Mientras en Argentina archivos
relacionados con la última
dictadura militar fueron
incorporados al “Registro de la
memoria mundial” por la UNESCO,
en Uruguay investigadores
universitarios difundieron una
gigantesca investigación sobre
las violaciones a los derechos
humanos en los años setenta y
ochenta
Los 29 archivos argentinos
seleccionados por la
organización dependiente de
Naciones Unidas constan de
documentos emanados de las
propias fuerzas de represión, de
organismos de derechos humanos y
de distintos poderes del Estado.
La inscripción por la UNESCO
de esos documentos en su
Registro de la memoria mundial
equivale a declararlos
patrimonio de la humanidad. Ese
programa, instituido en 1992,
“se basa en el supuesto de que
algunos elementos, colecciones o
fondos documentales forman parte
del patrimonio mundial. (...) Se
considera que su importancia
trasciende los límites del
tiempo y de las distintas
culturas y que deben preservarse
para las generaciones actuales y
las futuras”, señala un
comunicado de la Secretaría de
Derechos Humanos argentina.
Hay allí escritos elaborados o
conseguidos por las
organizaciones de defensa de los
derechos humanos de la más
diversa índole, desde copias de
legajos de juicios o sentencias
a denuncias y comunicados
realizadas por esos grupos a lo
largo de años, pasando por
cartas o dibujos realizados por
víctimas del terrorismo de
Estado.
También aparece reunida
documentación surgida de los
propios aparatos represivos,
como diversos archivos de
inteligencia estatales y
provinciales o fichas de
seguimientos realizados a
militantes políticos, y otra
generada luego de la caída de la
dictadura, tal como las
denuncias que sirvieron para
enjuiciar a los integrantes de
las juntas militares que se
sucedieron en el poder entre
1976 y 1983 y para investigar a
otros ex jerarcas.
Todo ese material permite
reconstruir la historia del
terrorismo de Estado en la
Argentina de los setenta y
los ochenta, conocer en detalle
las formas de operar de las
fuerzas armadas, los métodos de
exterminio utilizados, sus
técnicas de inteligencia, sus
planes, la coordinación
represiva con otros regímenes
similares de la región y también
cómo fue la resistencia a la
dictadura.
En el caso uruguayo, los
trabajos que este mes de junio
difundió la Presidencia de la
República tienen un mérito
mayúsculo: constituyen el primer
esfuerzo de sistematización de
la documentación existente, en
el país y en el exterior, sobre
las violaciones a los derechos
humanos cometidas por la
dictadura cívico militar que se
extendió entre 1973 y 1985, en
especial sobre los casos de
secuestros y desapariciones de
militantes políticos.
Durante casi dos años, por
encargo directo del presidente
socialista Tabaré Vázquez,
un equipo de historiadores y
sociólogos coordinado por tres
universitarios “de peso” se
dedicaron a desbrozar unos 15
mil documentos reunidos en 19
archivos nacionales y
extranjeros.
El resultado fueron cinco tomos
de un total de más de 3.500
páginas de un llamado Libro
Blanco sobre la represión en
aquellos años.
A diferencia de Argentina,
donde un intento de
sistematización de ese tipo ya
estaba presente en el informe de
la Comisión Nacional sobre
Desaparición de Personas que
luego se conocería como “Nunca
más”, en Uruguay debieron
pasar 20 años para que desde el
poder político se decidiera la
promoción de una tarea similar.
“Esta es la primera vez que el
Estado contrata investigadores
para documentar sus crímenes,
cometidos en otro período”,
comentó el historiador Álvaro
Rico, coordinador del
trabajo.
Pero el Libro Blanco tiene una
carencia nada menor, aunque de
ninguna manera achacable a
quienes lo hicieron: carece de
documentación emanada
directamente de las Fuerzas
Armadas que muestre su manera de
actuar, sus objetivos, que
mencione nombres de quienes
participaron y condujeron
operativos y acciones.
Los investigadores debieron
recurrir a otras fuentes,
nacionales y extranjeras, para
elaborar un mapeo de lo que
fueron las violaciones a los
derechos humanos en aquella
época.
Y es que en Uruguay,
treinta años después de los
hechos, los militares
responsables de centenares de
casos de torturas, asesinatos y
desapariciones continúan, por lo
general, guardando silencio o
difundiendo informaciones falsas
y negando la existencia de
archivos.
Ninguno de los gobiernos que se
sucedieron luego de 1985 ha
logrado que las Fuerzas Armadas
pusieran a disposición del poder
político, de las autoridades
civiles, la documentación
existente de aquellos tiempos.
Quienes elaboraron el Libro
Blanco sí tuvieron acceso a
documentación de cancillería,
del Archivo General de la
Nación, de los servicios de
inteligencia policial que les
permitió comprobar cómo los
mandos castrenses de la época de
la dictadura tenían incluso una
obsesión por el registro de sus
acciones. (Se sabe, por ejemplo,
que el Servicio de Información
de Defensa distribuía 18 juegos
de documentación a otros tantos
organismos militares).
Tanto estos investigadores como
las organizaciones de defensa de
los derechos humanos están
convencidos de la imposibilidad
de que toda esa documentación
haya sido destruida.
“A falta de esos registros
directos, el Libro Blanco
contiene de todas maneras
suficientes materiales
probatorios que ayudarán a la
justicia a romper el silencio de
los militares y comenzar a
conocer, por ejemplo, cómo
fueron detenidos, torturados y
probablemente asesinados las
decenas de uruguayos que
continúan como desaparecidos”,
dijo a SIREL un
integrante de la Asociación de
Madres y Familiares de Detenidos
Desaparecidos.
Mientras se espera la llegada de
ese momento continúa apareciendo
documentación que termina por
echar por tierra afirmaciones
del actual comandante en jefe
del Ejército uruguayo según las
cuales las violaciones a los
derechos humanos que se
“hubieran podido cometer”
durante la dictadura no fueron
más que hechos aberrantes
“aislados”.
Esta semana se divulgó un
documento desclasificado de la
Embajada de Estados Unidos en
Buenos Aires que informa del
traslado a Uruguay, en
1977, en un probable “vuelo de
la muerte”, de una veintena de
uruguayos secuestrados en
Argentina.
Esa operación se habría
realizado en “retribución” por
el envío, por las autoridades
uruguayas, en un helicóptero
militar, de un militante
guerrillero argentino
secuestrado en Montevideo.
“Este documento corrobora un
patrón de conducta represivo en
función del cual las dictaduras
uruguaya y argentina
intercambiaban permanentemente
detenidos, que en su mayor parte
continúan aun hoy desaparecidos,
y termina por liquidar ese mito
de que la dictadura uruguaya era
‘menos asesina’ que la
argentina”, dijo a SIREL
el abogado Oscar López
Goldaracena.
López,
integrante de una comisión que
promueve la anulación de una ley
que en 1986 dejó sin castigo los
crímenes cometidos por el
personal uniformado en los años
setenta, confía en que el
conocimiento público de la
verdad sobre lo ocurrido en
aquella época termine por fin
por acorralar a los militares y
conduzca a su castigo.
En Montevideo,
Daniel Gatti
© Rel-UITA
26 de junio de 2007 |
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