombre de ley de Caducidad de la
Pretensión Punitiva del Estado.
Un artículo de la
Constitución, el 72, llamado “norma ventana” por López Goldaracena,
porque “permite darle rango constitucional a todos los derechos inherentes a
la persona humana y a la forma republicana de gobierno”, incluso a aquellos
que no están descritos en la propia Carta, fue interpretado de manera tal
que se consagra a texto expreso “el derecho a no ser desaparecido, el
derecho a no ser torturado, y el derecho y el deber de indagar, perseguir,
juzgar y castigar crímenes de lesa humanidad”.
El proyecto establece
también, y López Goldaracena lo considera “fundamental”, que los
jueces deberán ahora aplicar los tratados internacionales ratificados por
Uruguay según los cuales los delitos de lesa humanidad son
imprescriptibles y deben ser juzgados y castigados.
Muy pocos magistrados se
atenían a esos tratados, y preferían aplicar la ley de Caducidad, que los
obliga a consultar al Poder Ejecutivo cada vez que les es sometido un caso
de violación a los derechos humanos producido en la época de la dictadura
(1973-1985) para que sea el gobierno de turno el que determine si ese caso
está comprendido en la ley o no.
“El nuevo proyecto les
facilitará la tarea. El artículo 2 les dice directamente a los jueces: la
ley de caducidad es inaplicable, ya fue declarada inconstitucional en
algunos casos por la Suprema Corte, de manera que apliquen este nuevo texto
y juzguen. Se establece igualmente que el Poder Judicial debe reabrir todos
los casos archivados por la ley de caducidad y que no se podrá invocar la
validez de esta ley o acciones administrativas, como actos del Poder
Ejecutivo, para continuar con el archivo, para impedir que se reabran casos
ya examinados o para archivar causas nuevas que se presenten”, precisa
López.
Y para aquellas
situaciones en que un juez entendiera que para algún delito que debe juzgar
corre la prescripción, el nuevo texto sostiene que “el término de
prescripción no se aplicará entre el día que se sancionó la ley de caducidad
y el día que se vaya a promulgar esta nueva ley”, es decir unos 24 años.
“Esta fórmula permite
consensuar las distintas posturas existentes en el FA, reconociendo por un
lado que la ley de caducidad existe pero al mismo tiempo que es letra
muerta”, resumió López.
Consultado acerca de qué
piensa del hecho que se demoró tanto en aprobar un texto de este tipo,
cuando el Frente Amplio ya fue gobierno una primera vez en los cinco años
anteriores (entre 2005 y 2009) y tenía una mayoría parlamentaria aun más
amplia que la actual, el abogado manifestó que “A veces cuando se es
gobierno predomina el pragmatismo de lo cotidiano frente al mandato
imperativo que deriva de lo ideológico, el mandato jurídico y el mandato
moral. Se pretende gobernar estando bien con todos. Y gobernar implica hacer
opciones. Los crímenes cometidos por el Estado deben ser juzgados en todo
momento y en todo lugar. Cuando la izquierda subió al poder en Uruguay
tenía clara conciencia del mandato de anular una ley que ética y
jurídicamente era nula, que había sido durísimamente condenada por
organismos internacionales, pero el pragmatismo hizo que ese esfuerzo para
anular la ley quedara diluido en los bolsones de la militancia”
López Goldaracena
fue portavoz de una Comisión Nacional de Nulidad de la ley de Caducidad
creada en vistas de convocar a un plebiscito para decidir si la ley de
amnistía a los violadores de los derechos humanos bajo la dictadura cívico
militar debía ser mantenida o no. En un comienzo la iniciativa fue apoyada
por algunas pocas organizaciones de la sociedad civil (la Rel-UITA
entre ellas) y partidos de izquierda. Con el paso del tiempo fue creciendo y
terminó siendo apoyada por el conjunto de la izquierda, sectores
minoritarios de los partidos conservadores y una pléyade de organizaciones
sociales. El plebiscito se realizó al mismo tiempo que las elecciones
nacionales, en octubre de 2009. Para que la ley fuera anulada las papeletas
por el “Sí” debían superar el 50 por ciento de los votos.
Se llegó al 48 por
ciento, 6 puntos más que los conseguidos en una votación similar realizada
20 años antes pero también insuficientes para acabar con la impunidad. El
fracaso suscitó un fuerte debate interno en el FA, al resultar
evidente que muchos de sus dirigentes -que presionados por sus bases-
anunciaron que apoyarían la anulación de la ley de amnistía poco hicieron en
esa dirección.
“Cuando perdimos este
segundo plebiscito ratificamos que la ley había nacido nula, que seguiría
siendo nula y que llegaría el tiempo en que sería removida. Las
organizaciones sociales se siguieron movilizando, otros preferimos movernos
también en el plano político y ese tiempo llegó”, subrayó López.
Ayudó que la Suprema Corte se pronunciara en al menos dos casos declarando
inconstitucional a la Caducidad, lo cual convenció a los sectores de
izquierda aún reticentes a obrar por su eliminación y también a sectores de
la oposición de derecha. Años atrás, estos sectores de oposición exigieron
la eliminación total de un impuesto a los jubilados una vez que la Suprema
Corte lo había declarado inconstitucional en ciertos casos. “Por coherencia
deberían actuar de la misma manera en esta ocasión”, piensa López.
Pero difícilmente lo hagan.
También ayudó que la
CIDH esté a punto de condenar a Uruguay en el caso Gelman.
“Para un gobierno de izquierda significaría una vergüenza”, apunta López
Goldaracena. El caso llegó a la Corte porque Uruguay fue
denunciado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por haber
hecho caso omiso a observaciones precedentes por haber mantenido en su
ordenamiento jurídico una ley aberrante como la de 1986.
El abogado piensa que en
caso que la ley de Caducidad se convierta efectivamente en letra muerta se
habrá dado un paso positivo, pero opina también que en este mismo terreno no
todas son rosas en Uruguay. Le parece por ejemplo “una contradicción
preocupante” que el Estado uruguayo durante mucho tiempo haya pagado a los
abogados que defienden a los militares indagados por violaciones a los
derechos humanos bajo la dictadura. Esa situación habría sido corregida bajo
el gobierno de José Mujica, y esos profesionales estarían siendo
remunerados actualmente por los círculos de retirados castrenses.
Pero no sucede lo mismo
con los militares uruguayos condenados por la justicia chilena por
complicidad en el asesinato del ex integrante de los servicios de
inteligencia de la dictadura de Pinochet, Eugenio Berríos.
Berríos
fue secuestrado y asesinado en Uruguay en 1993 por agentes chilenos
en complicidad con militares uruguayos, cuando ya no había dictadura en
ninguno de los dos países. Se la llamó entonces una operación propia del
Plan Cóndor pero en democracia.
El caso nunca fue
investigado en Uruguay, pese a que no estaba cubierto por la ley de
Caducidad. De hecho se lo está ventilando en Chile, donde tres
uniformados uruguayos acaban de ser condenados. A los tres los defienden
abogados pagos por las Fuerzas Armadas, es decir por el Estado uruguayo.