Nos contó que el trabajo en
la caña ahora no pasa de los dos meses, que después no hay
nada para hacer, que la gente no tiene luz ni agua.
Y así la gente, pasa. Dura.
Pero esta realidad que de
por sí es tremenda, no puede o no debería ocultar otras
realidades. Por ejemplo el abuso a que son sometidos
trabajadores y trabajadoras que tienen la “suerte” de contar
con un empleo. Un empleo donde no se permite la organización
sindical, o dónde se acosa sexualmente a las trabajadoras, a
las que no se les permite abandonar su puesto cuando lo
reclaman, debido al período menstrual. Trabajo, si. Pero ¿en
que condiciones?
Pero que decir cuando uno
vuelve al barrio “Las láminas”, y comprueba no sólo que
aumentó el número de familias que allí sobreviven sino que
las condiciones no han mejorado en nada.
Que decir cuando uno se
entera que apenas cruzando una de las calles laterales del
barrio, comienza un campo plantado con arroz, que es
fumigado por pesticidas, que llegan sin dificultad a los
vecinos.
En medio de esa realidad,
todo adopta otra dimensión. Y aumentan las dudas que uno de
por si ya tiene. Por ejemplo sobre la forma de hacer
política de algunos. Sobre intenciones de los recién
incorporados al progresismo, sobre las alianzas político
partidarias, sobre el concepto de democracia, en fin.