Era un reto
para los organismos de derechos humanos: copar las calles luego del fracaso
del plebiscito para anular la ley de amnistía a los militares y de una
polémica con el presidente José Mujica sobre la “reconciliación” posible de
la sociedad con los culpables de delitos de lesa humanidad. La edición
número 15 de la “Marcha del silencio” fue finalmente todo un éxito.
Fueron decenas de miles los uruguayos que el jueves 20 llenaron las calles
del centro de Montevideo en una nueva manifestación convocada por la
Asociación de Madres y Familiares de Uruguayos Desaparecidos, esta vez bajo
la consigna de “Sin la verdad y sin la justicia no hay reconciliación”.
“Desde 1996, año de la primera, siempre decimos que cada Marcha del Silencio
es especial, pero ésta sí que lo era. Se daba en un contexto novedoso: al
comienzo del segundo gobierno del Frente Amplio, presidido por un ex
guerrillero que sin embargo insistía con un discurso que tradicionalmente se
le conocía sobre todo a los partidos conservadores: el de dar vuelta la
página del pasado reciente”, comentó a
Sirel
en el curso de la
manifestación un abogado ligado a los organismos de derechos humanos.
Desde antes de las elecciones de fines de 2009, y sobre todo desde que
asumió la presidencia, en marzo,
Mujica
ha insistido en la necesidad de “reconciliar al país, y sobre todo a la
izquierda, con sus fuerzas armadas”.
Los gestos de acercamiento hacia los militares que el presidente ha
realizado en estos casi tres primeros meses de mandato han sido numerosos.
Uno de ellos en particular sublevó a las organizaciones de derechos humanos
y a la mayor parte de los partidos de la izquierda gobernante: la
insistencia de
Mujica
en promulgar una ley que disponga la libertad automática de los presos
mayores de 70 años, incluidos los pocos militares y civiles acusados de
crímenes de lesa humanidad que han podido ser llevados a la cárcel.
Más los sublevó la insistencia del presidente en una reconciliación entre
“la sociedad” y sus Fuerzas Armadas. La consigna de la marcha del jueves fue
decidida en respuesta directa a esa idea.
“Yo le tengo aversión a la palabra reconciliación. Es algo que no se puede
imponer. No se le puede ordenar a alguien: ¡Reconcíliese!”, comentó en una
entrevista
Javier Miranda,
director de Derechos Humanos del Ministerio de Educación y Cultura e hijo de
desaparecidos.
Miranda
asumió su cargo con la llegada al gobierno de
Mujica,
y ese mismo día renunció a la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos
Desaparecidos para “no estar de los dos lados del mostrador”, pero mantiene
con la política de derechos humanos del presidente algunas discrepancias.
“Estamos en la búsqueda de la verdad, y sólo puede haber reconciliación
cuando ésta se conozca. Ya lo dijimos en otras marchas y lo seguimos
diciendo ahora: la verdad seguirá secuestrada mientras no se conozcan los
hechos y mientras nuestros familiares sigan desaparecidos”, dijo a su vez
Marta
Passelle,
una de las dirigentes de la Asociación de Familiares.
Miranda
y
Passelle
coinciden en que el gobierno debe plantarse firme ante los militares para
que revelen lo que saben sobre el destino de los desaparecidos y otros
crímenes cometidos por la dictadura que se extendió entre 1973 y 1985. Lo
que han dicho hasta ahora han sido a lo sumo “medias verdades” y
principalmente muchas mentiras, señalaron ambos.
La eliminación de la ley de amnistía a los militares culpables de delitos de
lesa humanidad es uno de los objetivos de las organizaciones de defensa de
los derechos humanos uruguayas.
Adoptada en 1986, esa ley, llamada de Caducidad de la Pretensión Punitiva
del Estado, fue ratificada en dos plebiscitos. En el último de ellos,
realizado junto a las elecciones nacionales del 31 de octubre pasado, los
partidarios de anularla casi logran su objetivo: les faltó dos puntos para
llegar al exigido 50 por ciento del electorado.
El resultado del plebiscito fue de todas maneras, un duro golpe a las
aspiraciones de “justicia” del conglomerado que respaldó la campaña de
anulación de la “ley de impunidad”, y que abarca un arco que va desde la
gran mayoría de los partidos de izquierda hasta un vastísimo conjunto de
organizaciones, pasando por centrales sindicales, incluida la
UITA.
De ahí que la marcha del jueves fuera vista como un termómetro de la fuerza
del reclamo de “verdad y justicia”.
En la manifestación se hizo presente, caminando como un ciudadano más, tal
como lo había hecho en años anteriores, el presidente
Mujica.
Hubo quienes lo observaron con desconfianza, otros que lo saludaron
efusivamente. Alguno habrá querido susurrarle algo al oído. Por ejemplo, que
no se olvide de la vieja aspiración a verdad y justicia de la izquierda
uruguaya.